Mar en el Hogar Lerchundi, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
Ideológicamente hay quien diría que estamos a años luz. A pesar de que tenemos la misma edad. Pero ella es creyente y yo no. En mi casa no nos bautizaron. No hemos ido nunca a misa. Mi educación cristiana se reduce, únicamente, a las clases de religión que recibí en el colegio. De esas clases recuerdo pocas cosas. Recuerdo que mirábamos películas como Marcelino pan y vino y Los diez mandamientos. Recuerdo, también, al profesor. Se llamaba mosén Ignaci. Lo recuerdo porque nos hacía trabajar en una libreta y, de vez en cuando, debíamos acercarnos a su mesa para que él valorara nuestros progresos. Los míos le importaban un pimiento. A mí siempre me decía lo mismo.
—Tú no estás bautizada. ¿Sabes que los niños que no están bautizados y mueren no van al cielo? Van al limbo.
¿Al limbo? Me imaginaba vagando eternamente. Sufriendo sin remedio y todo porque mis padres no habían querido pasar por el aro. ¿Qué culpa tenía? Yo no había decidido nada. ¿Ese era el mensaje de un Dios caritativo, comprensivo, lleno de amor y perdón? A mí no me lo parecía. Después vendrían otras cosas de la Iglesia que tampoco me gustarían y, al final, tuve que agradecerles a mis padres que no me obligaran a formar parte de ella.
Pero ni todo es blanco, ni todo es negro. El mundo es una paleta de tonos grises. Ahí está la gracia ¿no?
Esta chica tiene unos principios muy claros. Tiene valores. Es una de las primeras cosas que me sorprenden. La otra, y me viene de deformación profesional, es que se expresa muy bien. Con precisión. Con gracia. Las palabras fluyen de su cabeza a su boca con una facilidad que no abunda. Y así da gusto.
Me habló de ella una amiga, Bea. Su hija mayor ha empezado este año con la catequesis y va encantada. Es que la chica es muy maja, me dice. Yo, que soy una ignorante al respecto, pensaba que la catequesis la daban los curas y las monjas. Ahora sé que no es así. Le pedí a Bea que me diera su teléfono. Quería conocerla. Me lo pasó. La llamé. Le propuse quedar para tomarnos un café. Bueno, en realidad ella pidió un té y yo, un zumo de naranja.
Se llama Mar. Tiene treinta y cinco años. Es malagueña. Profesora de música. Actualmente de excedencia indefinida. Hace dos años que trabaja en Tánger.
—¿Cómo aterrizaste en Marruecos? —Yo ya había hecho varias estancias de verano como voluntaria. Estuve en Ecuador, Argentina, El Chad,… pero al final se me quedaba pequeño. Decidí buscar un proyecto más a largo plazo. Empecé a mover papeles y mirar qué podía hacer a nivel laboral. —¿Y? —Me ofrecieron un trabajo de formación de profesorado en El Chad. Yo iba en esa línea pero no había convenio entre países. No había nada. Fue entonces cuando me hablaron de este puesto. —¿Quién? —El anterior matrimonio que trabajaba aquí. Son de mi comunidad. Llevaban siete años y querían regresar a España. Ellos me dijeron que enviara el currículum. Lo eché y aquí estoy. —¿En qué consiste exactamente tu trabajo? —La Diócesis de Tánger tiene varios proyectos, yo me encargo de dirigir uno de ellos: El Hogar Lerchundi. Es un centro de día. Acogemos a niños de entre seis y dieciséis años. Nos ocupamos de los chavales en los tiempos que no van a la escuela. Les damos el desayuno, la comida, les acompañamos al colegio, les ayudamos con los deberes... Actualmente tenemos a setenta y siete. —¿Cuál es el perfil de las familias que solicitan vuestros servicios? —Hay muchas familias monoparentales. Mujeres que no tienen marido ni apoyo familiar. Están completamente solas. Si trabajan no se pueden hacer cargo de sus hijos. Normalmente estos niños se quedan en la calle o encerrados en casa bajo llave. Nuestra idea es atenderlos para que la madre pueda trabajar y sacar adelante a la familia. —¿Sólo madres solteras? —No. También hay matrimonios donde uno de los dos está enfermo y no puede trabajar. O familias con los dos progenitores sanos pero con un nivel tan bajo que les resulta muy difícil salir adelante. El gobierno no ofrece ningún tipo de ayuda social.
