El riesgo inherente a la rutina es que nos acostumbramos, perdemos la capacidad de asombro. En los últimos 15 años, más de doscientos mil muertos, una economía de guerra marcada por la escasez, la inflación, las largas colas y miles de desplazados que han huido del país buscando salvar sus vidas. Esta es ahora nuestra cotidianidad.
Es una guerra no declarada formalmente, las cifras superan el número de bajas de cualquier otro conflicto bélico en desarrollo en el mundo. No han caído misiles, eso es cierto, pero han llovido balas que acabaron con las vidas de miles de venezolanos que diariamente pasaron a la lista de víctimas de la violencia.
Esta es una guerra que a nadie parece importarle, al menos a nadie del gobierno, sobre la que nadie fija su mirada, un conflicto silenciado en las altas esferas de la política nacional, maquillado con el camuflaje de las estadísticas que sólo hacen mención a “tantas muertes más”.Nos hemos acostumbrado a agradecer que hoy no nos haya tocado el turno. Mientras esa sea nuestra directiva, todo seguirá igual, esto no cambiará sino cuando todos estemos dispuesto a decir ¡Ya basta, no más! Comienzo el día leyendo el periódico, los titulares abren con noticias del conflicto Árabe-Israelí. Una disputa tan antigua como la misma historia, pero que acapara la atención gubernamental en este momento. En el cintillo superior, en letras cada vez más pequeñas leo el parte de guerra del fin de semana, cientos de muertes en todo el territorio nacional.Salgo de mi casa y tomo el transporte público, por doquiera veo propaganda del gobierno pregonando una patria segura. Al montarme en la camionetica todo habla de la mentira de esa frase. Trato de esconder lo poco que tengo de algún valor, sólo dejo visible lo mínimo necesario. No puedo distraerme, debo estar pendiente de quién asume una conducta sospechosa, en un par de ocasiones me bajo y paso a otro vehículo, por miedo, no a que me roben, sino a que me maten por quitarme un teléfono.Al Llegar a mi trabajo, leo una pancarta que dice “Feliz viaje”. Otro que se va del país, no en busca de dinero, sino de tranquilidad. También nos hemos acostumbrado a eso, a perder amigos y ver gente partir. Son decenas de miles de fugitivos de la violencia, huyendo de un país donde la muerte se ha apoderado de todo.El día sigue, nada me afecta, al parecer me he adaptado a vivir así. En la hora de almuerzo todo el mundo sale de la oficina, mucho rato después regresan con bolsas del mercado, nadie les reclama el tiempo extra que se han tomado para hacerlo. Aprovechan para perseguir los pocos productos básicos que aún se logran encontrar. Como en todas las guerras, la escasez, las colas y la inflación se han instalado en Venezuela. El dinero ya casi carece de sentido. En la web leo que “El gobierno enviará 16 toneladas de ayuda humanitaria a Gaza entre alimentos y medicinas”. No sé si reír o llorar, ayer visité una docena de farmacias, buscando los inexorables medicamentos para una persona de mi edad, búsqueda infructuosa, no los hallé en ningún lugar.A media tarde salgo, me permiten irme más temprano, para evitar las horas pico del hampa. Un grupo de niños en la calle piden limosna mientras llega la hora en que salen a robar. En la radio mencionan al canciller de la república anunciando que traerán a niños huérfanos de Palestina para auxiliarlos a retomar sus vidas. Me pregunto si en Palestina podrían hacernos el favor de recibir a los nuestros. Digo, tan sólo para equilibrar.Después de tres horas de viaje, menos de veinte kilómetros, llego a mi hogar. Un amigo me saluda, ¿qué tal?, ¿Alguna novedad? Le respondo con un chiste de mi padre, veterano de la segunda guerra mundial, no amigo, no hay novedad, todos muertos.Arturo Neimanis