Revista Belleza

No me moleste, mosquito

Por Itwoman

Los mosquitos son un incordio veraniego indiscutible. Esos malditos insectos volátiles empuñan con entusiasmo su aguijón contra la piel de cualquiera que se ponga a tiro.

He leído unas mil teorías sobre el motivo por el cual atacan a unas personas más que a otras. Desconozco si son ciertas y, ante la duda, prefiero ignorarlas. Lo que está claro es que las personas, para los mosquitos, somos como pimientos de Padrón a la inversa: a unos pican y a otros no. 

Intentando evitar sus picaduras, compramos velas de citronela, insecticidas ecológicos, macetas de albahaca e incluso esas láminas que electrocutan al mosquito entre terribles sufrimientos. Para nada.

Pero no quiero hablar de los mosquitos; me he acordado de ellos porque he recibido una convocatoria de reunión de mi comunidad de vecinos.

En España, existe una ley de propiedad horizontal que regula las relaciones entre propietarios de una misma comunidad, así como qué hacer y cómo proceder. Sin ser abogada, conozco este dato porque, desde que compré mi primera vivienda, me he informado al respecto. Cumplo todas las normas y respeto las decisiones vecinales, me favorezcan o no. Considero que mi hogar es sagrado y ello incluye las zonas comunes y la tranquilidad de mis vecinos.

Pero existen personas que, desde el momento en el que adquieren una vivienda en propiedad, consideran que tienen derecho sobre los hogares y vidas de todos sus convecinos, además de sobre la suya propia. Deciden hacer ruido e incordiar, pero no admiten una mínima molestia. Deciden qué es lo conveniente en cada milímetro de zona común y deciden fastidiar la vida a los demás. En vez de centrarse en sus vidas, deciden decidir sobre los hogares ajenos y siempre para mal.

A esos personajillos los llamo «vecinos mosquitos», por lo fastidiosos que son y por los picotazos que dan sin tener en cuenta el daño que pueden hacer. Pican para nutrirse de la sangre ajena y engordar su ego.

Las zonas comunes, que deberían ser objeto de felicidad y disfrute para todos los vecinos, se convierten, en la mente de los «vecinos mosquitos», en una finca por la que cabalgar entre pozos de petróleo, como en la mítica serie «Dallas», o entre viñedos al estilo de un bodeguero del marco de Jerez. 

Se creen terratenientes, pero su latifundio se calcula en milímetros. Como los mosquitos, diminutos e insignificantes, pero molestos hasta más no poder.

La ley de propiedad horizontal, a la que hacía referencia, establece todo lo relativo a juntas directivas y potestades de cada uno. Normalmente, rezamos para que no nos adjudiquen un cargo y agradecemos infinitamente a las personas que, voluntaria y desinteresadamente, se ocupan y preocupan para que todo funcione. 

Los «vecinos mosquitos» sospechan por defecto e intentan mandar a la cárcel a cualquiera que tome una decisión legal y lógica. Vuelan alrededor de la junta directiva y clavan su aguijón hasta acabar haciendo daño, pero daño de verdad, del que no se va con una pomada antihistamínica. 

Son personas que se dedican a vulgarizarlo todo, a presionar, a insultar y a querer que todo funcione a medida de su ordinariez. 

La vulgaridad es una plaga difícil de erradicar, al igual que los mosquitos.

Esos engendros hacen que me convierta en una «persona citronela». No permito que se acerquen. Cuanto más por saco dan, más me relajo mientras tomo el sol en un maravilloso jardín que no tengo que regar, ni podar.

Por educación, y porque la felicidad ajena les fastidia, sonrío cuando me los cruzo, les doy los buenos días y canto, bajito, la mítica canción de The Doors:

No me moleste, mosquito
No me moleste, mosquito
No me moleste, mosquito
Why don’t you go home?
No me moleste, mosquito
Let me eat my burrito
No me moleste, mosquito
Why don’t you go home?

(No me moleste, mosquitoThe doors – 1972)

La entrada No me moleste, mosquito se publicó primero en Lady Boomer.


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