Si fraudulento resulta trucar las cartas cuando jugamos con otros y absurdo hacer trampas en el solitario, qué palabra debemos usar cuando nos dejamos engañar, cuando repetimos como papagayos las consignas de dirigentes políticos, las soflamas partidistas de los medios de comunicación o de las redes sociales. ¿Cómo interpretar el que tanta gente, víctima de las políticas conservadoras, viva tan alegremente sin resistencia alguna o apoyándolas con entusiasmo?
Con frecuencia se aconseja a los políticos de izquierda que dejen a un lado su ideología. Tertulianos, columnistas, incluso políticos conservadores piden a la izquierda que abandonen sus criterios a la hora de gobernar o de proponer medidas. ¡Cómo si ellos no tuvieran ideología! ¿Acaso no obedece a una concepción ideológica el que la derecha se manifieste en defensa de la educación concertada y rara vez, tal vez nunca, haya salido a la calle en defensa de la educación pública? ¿Acaso no es ideológica la indignación por la subida de impuestos a los ricos? ¿Cómo definimos la decisión de menguar los servicios públicos para luego acusarlos de insolventes y proceder a su privatización en nombre de una supuesta eficacia?
El sesgo ideológico de la inmensa mayoría de los medios de comunicación contribuye al avance conservador. Si añadimos cierta incapacidad individual para actuar como seres autónomos y emancipados y una sociedad donde los dominados parecen felices de serlo, entonces el panorama se vuelve desolador. En este escenario, la función de la izquierda no solo debe centrarse en la conquista de derechos y en satisfacer las necesidades de los más vulnerables. La falta de empatía con los movimientos de la sociedad civil cuando emergen desde fuera de la política y la voluntad de controlar el espacio social, infiltrando secuaces para reconducir dichos movimientos a la causa, son actuaciones perversas y contraproducentes. La tarea fundamental que debe emprender la izquierda, aunque el objetivo no sea inmediato, es la de despertar a la ciudadanía de su letargo.
Políticos torpes, medios fanatizados y redes sociales impulsivas, en ocasiones robotizadas, contribuyen a la confusión y ambigüedad, al doble rasero y a calificar de manera distinta hechos similares según sus actores. Una ciudadanía indiferente y ese lenguaje engañoso de quienes se sitúan por encima del bien común y de las necesidades de la sociedad, están detrás del deterioro de la protección social y de las políticas públicas.
La perversión del lenguaje es el arma. La palabra libertad, por ejemplo, está en todos los discursos y su concreción es importante para una vida socialmente digna. ¿Pero qué queremos decir cuando pedimos libertad? ¿A qué tipo de libertad se alude en cada momento? ¿Es lo mismo la libertad que vocifera un ricachón desde su yate y la que grita un refugiado?
Aprendí a sospechar de los abanderados, a empatizar con quienes defienden la libertad de las personas que piensan y viven distinto. Tal vez por ello me pregunto dónde está la libertad de los inmigrantes o de cualquier persona sin comida o refugio para guarecerse del calor o del frio. En realidad, en situaciones aceptables, nadie es absolutamente libre. Todos estamos condicionados y determinados por el ámbito social y cultural donde vivimos. No es lo mimo vivir en una pequeña población o en una gran urbe; en un barrio rico, tipo Pedralbes o El Viso, que en las Tres Mil Viviendas o en la Cañada Real; no es lo mismo tener formación que carecer de ella.
¿Puede haber libertad sin igualdad de oportunidades? ¿Y sin justicia social? La respuesta es no. Ni todos somos iguales ni la libertad es la misma para cada persona. De qué libertad hablan quienes aniquilan la libertad. ¿De la libertad de esa gente que tiene información privilegiada y controla adecuadamente su difusión? ¿De quienes manejan la producción, la distribución y los precios? ¿De quienes aprovechan su libertad para hacerse ricos y explotar a los demás? Sabemos que la igualdad de oportunidades es una aspiración, que la meritocracia un camelo y que la exaltación de la libertad es tramposa cuando no va acompañada de solidaridad y justicia social. Por lo tanto, si se trata de libertad, ¡que no la nombren en vano!