Revista En Femenino

No hace falta

Por Expatxcojones

No hace falta

Mantel de Las Chicas, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


Mi madre ha descubierto el What’s up. Está enganchadísima. A mí me va genial. Podemos comunicarnos siempre que queremos sin necesidad de utilizar el Skype. Normalmente hablamos de chorradas. Le paso fotos de los niños y cosas así. Esta mañana me ha pedido algo bien distinto. Sus palabras eran las siguientes:
   —Ahora me ha salido a mí. ¿Qué pomada te dieron en la farmacia?
Y es que mi madre es muy fina. Ni rastro de la palabra maldita ni del lugar impúdico. Sabe que captaré, rápidamente, a qué se refiere. Ella, que no sale de casa sin maquillar y cuando se pone deportivas son de Donna Karan. Si se entera que cuento esto le da un patatús.
Cuando estuve en Barcelona las pasadas navidades me instalé en casa de mis suegros. Es más grande y estamos más cómodos. Pero no todo van a ser ventajas. Tengo menos intimidad. Normal. Pero hubo un día en que la perdí por completo. Mis miserias quedaron al descubierto ante toda la familia. El primero en enterarse fue el patriarca. Mi suegro. Un señor serio donde los haya. Si los diccionarios, además de definiciones, trajeran fotos la suya acompañaría la palabra Señor. Es  trabajador, culto y educado. Siempre correcto y elegante. En la vida lo he visto ponerse un chándal.
El caso es que un día me despierto y me duele el culo una barbaridad. Cuándo intento investigar el motivo, encuentro un bulto enorme y enrojecido en una de mis nalgas. Como la confianza da asco se lo enseño al Kalvo. Por eso que dicen que las penas compartidas son menos penas. Pues no. Es mentira.
   —Mira qué me ha salido —le digo mientras se lo muestro.   —¡Joder! —es todo lo que suelta por respuesta.   —Me duele un montón.   —Parece que tengas tres nalgas.   —¡Capullo!
Como soy una persona muy sufrida decido aguantar con mi extraño amigo. A ver qué pasa. ¿Qué coño va a pasar? Pues que cada vez me duele más. No es que me moleste al sentarme, es que prácticamente no puedo ni moverme. Andar o bajar las escaleras me resulta de lo más difícil. Sentarme en el coche me produce pavor. El dolor es tan rabioso que me hace poner cara de estreñida.
Aunque va en contra de mis principios decido atacar el botiquín. Sólo con un paracetamol consigo dormir por la noche. Me paso dos días dopada. Pero eso sigue ahí. En el mismo lugar. Exactamente igual que el primer día.
Se lo digo a mi madre porque ya no me queda pudor y, joder, es mi madre. La voz de la experiencia.
   —Esto es un forúnculo. Necesitas que te den algo para que se deshaga —me recomienda muy sabiamente. 
Por la tarde, siguiendo el consejo de mamá, me acerco a la farmacia. No es que haya cola pero un par de viejas retienen con sus milongas a los dependientes. Yo intento como puedo que la Peque no destroce el local. Está todo tan bien colocadito que a la niña le sale la vena abertzale. Si la detengo, grita y patalea. No me queda otra que cogerla en brazos. Al fin, me toca.
   —Buenas tardes. Me ha salido un grano en el culo pero es muy grande y me duele mucho. ¿Podría darme algo? —le digo tan dignamente de lo que soy capaz mientras la pobre dependienta hace un esfuerzo por no reír.   —Te doy una pomada que es la que recetan los médicos. Póntela tres veces al día y, si en un par de días no mejora, tendrás que ir para que te lo abran.   —Gracias.
Salgo rezando para que la pomadita funcione. Sólo me faltaba ir al médico por un puto grano. Es de risa. Llego acasa y me embadurno el cráter con kilos de pomada. Me tomo un paracetamol y me voy a dormir.
A la mañana siguiente me levanto. Entro en el lavabo y hago un pis. Estoy ansiosa por ver si el remedio que me dieron ha funcionado. Pero es difícil mirarse el culo uno mismo. Recurro al espejo. Pero está demasiado alto y no llego a ver bien. Así que decido robar el taburete que utiliza Terremoto para lavarse los dientes. Y así, me pilla el niño, haciendo equilibrios intentando verme mis partes traseras.
   —Mama ¿Qué haces?
Y yo, que soy partidaria de no hablarles a los críos como si fueran idiotas, que siempre quiero contárselo todo, le explico en dos palabras lo que me sucede.
   —Pues que me ha salido un grano en el culo y me duele mucho.   —A ver…—me dice y yo se lo muestro.
Momento éste en que yo misma observo que, efectivamente, la pomada es milagrosa. De ese cráter inhumano que se ha venido a vivir conmigo asoma una cabeza (por llamarle de algún modo). Está a punto de caramelo. Así que me dispongo a ello. No necesito esforzarme mucho, ya que apenas rozarlo sale disparado lo que no había visto en la vida. ¡Qué asco! El niño, por supuesto, no se ha perdido ni un detalle.
Acabada la intervención con éxito, me lavo las manos. Ayudo a lavárselas al niño y bajamos a almorzar. En la cocina está mi suegro. Preparándose el desayuno. Le doy los buenos días y me dispongo a hacer el zumo para Terremoto, que en ese momento grita.
   —Abu ¿sabes qué? A mamá le ha salido un grano muy grande en el culo y se lo acaba de explotar.
Y aquí es cuando yo quiero morirme. Porque una cosa es tener poca vergüenza y la otra es disfrutar haciendo el ridículo. Mi dignidad ha quedado por los suelos. Me cuesta mirar a mi suegro a la cara. Por suerte, él que debe intuir mi bochorno, no se gira. Continúa a lo suyo porque, imagino, debe pensar que esto ya es bastante humillante. Y así constato, una vez más, que es todo un señor.Moraleja: No hace falta enseñárselo todo a los niños. Ciertas cosas es mejor que las aprendan por su cuenta.

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