Revista América Latina
Estamos en medio de una de las tradicionales “tormentillas” mediático-políticas en torno al hambre y la desnutrición que regularmente se desatan en este país. Y digo tormentillas porque seguro que esta durará poco, como viene siendo habitual desde que el hambre es portada de los diarios. Es normal que los medios, el cuarto poder, le tiren de las orejas al Gobierno y al Congreso por no haber hecho su tarea en la lucha contra el hambre durante el mandato del Presidente Colom. Supongo que a estas alturas ya saben que el hambre en Guatemala mata más gente que las balas. Aprovechando la ola, les cuento algo sobre las bolsas de comida que se han venido usando para paliar el hambre y que la SESAN anuncia que se van a aumentar para hacer frente a la crisis alimentaria que tenemos en puertas. El gobierno va a usar 200 millones de quetzales para dar asistencia alimentaria para evitar una hambruna. Bolsas de comida contra el hambre estructural y el hambre coyuntural. Tenemos la caridad del Padre-Estado hacia sus Ciudadanos-Niños para saciar el hambre del estómago a cambio de unos votos a finales de año. El Estado alimenta a sus excluidos para evitar la vergüenza que pasó en 2002 con los niños muertos acaparando las portadas internacionales. Y que conste que digo Estado y no sólo Gobierno, que la responsabilidad la llevan también los Diputados, los Jueces, las Universidades, las Iglesias, la Cooperación y las ONGs internacionales, entre otros. Unos por acción y otros por omisión. Culpables somos todos, y en todos nosotros está la solución. Si después de 15 años de lucha contra el hambre desde la democracia no hemos aprendido otra cosa en Guatemala, mal pinta el futuro para eliminar el 48% de desnutrición crónica infantil y evitar las más de 6500 muertes anuales causadas por el hambre. Cuesta mucho aceptar el reparto indiscriminado de comida en un sistema democrático, donde incluso el ejército tuvo sus bolsitas, puesto que una democracia está constituida por ciudadanos que tienen derechos y un Estado que tiene obligaciones. Las bolsas de alimentos son asistenciales y no una garantía del derecho a la alimentación, pues en el país no falta comida si tienes dinero para comprarla. Repartir alimentos debería ser el último recurso y no el primero. Si tienes dinero, consigues comida. Si no estoy a favor de regalar comida ¿qué hacemos entonces?, pues usar esos 200 millones de quetzales para establecer un programa nacional de Mano de Obra Intensiva, de empleo temporal para ofrecer trabajo no cualificado, y construir infraestructuras comunitarias, rehabilitar caminos y acondicionar micro-cuencas para cosechar más agua durante la época de lluvias. Dando empleos mantienes la dignidad de las personas, les ayudas a construir su propio desarrollo y a empoderarse, les haces sentirse orgullosos del dinero ganado para alimentar a la familia, y no les obligas a mendigar una bolsa de comida del Papá-Estado, con productos que suelen venir de fuera y que ayudan más a las cadenas agroalimentarias de otros países que a la de Guatemala. Según mi modesta opinión, la bolsa de comida debe pasar a la historia, ya sea como medida paliativa de carácter asistencial, o como una prebenda política, y debería estar especialmente prohibida en los años electorales. Cuando estás hambriento de verdad y sólo tienes tu voto para atraer el interés de los políticos, una bolsa de comida se cambia por cualquier cosa.