Revista En Femenino

No te vayas (por Ana)

Publicado el 15 septiembre 2014 por Imperfectas

No te vayas (por Ana)

Foto extraída de http://clacoloma.metroblog.com/archive/2012/12

Ella, finalmente, se había dejado vencer. Su piel, exhalando ese sudor dulce que solo produce el placer, se estremecía ante las caricias suaves y delicadas de él. Su cuerpo actuaba por propia voluntad mientras su cabeza trataba de mantenerse en su lugar, repitiendo como un mantra: “se acabó… se acabó… se acabó”. Él busca sus labios. Ella gira la cabeza permitiendo que él oculte la cara entre sus cabellos rizados, respirando el aroma a lavanda que siempre le ha asegurado que desprendían sus cabellos. Ella aprovecha ese instante, en el que cree morir de amor, para acercar su boca a la oreja de él, para susurrarle entre gemidos:
  • Se acabó, se terminó… Tiene que ser así…
Él vuelve de su cálida estancia y enfrenta su cara a la de ella. Sus manos, sus fuertes manos, aquellas que culminan los brazos que son su refugio, enmarcan su cara y la obligan a mirarle a los ojos.
  • No
Ha sido un no rotundo, claro, seguro. Tras dejar clara su posición, baja hasta los pechos de ellas, los toca, los estruja, los acaricia… Juega con sus pezones, entreteniéndose a medirlos, a sopesarlos, como si nunca antes los hubiera visto, como si fueran un milagro que la naturaleza le otorga. Ella se deja hacer, incapaz de realizar el movimiento que debería, salir de esa cama, ocultar su desnudez y marcharse cuanto antes. Aunque duela tanto, tanto, que es como una brasa que le incendiara por dentro. Pequeños suspiros escapan de su interior sin pedir permiso. Pero este momento no nubla el que vendrá, está siempre ahí, agazapado, presente…
  • Esta es la última vez… No hay más remedio… Lo sabes…
Él retira la mirada de sus pechos y sus ojos se alzan desde ese privilegiado enclave para enlazarse con los de ella.
  • No
Para demostrarle que no es posible, continúa su descenso hasta su pubis, hasta alcanzar ese rincón íntimo, el más íntimo de todos, que ella le regaló hace ya tanto tiempo que él puede considerarlo su casa, su hogar. Comienza a lamerlo, a succionarlo, como si quisiera robárselo a su propietaria y hacerlo parte de él. Su lengua alcanza cada milímetro de piel. Se ayuda de su mano para provocar en su pareja una montaña rusa de sensaciones. Le petite mort, que dicen los franceses, nada más gráfico, orgasmos que son pequeñas muertes. Ella arquea la cabeza, la espalda, la cintura… toda ella se contorsiona, se eleva… Llega el momento de la unión, él dentro de ella, la acometida fuerte, el movimiento compasado, las uñas de ella arañando la espalda de él… Ella insistiendo, entre lágrimas y jadeos, en el oído de su amante:
  • Te quiero tanto… tanto… pero no puede ser… No puede ser… no puede ser…
Mientras él, tirándole del pelo, obligándola a escuchar, repite su propia creencia:
  • No
Ella se viste, intentando hacerlo rápido, pero deseando que este momento no acabe nunca. No le mira, no es capaz, sabe que si lo hace se quedará para siempre en esa cama, con él, exiliados en esa isla desierta que conforman unas sábanas y un somier. Entre sus brazos, alimentada por sus sonrisas, por su amor… Finalmente, acaba de colocarse la última prenda y ya no le queda más remedio que mirarle… Y pronunciar las temidas palabras.
  • Me voy… quiero quedarme… pero no puedo, no debo…. esto es lo que nos ha tocado.
Él se pone nervioso por primera vez, comienza a asimilar la verdad, la realidad o mala suerte que le está tocando vivir. La agarra fuerte del brazo y la atrae hacia él.
  • No… podríamos…
Ella no le deja acabar. Le agarra la cara con las dos manos, como anteriormente hizo él, le mira fijamente a los ojos y, sin saber de dónde, saca fuerzas para interrumpirle y poner los pies en la tierra, los de los dos:
  • Se acabó. A partir de mañana todo cambia. Yo me vestiré de novia para casarme con Andrés. Y tú estarás donde tienes que estar, junto a tu hermano en el altar. Cuando la ceremonia acabe y todo el mundo nos bese para felicitarnos, tú serás el primero en darme un beso en la mejilla… y te convertirás en mi cuñado… No podemos hacer otra cosa… Ya no…
Él baja la cabeza y pronuncia tristemente otro no, un no ya vencido, sin autoridad. Ella lucha porque las lágrimas no se le escapen. Le besa en la frente y sale de la habitación.

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