Hoy me he levantado con ganas de afrontar el día. No he desayunado, no me hace falta. Anoche cené en un pequeño restaurante gallego frente al Mercado del Ninot en Barcelona, donde los camareros te insinúan, en cuanto pides la primera tapa, que mejor una media ración. Gracias. Y, aún así, cenamos como un reo en su última noche en el corredor de la muerte. Tengo reservas si quiero para todo el fin de semana. El restaurante se llama El Porvenir: estaba lleno ya a primera hora y nos colocaron como pudieron en una mesa caliente, que no conoce el descanso y sólo permanece impoluta unos segundos entre grupo y grupo.
Hace unos minutos se han dado a conocer las las cifras del paro del segundo mes del año: nuevo récord, el segundo peor febrero desde 1996 después de 2009. La reforma laboral está consiguiendo el crecimiento, pero del desempleo y de la miseria económica de unos y moral de otros, triste récord de nuevo que me devuelve el vacío al estómago. Ni siquiera se ha producido el milagro de que los parados encuentren empleo en sus últimos meses de prestación, como señalaba hace unos días el presidente de la patronal, indigesto siempre. No hay Porvenir en este país que vuelve cansino a los fogones con las sobras de los platos tras el festín.
Advertisement