Revista Arte
No se alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad.
Por ArtepoesiaEn los dinteles del pronaos -vestíbulo del soportal- del antiguo Templo de Apolo, en Delfos, construído en las laderas del monte Parnaso, habían grabadas dos leyendas inscritas a modo de sabio precepto. La primera decía: Conócete a ti mismo; la segunda, completaba ésta con: Nada en exceso. El famoso psiquiatra suizo Carl Gustav Jung elaboraría ya sus arquetipos para explicar así las imágenes universales emocionales más primigenias representadas ya en el inconsciente colectivo. Una de ellas, de las diferentes que el psicoanalista confeccionara, es la de la Sombra. Representaría ésta lo más oculto del inconsciente, aquellas pulsiones que no serían asumidas, en ningún caso, por la personalidad. No desaparecerían nunca, y podrían, al adquirir cierta posibilidad de manifestación, enfrentarse denodadamente al Yo, llegando a dominar, incluso, los propios esfuerzos que éste realizase para tratar de bloquearlo. También este arquetipo puede representar aquellas virtudes que no sabríamos reconocer en nosotros mismos. Jung nos dice: Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz, sino haciendo consciente la oscuridad..., lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino...
Pero, como sabrían ya los antiguos griegos, conocerse a sí mismo llevaría a conocer también el lado más oscuro del individuo. En su mundo, los griegos habrían comprendido ya que ambas caras, la luz y la oscuridad, formarían parte del mismo discurso, de aquel phatos y ethos -cualidades negativas y positivas- de todo ser. Por ello, sus dioses respondían a estas necesidades. Apolo y Dionisio, por ejemplo, eran esas dos caras, ambos eran dioses, ambos grandes, ambos queridos, ambos comprendidos. Grecia entendería así el lado oscuro que todo ser dispondría. Todos los años celebraban incluso, en esa misma ladera del Parnaso, las Bacanales de Dionisio, manifestación de todas esas pulsiones más creativas, íntegras en el sentido completo, no parcial, sin represión alguna de las formas y las maneras que pudieran realizarse.
Pero, más tarde, cuando triunfó ya el socrático mensaje platónico de la única virtud idealizada; cuando el cristianismo -el judaísmo también- separara tajantemente -reprimiese- las manifestaciones que permitieran equilibrar el imperfecto mundo sublunar, se prefirió por entonces ignorar del todo la sombra, a costa ya de la única prevaleciente luz. De este modo, se personificaría todo lo dionisíaco en la figura diabólica y satánica del Mal. ¿Entonces, cómo distinguir -y mantener- lo que no es saludable de lo que lo es? La segunda leyenda profética lo dejaba claro: Nada en exceso. Lo que sucedía era que ésto, la medida correcta, exijía ya una mayor lucidez, una personal clarividencia inteligente nada sencilla. Es decir, para ello habría que desarrollar una auténtica conciencia individual. Y, por tanto, no se debería desperdiciar así ninguna oportunidad para aprender lo que nos ofrece el espectáculo tragicómico de la vida, tratando ya de no fracasar en ese equilibrio -apolíneo-dionisíaco- que nos permitiera conocernos a nosotros mismos de verdad.
Jung dijo una vez: El único peligro que existe reside en el propio ser humano. Nosotros somos el único peligro, pero lamentablemante somos incoscientes de ello. En nosotros radica el origen de toda posible maldad. La sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos debida atención. Por esto la sombra, su desvelamiento, tiene por objeto fomentar nuestra relación con el inconsciente, complementar ágilmente nuestra individualidad, compensando la unilateralidad de nuestra conducta consciente con las oscuras sombras de nuestro inconsciente. De este modo, cuando restablezcamos así el equilibrio con nuestra sombra, también a su vez iluminaremos nuestras capacidades ocultas, llegando a alcanzar los verdaderos peldaños -difíciles- del autoconocimiento.
Finalmente, el psicoanalista suizo nos dejó dicho: Cada uno de nosotros proyecta una sombra, tanto más oscura y compacta cuanto menos encarnada se halle en nuestra vida consciente. Esta sombra constituye, a todos los efectos, un impedimento inconsciente que malogrará nuestras mejores intenciones.
(Óleo Las Tentaciones de San Antonio Abad, 1510, El Bosco, Museo del Prado, Madrid; Cuadro Fenómeno, 1962, de la pintora hispano-mexicana Remedios Varo, México, D.F.; Pintura de Salvador Dalí, Sombras en la noche que cae, 1931, Florida, EEUU; Fotografía de Carl Gustav Jung.)
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