Revista Arte
A finales del siglo XIX en España surgieron pintores muy bien formados por la Academia de Bellas Artes de San Fernando, entre ellos el catalán Luis García Sampedro (1872-1926). En el año 1892 sería premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes con una obra producida ese mismo año y titulada ¡Siempre incompleta la dicha! Por entonces el realismo en la pintura era todavía la forma de mayor expresión artística, en donde el detallismo, la composición equilibrada, el mensaje claro, la ética reconocida y el virtuosismo creativo eran elementos muy considerados. Como gran dibujante, García Sampedro nos abruma aún más en esta impresionante obra llena de emoción, sentido existencial, realismo social y semblanza histórica. Habían pasado por entonces las grandes gestas bélicas, pero todavía los conflictos en que España aún coleteaba su desmembrado imperio, hacían de sus soldados expedicionarios una realidad histórica ofuscada por las difíciles condiciones sociales de entonces. En la obra de Arte el pintor consigue expresar el momento más crítico, ese que determinará en la dramaturgia el más expresivo por su fuerza dramática y más evidenciada. Un soldado español, destinado posiblemente en las colonias -Cuba o Filipinas aún eran en el año 1892 parte de España-, regresa a su hogar después de haber superado la fiereza de la guerra para hallar fenecida ahora a su propia esposa tendida en la cama. No hay mejor encuadre para entender una realidad existencial inapelable en nuestro mundo: no estamos salvados nunca, tan solo confiados de que nuestra dicha es, ahora, sólo por ahora, una realidad desamortizada por la sensación temporal e imprecisa de una vida aparentemente controlada.
Viviremos anestesiados y auto-engañados por la multitud de sensaciones virtuales -hoy en día en exceso- que nos rodearán y que nuestra mente autoalimentará, sosegada, por la, sin embargo, tan frágil realidad material de un mundo profunda y retrasadamente peligroso. Es una huida existencial inconsciente que obtiene cada vez más un éxito temporal que requeriremos, y que encontraremos siempre, para conseguir así, automáticamente, olvidar por ahora el abismo. Es el éxito de la especie y de la evolución científica y tecnológica. La realidad virtual reforzará aún más ese éxito y, con la vana seguridad de un mundo personal muy controlado, nuestra mente poderosa nos acogerá en un islote existencial cerrado a las ignotas y tendenciosas fuerzas oscuras de lo inevitable. Es una falsa sensación, como todas las sensaciones, donde la duración de su efecto es tan escasa como efímera la reacción que sucede a su delirio. Por eso el Arte ayudará con obras como estas a reiniciar ese proceso, a volver a resituar la inconsciencia en su sentido. Porque la salvación es una falacia, un ardid para poder justificar la existencia y su sentido. Es tan débil, tan evanescente, tan liviana la realidad que solo podemos exorcizarla con subjetividades cada vez más sofisticadas e ideadas para transformarla. Pero es un error que atraviesa la existencia y que solo nos aísla en una obcecación personal equivocada y peligrosa. No estamos salvados porque la salvación no es un significado acorde con el mundo. Vivir no es estar a salvo, es sortear con eficacia las olas de un fluir inesperado que la realidad de nuestro mundo hace de él lo que es y no otra cosa. Reconciliarse con este pensamiento nos fortalecerá para confiar en la aceptación existencial de una incertidumbre, y no tanto para engañarnos ante la falsa sensación de seguridad de un inexistente mundo fatalmente ideado.
Para la escena representada el pintor expone un encuadre cargado de figuras y elementos muy variados. Con la elección de un habitáculo inclinado, conseguirá el artista dar profundidad y una sensación de vaga seguridad ante la inútil ahora protección de un espacio resguardado. Una pequeña llama brilla al fondo del todo que apenas ahora ilumina la oscuridad del habitáculo. Porque la luz de la obra está ahora además dividida en su propio origen, parte proviene de una ventana lateral que no vemos, y parte fuera del plano principal que nos llega de un pasillo exterior a través de la puerta. Las figuras de los seres humanos retratados configuran el escenario artístico con dos opuestos elementos. Por un lado el soldado arrodillado y su familiar ante la cama, y por otro los seres que ahora se agolpan en la entrada. Los separa aquí la figura enhiesta y equidistante de un sacerdote. Esos dos mundos representados son aquí el personal e íntimo y el exterior de cada uno de nosotros. Ambos mundos determinarán una existencia. Pero es, sobre todo, la figura del soldado arrodillado la que ahora muestra la expresión más dramática e impactante de esta iconografía. Esta figura es la representación más significativa del mensaje metafísico de la obra. Acaba de regresar el soldado de la guerra salvado, ha conseguido sobrevivir, ha conseguido sortear la realidad de su existencia con la falsa seguridad de una sensación temporal y aleatoria. Porque ahora, sin embargo, descubrirá, asolado, aquella falsa sensación en el pequeño espacio inclinado del habitáculo real de su propia vivienda. Una aritmética inapelable resultará de sustraer una mera sensación por otra. Aquella dicha de sobrevivir acabará destruida aquí por la sorpresa y la muerte. La misma que dejaría entre las duras y alejadas escenas sangrientas de una guerra displicente, la misma que superaría gracias, tal vez, a un saber hacer ante una contienda concreta de una lucha diferente. Pero que ahora no superará, ni comprenderá ni controlará abatido. Porque, ahora, aquella salvación anterior no era por entonces más que una parte terriblemente equivocada de una falsa sensación existencial enajenada, una tan errónea, frágil, subjetiva e imaginada como cruelmente engañosa.
(Óleo ¡Siempre incompleta la dicha!, 1892, del pintor Luis García Sampedro, Museo del Prado, Madrid.)
Sus últimos artículos
-
El mundo como dos visiones de la realidad: la subjetiva y la objetiva, o el paisaje como argumento inequívoco de la verdad.
-
El Arte es como la Alquimia: sorprendente, bello, desenvuelto, equilibrado, preciso y feliz.
-
La orfandad interconectada de un mundo desvalido tuvo ya su némesis cien años antes.
-
El amor, como el Arte, es una hipóstasis maravillosa, es la evidencia subjetiva y profunda de ver las cosas invisibles...