Antídoto Garcia escribe para El País:
“Al obligar a los niños a saludar a un adulto que no conocen o a alguien que conocen, pero al que en ese momento no quieren dar un beso, les estamos exponiendo a que tengan un menor control sobre su cuerpo ante posibles abusos”, apunta la psicóloga Macarena Chía del instituto Galene. En este punto la psicóloga y psicoterapeuta Alicia Gadea, del centro sanitario Lagasca en Madrid, añade: “Si las principales figuras de apego obligan al menor a entrar en contacto con otra persona de una manera en la que el niño no quiere. Este puede llegar a pensar que hay algo que no está haciendo bien, o incluso que él no está bien, llegando a la conclusión de que se relaciona mal o no sabe relacionarse con los demás”.
Sin embargo, a nadie se le escapa que, los padres, lejos de querer poner a los niños en peligro o hacerles sentir mal, apremian a sus vástagos porque ellos también se ven presionados por el qué dirán y si pensarán que su hijo es un maleducado por no querer saludar. Gadea explica que a los adultos les resulta difícil comprender esta angustia porque para ellos el contacto físico con los otros no supone un problema ni una amenaza. Pero a los niños, bien sea porque son más retraídos o por vergüenza, estas situaciones pueden provocarles un doble malestar: por la situación en la que se encuentran y por saber que van a ser criticados por sus padres al no reaccionar como se espera de ellos. Por ello, Gadea apunta que es necesario conocer a nuestros hijos y respetar sus tiempos de vinculación con los demás.
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