En España, Mar dejó un trabajo fijo y estable como funcionaria pública para venir a Marruecos a trabajar en una ONG. Tiene contrato y un sueldo. Eso sí, representa sólo la mitad del que percibía antes. No era una cuestión de dinero, puntualiza, pero necesitaba que hubiera ingresos. Tengo una hipoteca…
—Desde pequeña cuando veía estos países en la tele y cómo vivía la gente… siempre me emocionaba. Pensaba: yo un día podría hacerlo. Ir allí. Lo que más me gusta de este trabajo es el trato con los niños y sus madres. Son muy participativas. Lo que menos, cuando he de negar la ayuda a alguna de las familias. —¿Recuerdas algún caso en concreto? —Sí. Una madre con una hija. Solicitó la plaza. Se la dimos. Pero cada mes cambiaba de piso. Siempre la echaban del trabajo. Empezó a deambular por la calle. A saltarse las normas porque aquí hay unas normas. Una, es que los niños estén escolarizados y otra es que los padres trabajen. —¿Y? —Ella prefería no trabajar y recibir comida gratis de Cáritas. Le dijimos que la retirábamos del programa. Y se marchó. El otro día vino y me preguntó si la niña se podía quedar. Estaban todos los chavales jugando en el patio y le tuve que decir que no. Se me partió el alma. Por la niña. —Que pena…—Su madre prefiere estar con ella en la calle antes que trabajar y llevarla a la escuela. Hay niños que viven situaciones muy complicadas.
Le pregunto si cree que este tipo de comportamiento se debe a la religión. Como todo depende de Dios… parece que las personas no tengan responsabilidad sobre su vida, le digo. Su respuesta me hace reflexionar sobre mis palabras y mis prejuicios.
—Esta gente tiene una base social que no se puede juzgar desde nuestro status como occidentales. Quizás tú tienes un problema pero cuentas con recursos y estrategias para afrontarlos. Ellos no. No es que no quieran es que no saben cómo hacerlo.
Tomo nota. Quiero más. Después de casi dos años viviendo en la ciudad me interesa saber cómo ve ella Marruecos. Se lo pregunto. Se lo piensa un momento y me responde.
—Los más desfavorecidos son los que menos importan. Se sigue pensando que un niño discapacitado no puede tener acceso a la educación.Sólo se mira para ese lado —y señala la zona del puerto. —Aquí es donde el gobierno invierte porque espera que esto traiga dinero. Pero en la ciudad sigue habiendo mucha miseria y hay que recordar que este no es un país tercermundista.
Mar proviene de una familia religiosa. Siempre ha estado ligada a movimientos cristianos. Yo, que he recibido una educación totalmente distinta, le pregunto por el tema.
—El trabajo más difícil está en España. Los jóvenes no se sienten identificados con la iglesia y los comprendo. No ven que haya una coherencia entre lo que se predica y lo que se hace. Yo aquí lo tengo más fácil. Pero que conste que en mi trabajo ni hablo de Dios ni evangelizo. Mis creencias religiosas pertenecen al ámbito privado.
Cierro la libreta y guardo el boli pero seguimos hablando. Le pregunto sobre el Papa, la jerarquía en la iglesia, el Vaticano y los obispos. Ella me habla de las monjas, los homosexuales y los voluntarios.
—Cuando la gente me dice que venimos a ayudar, me río. No creo en ese concepto. Venimos a aprender, recibir, compartir. Ayudar implica que tú das, pero aquí se trata de recibir. Ahí está la satisfacción personal. Cuando recibes más de lo que das. Eso te cambia la vida.
Pagamos la cuenta. Nos despedimos. Fuera ha oscurecido. En la calle hace frío. Estoy helada. Subo andando hasta casa. Cuando llego, el Kalvo les está dando la cena a los niños. Me siento con ellos en la mesa y, como es habitual, le cuento cómo ha ido.
Yo no estoy bautizada y él apostató. En general, la religión nos causa más rechazo que otra cosa. Cualquiera de ellas. En esta ocasión, tengo que admitir, que después de conocer a Mar, me replanteo algunas cosas. Porque sigo sin creer en Dios, la vírgen y el espíritu santo pero respeto y admiro a las personas que se entregan a los demás. Que trabajan para que todos tengamos un mundo mejor. Que se dedican a poner su granito de arena en este planeta desquiciado. Creo no equivocarme si digo que Mar es una de ellas.