No esperemos juego de este equipo. No hay que esperar mucho porque no hay. Ya no es como en otras épocas, en las que un jugador te salvaba”
Si el subdirector de selecciones nacionales, Humberto Grondona, lo dice…
Al final, la tarea de Pekerman-Tocalli, siempre simplificada y sobrestimada, no era tan sencilla. ¿Tenían jugadores de mayor jerarquía? Queda claro que sí, pero también había un trabajo de formación diferente, había un plan de juego que no se reducía en amontonar gente cuando se estaba en ventaja o tirar pelotazos a las puntas buscando una individualidad que arregle lo que este grupo de chicos desparramados en la cancha no puede. Ver al Sub-20 de Perazzo es casi un calco del de Batista que no clasificó al último Mundial de la categoría, con la diferencia de que hay una cuota extra de fortuna en algunas situaciones del juego y un crack como Iturbe para pintar un destello definitorio tras 89 minutos vulgares.
Pekerman-Tocalli llegaron a la conducción de las juveniles a través de la presentación de un proyecto, elegido por Grondona entre otras alternativas. Una de las mejores decisiones por lejos de Don Julio. Perazzo, Batista y el resto de la generación del 86 llegó por nombre, no por capacidad demostrada, méritos, ni por un plan diseñado. Queda marcada la diferencia entre una y otra estructura.
Perazzo aseguró que ganar por ganar no era productivo, antes del arranque del certamen. Batista pregona una línea de identificación con Barcelona. Contra Brasil, que con uno menos llevó la iniciativa, presión y peligro del encuentro, desde el banco de la Argentina, se llegó a escuchar: “¡Apuntale a uno nuestro!”.