Hace unos días se han conocido los galardonados con los famosos premios Nobel, que vienen a ser un reconocimiento de estos profesionales en sus diferentes campos de trabajo y la labor en pos del bienestar y del desarrollo de la humanidad y de la paz. Entre las categorías científicas se encuentran la física, la química y la fisiología o medicina, pero no hay nada sobre geología que, al igual que ocurre con las matemáticas, no tienen representación en estos prestigiosos premios. Para encontrar relevantes premiados en ambos campos debemos acudir a la medalla Fields, otorgada cada cuatro años, y la medalla Wollanston, reconocimiento otorgado por la Sociedad Geológica de Londres.
Realizando una pequeña búsqueda, más bien rápida y concisa, resulta que no ha habido ningún geólogo que haya tenido el honor de llevarse a su casa una medalla con el rostro grabado del polifacético Alfred Nobel, pero sí que uno de los afortunados tuvo relación con la geología y propuso una de las hipótesis más conocidas por la humanidad en este campo.
El hombre del que estoy hablado es Luis Walter Álvarez. De orígenes españoles (su abuelo nació en Luarca (España)), Álvarez se convirtió en físico por la universidad de Chicago. Sus comienzos en la investigación se basaron en el incipiente estudio de la física de partículas, participando en el descubrimiento de la primera reacción de fusión por átomos de hidrógeno.
Este conocimiento le hizo ser parte proyecto Manhattan, en el que contribuyó al desarrollo de la tecnología necesaria para la creación de la bomba atómica, codo con codo con físicos de alto nivel, como el propio Oppenheimer. Todo este trabajo fue el germen que posteriormente le haría merecedor de tan ilustre galardón.
Al regresar a su puesto como profesor en la universidad de California su mente científica volvió a ponerse en marcha y pronto comenzó a pesar de qué modo podía integrar los conocimientos sobre radar adquiridos durante la guerra mundial y sus aplicaciones en la física de partículas. Esto le impulsó a realizar los primeros programas de reconocimiento de partículas dentro de las cámaras de burbujas, en concreto las de hidrógeno que él mismo ideo. En estas cámaras se descubrieron partículas, el modo en que estas interaccionan y sus modos de resonancia. Toda esta labor es lo que la comisión sueca consideró para otorgarle el Nobel en 1968.
Aunque su labor fue principalmente en el campo de la física, también formó parte del equipo que estudió varias pirámides egipcias para el descubrimiento de cámaras secretas y ayudó al análisis de las imágenes tomadas por video-aficionados durante el asesinato del presidente Kennedy.
Pero sin duda, para los geólogos, el estudio más interesante es el que
desarrollo junto a su hijo, el geólogo Walter Álvarez. En la década de 1970, Álvarez hijo se encontraba trabajando en la parte central de Italia, donde se encuentran una serie de estratos de limos del Cretácico al Paleoceno, incluyendo el límite conocido como K-T que marca el paso de una era a otra. Este límite se encontraba marcado por una capa de arcillas negras a la que nadie había encontrado explicaciónCon la ayuda de su padre y dos investigadores más (Frank Asaro y Helen Michel) se dispuso a estudiar esta capa, obteniéndose que su composición contenía altas cantidades de iridio, anomalías en cromo, gránulos de cuarzo de impacto, esférulas de vidrio y tectitas. Todos estos datos solo tenían una posible explicación.
De este modo surgió la hipótesis Álvarez, publicada en 1980, la cual dispone que la extinción que se produjo entre el Mesozoico y el Cenozoico, que entre otros acabó con los dinosaurios, se produjo por el impacto de un meteorito que irradió a lo largo del planeta material que se deposito en esta capa. Inicialmente esta propuesta fue muy discutida por la comunidad, quienes no veían que fuese real y se barajaban otras hipótesis.
Diez años después, se descubrió en México las evidencias de un gran impacto, denominado Chicxulub, que sirvió como prueba definitiva para dar veracidad a esta hipótesis desarrollada por padre e hijo y que en la actualidad apenas se discute, aunque con el matiz de que tal vez no fuese el único culpable de la mega extinción (habría que añadir el aumento de la actividad volcánica a nivel global) aunque si el desencadenante principal.
Tal vez no exista un geólogo premio Nobel, y es bastante complicado que alguno lo pueda conseguir en el futuro (espero que me pueda comer estas palabras), pero si alguna vez hubo alguien tan cerca de ganar uno, tal vez Luis Walter Álvarez deba llevarse ese honor.