Revista Cultura y Ocio

Noches azules de joan didion

Publicado el 31 enero 2013 por Molinos @molinos1282

NOCHES AZULES DE JOAN DIDIONEn la prehistoria de este blog, en noviembre de su primer año, escribí una entrada sobre un libro que me encantó a pesar de lo durísimo que era, “El año del pensamiento mágico” de Joan Didion.
Recuerdo perfectamente que lo vi reseñado en un periódico y podías descargarte el primer capítulo. Lo leí en el ordenador de los libros de colores y supe que tenía que leerlo. Lo saqué de la biblioteca y ahora me arrepiento porque a pesar de que copie muchos párrafos en mi cuaderno de lecturas, es un libro que desde entonces ha estado en mi cabeza y en el que pienso muchísimo y me gustaría releerlo. Es un libro además, que regalé a Molimadre, surgió luego en una conversación e inspiró el post de "El luto hacia delante" (uno de los que más me gustan de todos los que hay por aquí).
Estas navidades leí varias reseñas sobre " target="_blank">Noches azules de Joan Didion y lo pedí a los Reyes que no me lo trajeron, pero si me trajeron uno que yo no quería leer y fui y lo cambié.
Noches azules es el libro que Joan Didion escribe a partir de la muerte de su hija Quintana. Espeluznante, ya es tener mala suerte en la vida. Su hija sufre una hemorragia cerebral y al volver con su marido cuando de visitarla en la UCI del hospital, se sientan a cenar y él muere de un infarto. Mientras trata de lidiar con su muerte, su luto y todo el barullo emocional y físico que eso supone tiene que seguir cuidando a su hija, visitando, esperando que mejore...para asistir dos años después a su muerte.
Didion decide entonces luchar contra la pena atroz, la impotencia y la paralización emocional, mental e incluso física haciendo lo mismo que hizo cuando murió su marido, escribe un libro. Un libro que ha tenido que dolerle de una manera atroz. Se sienta y con una increíble frialdad que te estremece hasta los huesos disecciona su propia maternidad y su relación con su hija.
Cuando Didion reflexionaba sobre la muerte de su marido lo hacía sobre sus sentimientos por la ausencia, observaba su pena, su luto, la tristeza, la sorpresa ante el hecho de encontrarse mirando fijamente sus zapatos y pensando que tenía que volver a casa porque sus zapatos estaban allí, la incredulidad, la sensación de vértigo del “nunca más”.
En Noches azules Didion recuerda la infancia de su hija escudriñando cada detalle, cada frase, cada foto, cada pequeño resquicio de recuerdo intentando encontrar una explicación a su muerte y a su vida en cierta manera atormentada. En este repaso vital espeluznante por supuesto se culpabiliza, se acusa de no haber estado pendiente de determinados detalles, de no haber visto las “señales”, de no haber sabido prevenir la situación. Es atroz, y terrible leerla, porque sabes que no va a llegar a ningún sitio más que a causarse un dolor aún mayor pero por otro lado sabes que es su manera de enfrentarse a esa situación.
Repasar tu propia maternidad es encontrarte de golpe con todos tus fallos ahí expuestos, es enfrentarte al hecho de que no estabas preparado aunque creyeras que lo estabas y de que nunca lo estuviste realmente y de que no lo estás haciendo bien. La muerte de un hijo además te lleva directamente a la fase del luto hacia delante. Tú te haces mayor, envejeces y tu hijo se queda anclado en la edad que tenía al morir y no hay manera de que sepas cómo sería al envejecer. Seguir envejeciendo y viviendo mientras tu hijo ha muerto es tan antinatural que pierdes cualquier anclaje, cualquier referente vital.
La segunda parte del libro es justamente eso, el desmoronamiento físico, mental y emocional de Didion que se observa a sí misma encontrándose débil, asustada, desorientada, enferma y sin un punto al que agarrarse para seguir adelante aunque realmente no sabe ni siquiera qué es adelante. Joan Didion y su marido, adoptan una niña. Reciben una llamada y van al hospital a por ella. Didion repasa sus sentimientos y sensaciones.
 “ En otras palabras, soñando que yo había fracasado. Que me habían dado una criatura y yo no la había cuidado. Cuando pensamos en adoptar un bebé, o ya puestos, en tener hijos, ponemos énfasis en el aspecto de la “bendición”. Omitimos el instante del escalofrío repentino, del “que pasaría sí”, de la caída libre en el fracaso seguro. ¿Y si no conseguimos cuidar a este bebé?¿Y si este bebé no se desarrolla bien, y si no me quiere nunca?Y lo que es peor todavía, mucho peor, tan peor que resulta impensable, aunque yo sí lo pensé, lo piensa todo el mundo que ha estado esperando para llevarse a un bebé a casa: ¿y si yo nunca consigo querer a este bebé?”
Yo tuve exactamente esa sensación y ese pensamiento. Sé perfectamente donde estaba, la hora y el día en que tuve ese pensamiento.
