Hago públicas unas palabras de gratitud hacia uno de los mejores profesores que he tenido, hacia uno de los mejores investigadores que he conocido y hacia una persona irrepetible que siempre ha querido y se ha hecho querer. Los tres complementos corresponden a un mismo sujeto.
Hace un año falleció Julio Tijero, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Esto no es una entrada para recordarle, sino para recordar que nadie le ha olvidado.
Dicen que uno puede hablar mal solo de los vivos, y hablar bien de quienes se han ido puede parecer hasta vacuo (hablar bien de todos es como no hablar de nadie). No era mi intención escribir una elegía o un panegírico para Julio. Me he puesto en el caso de que seguía con nosotros; que podía repetirle cosas que ya sabía y hacerle saber cosas que en su momento pensé y no dije, no las dije porque pensé que ya habría muchos momentos para decirlas.
Le digo que siempre fue un placer escucharle, incluyendo sus no siempre celebrados chistes, durante sus clases. A pesar de haber escrito la mayor parte del libro más útil para la asignatura de Química Industrial, no recuerdo siquiera una recomendación para que compráramos su libro. Le digo que, sin su ayuda, no habría sido capaz de comprender cómo estimar la cristalinidad de un polímero a través de un patrón de difracción de rayos X. Le digo que a él debo buena parte de las hipótesis de mi tesis. Le digo que siempre fue un placer tomar café con él, en ocasiones mientras daba rienda suelta a su creatividad científica. Le digo que su idea para hacer amidas de celulosa por transesterificación fue muy divertida de llevar a cabo.
Me dicen que siempre hablaba de mí. Yo seguiré hablando de él. De cómo le gustaba enseñarme cosas; yo lo sabía. A mí me gustaba aprenderlas. Me enseñó cuán importante es la estructura supramolecular de la celulosa. Me enseñó a diseñar un reactor más allá de calcular su volumen. Sin embargo, por encima de todos esos conocimientos técnicos, me enseñó que uno puede conseguir cuanto desea sin renunciar a la bonhomía. Porque él nunca recurrió a la mezquindad ni a la picaresca, cosas que sé innecesarias, en parte, gracias a él. Y fue catedrático desde muy, muy joven.
Lo conocí, como profesor, en febrero de 2010. Comencé a investigar a su lado en abril de 2012. Yo seguí visitando la Complutense con asiduidad durante unos seis años. Aún lo siento como un ejemplo grande y cercano para mucha, mucha gente.