Revista Arte

No hay derecho

Por Insane Mclero @insanemclero

Partiendo de la base de que el derecho a huelga y a manifestación es absolutamente legítimo, tenemos que tener en cuenta que hay determinadas actitudes que son intolerables y que, como sociedad, tenemos que dejar de aplaudir porque “queda bien” y empezar a condenarlas.

Primero, me gustaría hacer hincapié en la parte más importante del DERECHO a huelga y el de manifestación. Como se puede leer, hay una sola de esas palabras que está bien destacada: en mayúsculas, negrita y subrayada. La parte más importante de ese tipo de manifestaciones reivindicativas, la esencia, es el DERECHO, lo que debería estar en primer lugar y que, desgraciadamente, hay muchos que lo han olvidado. Por lo que tantos lucharon en el pasado fue por el DERECHO a manifestarse y a hacer huelga, no a la OBLIGACIÓN, nadie puede obligar a otro a hacer huelga, a unirse a sus filas reivindicativas, porque puede ser que no le interese, que no tenga el mismo espíritu reivindicativo o, simplemente, no se pueda permitir participar de esa huelga porque peligre, por ejemplo, su puesto de trabajo. Basta ya de hacer que el seguimiento de las huelgas sea obligatorio, basta ya de piquetes agresivos y obstaculizadores disfrazados de informativos, basta ya de coartar el DERECHO. Si quieren participar de una huelga, participen, si quieren informar a los que vayan llegando de lo que les motiva a ejercer su DERECHO a huelga, háganlo, pero no pasen sobre los derechos de los demás, NUNCA.

NADIE tiene el derecho de quitarle a otra persona ninguno de los suyos y, el que lo hace, no sólo está atentando contra los derechos del otro, sino que está menoscabando los suyos propios, está perdiendo su legitimidad y está haciendo que su lucha y su reivindicación se desvirtúen y pierdan fuerza.

A esto, no hay derecho.

Tampoco hay derecho a otro daño colateral asociado a algunas manifestaciones, el que concierne a los atentados contra la propiedad pública y privada. No hay derecho a que, cuando un grupo se manifieste por alguna razón, acompañen su reivindicación con destrozos de mobiliario público, fachadas de sedes de instituciones, domicilios o negocios privados. Los primeros se pagan con el esfuerzo común de todos, con los impuestos, y, los segundos, salen del trabajo y el esfuerzo de alguien, ya sea un autónomo, una pequeña empresa familiar o una multinacional. Sea como sea, no hay derecho. ¿Quiénes se creen que son para destrozar lo conseguido con esfuerzo para darse visibilidad? Si quieren hacerse ver, ábranse una página o un grupo en Facebook, móntense una página web con un dominio de esos que cuestan menos de un euro al año y vístanla con una plantilla gratuita de WordPress o salgan a darse un paseo desnudos en bicicleta por la ciudad con un megáfono y una pancarta. Tienen muchísimas más opciones antes que coger y ponerse a quemar contenedores, reventar cristales con bates de béisbol como si fueran una banda urbana de los 90s o a pintarrajear paredes. No tienen derecho y los demás no tenemos por qué aguantarlo. Así de claro.

No quiero terminar este artículo sin hacer referencia a mi musa particular del momento, lo que me motivó a escribirlo. Mi inspiración es esta ocasión no es otra que la huelga universitaria del pasado 14 de mayo, que se convocó para protestar contra el muevo decreto del “3+2”, del que estoy absolutamente en contra, lo que me hace apoyar el fondo y la motivación de la huelga, pero no la forma. La jornada empezó en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) con la “normalidad” habitual que acompaña a estas convocatorias, a la que ya estamos más que acostumbrados, piquetes “informativos”, una resistencia estudiantil que bloqueaba las entradas en pro de la celebración de la huelga, etc. El problema vino cuando un grupo de encapuchados vestidos de negro y con gafas de sol ocultando sus identidades, se acercaron amablemente a las oficinas de la empresa “Treball Campus” (“Trabajo Campus” en catalán) de la UAB y, empuñando los bates y los palos del oprimido y el reivindicativo y con la fuerza del reprimido, rompieron las cristaleras de la fachada de la entidad. Reponerlos le ha costado a la universidad sólo cincuenta mil euros. Esto, en la práctica, significa que nos ha costado a todos nosotros. Como si los que estudiamos en Cataluña no tuviéramos suficiente con la subida de tasas del Ministerio de Educación, a la que se acompaña la subida del Gobierno Autonómico y los setenta euros de mantenimiento del Campus Virtual, encima, viene esta gente y suman todos esos miles de euros de gasto a las cuentas de la universidad, que nutrimos nosotros. COJONUDO, perdónenme la expresión, pero es que siento una impotencia y una indignación infinitas. Si esto no fuera suficiente, estos individuos, que no me parece que tomaran la más valiente de las acciones, se habían encargado unos días atrás de romper las cámaras de seguridad de los alrededores para que no los pudieran reconocer.

Yo no sé lo que pensarán ustedes, pero yo, sinceramente, pienso que, a todo esto…

NO HAY DERECHO


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