Norma Arrostito. Gaby, la montonera se estrenó a fines de 2008 en el Malba, como tercera entrega de la serie Vidas argentinas que el Centro Cultural Caras y Caretas coprodujo con el Incaa. El docudrama dirigido por César D’Angiolillo y protagonizado por Julieta Díaz constituye el primer retrato cinematográfico de la activista montonera que participó del secuestro del General Pedro Eugenio Aramburu y que luego encabezó la lista de desaparecidos asesinados en la ESMA.
La contextualización histórica a cargo de Lucas Lanusse y Roberto Baschetti, los testimonios de familiares, compañeros de trabajo y militancia, y la ficcionalización de algunos episodios articulan una biografía sobre todo respetuosa. Por un lado, D’Angiolillo apaga la cámara cuando algún entrevistado se quiebra; por otro lado evita recrear sesiones de tortura en las escenas ambientadas en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada.
La otra virtud de este trabajo es su honestidad intelectual, es decir, la transparencia ideológica del guión que el director escribió con Graciela Maglie. En este sentido, quienes creen en la objetividad/neutralidad de la Historia se rasgarán las vestiduras ante un retrato que reivindica la generosidad, la humildad, el compromiso, el estoicismo de quien se hiciera llamar Gaby (cualidades nada afines al estereotipo del villano subversivo).
Además de descubrir la figura de Arrostito, los espectadores repasamos los años ’50, ’60 y ’70 de nuestro país. El bombardeo a Plaza de Mayo, la Revolución Libertadora, el Cordobazo, la Primavera de Cámpora, el regreso de Juan Perón, la ruptura con Montoneros, el golpe de 1976 son algunos de los episodios recordados. Entre otros, (Rubén) Chamorro, (Ricardo) Cavallo, (Mario) Firmenich, (Rodolfo) Galimberti, Fernando Abal Medina, Carlos Mugica, Rodolfo Walsh son algunos de los nombres mencionados.
Julieta Díaz conmueve cuando, en la piel de Norma, le pide tres cosas al director del centro clandestino de detención de la ESMA: “que no me violen, que me fusilen -quiero una muerte digna-, que sea usted el encargado de disparar”. Los registros de esos años sostienen que la militante de 38 años permaneció en cautiverio 410 días hasta que la mataron con una inyección de cianuro. Algunos sobrevivientes cuentan que los militares mostraron su cuerpo a los demás detenidos-desaparecidos como si se tratara de un trofeo.