Por Ileana Medina Hernández
Me gusta mucho el mundo de los nombres y la onomástica. Tendría muchos hijos sólo por el gusto de elegir nombres para ellos ;-)
Creo que el acto de elegir nombre para el bebé es muy importante. Estoy segura de que los nombres influyen en la vida futura de las personas, no sólo por "magia", sino por que al elegir el nombre, los padres revelan inconscientemente qué esperan de su bebé y cuál es su actitud ante el mundo, y eso tiene sutiles relaciones con el estilo de entorno y de crianza que le ofrecerán al bebé. (Lo cual no quiere decir que haya un "determinismo onomástico", claro está).
Hay muchos tipos de nombres: están los nombres de moda, los que todo el mundo pone en un momento determinado. Cada 15 ó 20 años una hornada de nombres se instala en las preferencias de la gente. Son nombres al seguro, que a todo el mundo gustan, que se ajustan con la sensibilidad dominante. Los nombres más puestos de bebés en la última década en España pueden consultarse aquí, en la página web del Instituto Nacional de Estadística. Danieles, Pablos, Diegos, Lucías, Paulas y Saras son multitud, y en cada clase casi siempre hay más de un niño o niña que repiten estos nombres. Los nombres de moda hoy en dia son nombres cortos, sonoros, nombres de toda la vida pero que suenan modernos, distintos de los Facundos, Eustaquios, Dionisias o Encarnaciones de nuestros abuelos (que tocaban por el Santoral).
Están también los nombres que están de moda, pero que no deben parecerlo. Un poquito menos comunes que los anteriores, no llegan a arriesgar del todo, pero tienen cierto toque 'chic'. Los modernos con cierto toque de distinción ponen a sus hijos Marco (así sin -s-), Mateo, Noelia o Valeria.
Por supuesto están los nombres de los hijos de famosos y de gente con pasta. Los "pijos" han pasado en los últimos años de llamarse Borja, Francisco, Berta o Cayetana a poner nombres mucho más osados, como Bruna, Teo, Atalanta o Ella... dependiendo del toque bohemio que le quieran dar. El cambio de la clase "yuppie" a la clase "hippija", también se ha notado en los nombres. También los deseos de "distinguirse" a toda costa, de demostrar originalidad y distinción.
Están los nombres extranjerizantes que hicieron ola en los ochentas: Jennifer, Jessica, Cristopher, Kevin, Yeray, Yesenia, Sheila, Ilenia... Por suerte, estos han disminuido mucho en los últimos años, y hoy toman un cierto tufo de mal gusto, un poco "quinqui" o "cani" los llaman en los foros por ahí ;-). [El caso de Cuba es paradigmático de esta tendencia. Os invito a que reviséis los nombres de cualquier equipo olímpico cubano: se llaman Yunisleidys, Yoandri, Duniesky, Yusimí, Yankiel... El disparate de nombres inventados con Y griega en la Cuba de los ochenta fue total. Comenzaron poniendo nombres rusos (Katia, Tamara, Iván, Yuri...), ingleses o de Europa del Este en los años setenta, y se terminaron inventando todo tipos de nombres con Y griega y con K. La bloguera famosa Yoani Sánchez llamó a blog Generación Y precisamente dedicado a todos sus contempóraneos. Creo que en los últimos años también la tendencia ha revertido, y los niños cubanos ahora ostentan nombres fuertes del tipo que siempre han utilizado los argentinos: Gabriela, Marcelo o Estefanía.]
Luego están los nombres tomados de la naturaleza, para mí los preferidos. Algunos de esos nombres están de moda, como Luna o Alba, pero la mayoría se escuchan hoy poco. Me parecen hermosísimos los nombres de fenómenos naturales, flores, árboles o piedras: Aurora, Nieves, Margarita, Olmo, Roque, Ágata, Jade o Esmeralda.
También me gustan algunos nombres antiguos, algunos biblícos, esos supuestamente "feos" que usaban nuestros antepasados, como Jerónimo, Hernán, Noé o Isaías...
Luego están los nombres "neutros". Digamos que los nombres españoles eternos: María, Antonio, Manuel, Carmen, Juan... que no pasan de moda ni tienen ninguna connotación especial, o quizás esa, nombres "castizos" que muchas veces pasan de padres a hijos para mantener la saga familiar.
Al nombrar, honramos a nuestros hijos. Decidimos si se van a llamar "como todo el mundo", o si se van a distinguir (mucho o poco, para bien o para mal), decidimos si con su nombre van a hacer honor a su árbol genealógico, a la tradición religiosa, a una obra literaria, a un personaje famoso, a la madre naturaleza, o a un valor abstracto que queremos enaltecer y encomiar. No es una decisión baladí.