Reflexiona también sobre la relación con los hijos.
Cuando comencé a escribir estas páginas, yo creía que iban a tratar de los hijos, de los que tenemos y de los que desearíamos tener, de las formas en que dependemos del hecho de que nuestros hijos dependan de nosotros, de las formas en que los animamos a que sigan siendo niños, de las formas en que ellos siempre nos resultan más desconocidos para nosotros que para sus conocidos más casuales; de las formas en que nosotros somos igualmente opacos para ellos. ( ) De las formas en que ni nosotros ni ellos podemos soportar contemplar la muerte ni la enfermedad, ni siquiera el envejecimiento del otro”
Hace un fabuloso análisis de la paternidad y cómo ha evolucionado. Didion tiene 75 años pero cuando habla de su infancia se parece mucho a la mía, a la de alguien de 40..el cambio ha sido posterior.
No conozco a muchas personas que crean haber sido buenos padres. Los que si lo creen suelen citar toda una serie de criterios que implican status (el de ellos) en el mundo: la licenciatura en Standford, el master en Harvad, el verano tranbajando para el bufete de abogados blanco y conservador. Aquellos que tenemos menos tendencia a elogiar nuestro talento como padres, que somos la mayoría, nos dedicamos a recitar el rosario de nuestros fracasos, nuestras negligencias, nuestras morosidades y desidias. La definición misma de lo que es ser buen padre ha experimentado una transformación elocuente: antes lo definiamos como la capacidad de estimular al hijo para que creciera hasta alcanzar la vida independiente, es decir “levantar” al hijo, dejarlo ir”
Cuenta su infancia donde no habia esa sobreprotección que impera ahora. “ Si te tiras por ahí, te caerás y te harás daño” era la máxima advertencia que recibía...se tiraba y se hacía daño. Y así se iba a aprendiendo.
De todo aquello no queda nada. Hoy resulta practicamente inimaginable. En el programa de “crianza” actual no hay lugar para tolerar unos pasamientos tan inseguros. En cambio, los mismos que nos beneficiamos de aquella clase de abandono benigno, ahora medimos el ser buen padre como el grado en que conseguimos mantener a nuestros hijos vigilados, atados, encadenados a nosotros”
Todos estamos preparados para la muerte de nuestros padres aunque creamos que no, no lo pensamos, no reflexionamos sobre ello pero vivimos con esa realidad, con esa posibilidad. de vez en cuando y cuanto mayores nos hacemos te asomas un poquito y sientes vértigo y dejas pensarlo. La idea de que tus hijos mueran antes que tú es sin embargo inconcebible, no puedes ni siquiera formularla en tu cabeza porque sientes como si te quitaran el aire y te fueras a ahogar...nadie está nunca preparado para eso.
 “ Uno de sus miedos más pertinaces, me enteré mucho más tarde, era que se muriera John y no quedara nadie más que ella para cuidar de mi. ¿Cómo se podría haber imaginado que yo no iba a cuidar de ella?Eso me preguntaba yo antes. En cambio, ahora me pregunto lo contrario: ¿Cómo se imaginaba que yo iba a poder cuidar de ella?Ella me veía como alguien que necesitaba de ser cuidada. Ella me veía como alguien fragil. ¿Se debía la ansiedad de Quintana o a la mía?Yo me enteré de aquel miedo cuando a ella le quitaron temporalmente el respirador artificial en una de las UCI, no me acuerdo de cual”
Me ha gustado muchísimo. Me gusta como escribe Didion, con una increible frialdad, como si se viera desde fuera, pero por otro lado esa es la única manera de poder tocar esos sentimientos sin destrozarse.
“Sé que ya no puedo llegar a ella.Sé que si intento llegar a ella - si intento cogerle la mano como si ella volviera a estar sentada a mi lado en la cabina a oscuras del piso de arriba del vuelo vespertino de la Pan Am de Honolulú a Los Ángeles, si intento cantarle la canción del papá que se ha ido a buscar el pellejo de conejo para envolver a su conejita- ella se me deshará en las manos. Se esfumará. Se adentrará en la nada: el verso de Keats que la aterraba. Se apagará como se apagan las noches azules, se irá igual que se va la claridad. Se volverá al azul. Yo misma coloqué sus cenizas en el muro. Yo misma vi cerrarse a las seis las puertas de la catedral. Sé qué es lo que estoy experimentando ahora. Conozco la fragilidad y conozco el miedo. Uno no teme por lo que ha perdido. Lo que ha perdido ya está en el muro. Lo que ha perdido ya está al otro lado de las puertas cerradas. Uno teme por lo que todavía no ha perdido. Puede que ustedes todavía no vean nada por perder. Y, sin embargo, no hay nada en su vida en que yo no lo vea”.
Es un libro estremecedor y trágico. Hay que leer a Didion aunque se pase miedo. 

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