Esto es sólo mi opinión, que cambia constantemente. No me creas. Crea la tuya.
Lo sabes desde hace tiempo. No estás en el paleolítico. Tampoco tiene sentido volver. Pero tu herencia evolutiva pesa tanto…
Tienes unas necesidades evolutivas vitales. Respirar, beber, comer, dormir, moverte, exponerte a la luz natural, relacionarte, emocionarte, pensar y contemplar. Si no las cubres algo falla, te sientes mal y corres el riesgo de enfermar.
Entonces analizas cada una de esas necesidades, las estudias e intentas determinar un patrón a seguir. Respirar así o asá. Beber más o menos. Comer esto o lo otro. Dormir de noche y no de día. Cooperar o competir. Hacer caso a las emociones, a la razón o a la intuición. Tal vez demasiado que controlar, que sistematizar, que mecanizar, que programar.
¿Y si no es el camino? ¡Por fin te has dado cuenta! ¿Cómo determinar un patrón de algo que no sigue un patrón? Porque, en realidad, no hay patrón. Hay principios, sí. Pero no hay norma, estructura. Cualquier cosa puede ocurrir en la naturaleza, incierta e impredecible.
¿Y ahora qué hacemos?
El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.
W. Shakespeare
Jugar.
Jugar es evolutivo. El juego está presente en nuestra historia como homínidos desde hace millones de años, muchos más de los dos y pico que llevamos siendo homos –el resto de grandes primates, de los que nos separamos hace más de cinco millones de años, también juegan. El juego ha sido y sigue siendo la forma más eficaz de aprender, es decir, de evolucionar.
Jugar es sencillo. Sí, hay bases, pero no hay normas estrictas. Eso implica cierta flexibilidad. Además, jugar no es obligatorio. Si no quieres jugar, no juegas y no pasa nada. Flexibilidad y no obligatoriedad hacen que el juego sea la actividad más sencilla en la que puedas participar –o no.
Jugar es real. Jugar es hacer algo, lo que sea, aquí y ahora, el único lugar y momento que realmente existen. No hay metas ni objetivos más allá del propio juego. Tu atención está centrada en el propio juego. Por tanto, juegas y disfrutas. Nada más. Lo que ocurra después del juego son consecuencias
Sé que da miedo, que tomarse la vida como un juego puede parecer dejar de tomársela en serio y abandonarse al descontrol y el azar. ¿Todavía crees que controlas? ¿Que lo que te ocurre depende de ti?
Personalmente apuesto por jugar, y resulta que así las cosas siempre van como tienen que ir, son como tienen que ser –la aceptación es un principio primordial de este juego.
Así que, para disfrutar plenamente de la vida, por su coherencia evolutiva, sencillez y realismo, te invito a jugar.
Jugar a respirar, beber, comer, dormir, moverte, exponerte a la luz natural, relacionarte, emocionarte, pensar y contemplar.
Tal vez descubras que no hay mucho más por hacer.