Hace unos meses Hassan fue expulsado del país. Es uno de esos hombres “malos” que no se había adaptado a nuestro sistema. No tenía papeles, no tenía derecho a trabajar, bebía y vivía en la calle…
— Enrique, si no puedo trabajar, ¿cómo podré sobrevivir?…
En alguna ocasión, esta necesidad de sobrevivir, le había llevado a la cárcel. La última vez le encerraron en el CIE (Centro de Internamiento para Extranjeros) y, de allí, a Marruecos, a su pueblo, a donde no había vuelto ni se sabe los años que hace. Vuelve como un perdedor en medio de un pueblo que ya lo tiene olvidado. ¿Qué será de él? ¿Acaso nos importa lo que será de Hassan, ahora, en su tierra hostil?
A esta sociedad nuestra esto le trae sin cuidado. Al fin y al cabo Hassan forma parte del colectivo de los “malos”, de los que no tienen papeles y no han podido/ no han querido/ no han sabido salirse y se quedan hundidos en el lodo de la calle.
Éstos, no tienen sitio en nuestra posada. Y los expulsamos, sin más…
Lo que más me duele es la sensación de alivio que experimenté cuando supe de su expulsión: “ojos que no ven…”
Lejos están mejor.
Mientras no los veamos, mientras no nos tropecemos con la realidad que esta sociedad vamos generando de desigualdad y exclusión, todo está mejor y nuestras conciencias se tranquilizan. Ya no es tan urgente buscar soluciones para Hassan, pues el problema dejó de ser nuestro: el marrón atravesó el Estrecho y ya está en su sitio. ¡Que lo solucionen quienes lo generaron…!
Y los ricos echarán a los pobres. Y los pobres tendrán que mendigar su sitio en este desigual mundo, concebido para los fuertes cabalgados en sus privilegios.
Hoy es España el rico que expulsa al marroquí pobre, y son rumanos los que no encuentran posada a las puertas de París; pero pronto será Londres y también Berlín quienes tendrán como pobres a miles de españoles que un día marcharon para buscar el trabajo que aquí no encontraron y que allá ahora les niegan.