Revista Cultura y Ocio
Norteamérica profunda, por Juan Carlos Márquez
Publicado el 13 enero 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVegEditorial Salto de Página. 95 páginas. 1ª edición de 2008, ésta de 2012. Prólogo de Jon Bilbao.
En diciembre de 2012 Pablo Mazo, editor de Salto de Página, me escribió un correo comentándome que a Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) y a él les apetecería enviarme Norteamérica profunda para que lo comentara en el blog. Yo recordaba la portada de ese libro editado hace algunos años por otra editorial y supuse que Salto de página había decidido reeditarlo. Como me resultó bastante interesante el conjunto de relatos de Márquez Llenad la Tierra (reseña AQUÍ) y los libros de Salto de Página me parecen muy fiables, le contesté que sí, que me enviaran el libro.
Con Norteamérica profunda acabé y empecé el año; contiene cinco relatos, y leí cuatro en Nochevieja y el quinto en Año Nuevo (ésta es una de las ventajas de decidir dejar de salir en Nochevieja: al día siguiente puedes leer).
Si bien muchos escritores en nuestra lengua, españoles como Jon Bilbao –el prologuista del libro– o chilenos como Marcelo Lillo, han leído con profusión a los escritores de relatos norteamericanos (Raymond Carver, John Cheever, Tobias Wolff, Sherwood Anderson...) y los han asimilado como influencias claras en sus poéticas cuentísticas, el juego que propone Juan Carlos Márquez en este libro va más allá: no pretende escribir un libro de relatos asumiendo que es un escritor de una tradición foránea que recrea las formas norteamericanas pero acercándolas a contextos geográficos o humanos conocidos por él, sino que se plantea escribir un libro de relatos norteamericano como si él fuese un escritor norteamericano, con personajes norteamericanos, en ciudades norteamericanas, etc. El resultado es plenamente creíble pero, como comentaré a continuación, Norteamérica profunda no deja de ser un libro de relatos norteamericano escrito por un español, que además de conocer perfectamente la tradición con la que se mimetiza también plantea algunos distanciamientos irónicos de ella y dedica más de un guiño al lector español mediante la ironía y la complicidad cultural de saber que nosotros (los lectores) sabemos cómo es la Norteamérica que Márquez conoce: la misma que la nuestra, filtrada a través de los mismos libros, las mismas series o películas, la misma música...
Además no sólo cambia Márquez de tradición literaria para escribir este libro, sino que además lo hace, en más de una ocasión, de época. Así, el primer relato, Delawere, nos acerca a los primeros colonos y a sus problemas con los indios; un cuento narrado por un adolescente que se cierra con una bellísima y reveladora imagen final. Un relato que en su primera frase nos habla de yardas y no de metros, marcando los derroteros lingüísticos por los que circula la escritura de estos relatos.
El segundo cuento, Memphis, narrado en tercera persona, nos acerca a una historia carcelaria, cuyo tiempo narrativo se sitúa tras la Segunda Guerra Mundial. Me llama la atención el cambio de registro respecto al primer cuento: ahora Márquez elige un tono antipoético y crudo, de frases más cortas y afiladas. Por ejemplo, leemos en la página 29: “Lluvia de barro. Toda esa mierda”, o “Habían servido juntos en la guerra. Se había salvado el culo en más de una ocasión”, en la página 30. Tras este comienzo, que imita a las traducciones españoles de libros carcelarios norteamericanos, con su jerga traducida, en la página 31 el autor introduce lo que antes he denominado guiños al lector español: Así escribe: “Los emparedados de crema de cacahuete”. Quiero centrarme en esa palabra, emparedados: ningún traductor español del inglés va a traducir sándwich como emparedad; esta palabra que no se usa nunca en España, los españoles de más de 30 años la recordamos por los dibujos animados norteamericanos doblados por puertorriqueños o mexicanos, que veíamos en la televisión de los años 80. Leo emparedados y pienso en Popeye; como imagino que le ocurre a Márquez, y estos han sido los filtros a través de los cuales nos llega la Norteamérica que los dos tenemos en la cabeza, asimilada ya como propia. En la misma página 31 leemos: “Y cada mochuelo volvió a su olivo”, expresión que no puede ser más española. Y tras la sonrisa que me producen estos juegos lingüísticos, Memphis avanza con el ritmo propio de un gran relato, con un trabajado cierre epifánico.
El tercero, Bloomington, narrado por un adolescente neoyorquino trasladado al campo, parece un homenaje a Tobias Wolff. Y aunque la recreación de la Norteamérica rural y su psicología adolescente me parecen muy bien trazadas, sigue habiendo guiños al lector español; así, en la página 48 se habla de “revistas de destape”, un término muy propio de un español nacido en los 60. En este cuento se habla también de “urracas”, un pájaro que creo que no había oído nombrar a ningún escritor norteamericano; pero lo acabo de buscar en internet: este pájaro, para mí tan mediterráneo, también vive en el Oeste norteamericano. De nuevo otro gran cuento con un emocionante final.
Es posible que el siguiente, Saint-Raphaël, por ser el más osado sea el que me ha pareció mejor de todos. En él, Márquez se propone superar un nuevo grado de dificultad: escribir un relato como si fuese un escritor norteamericano que intentase pasar por europeo, y aun hablando de personajes norteamericanos sitúa la acción en Europa. El narrador, un noble decadente, parece una creación de Henry James o de Edith Wharton, o incluso de un Scott Fitzgerald que no alcanzase a comprender qué diferencia a los ricos o a los nobles del resto de los mortales.
Y el quinto, Churchill, está narrado por un bateador profesional que realiza un viaje al Norte para contemplar la aurora boreal junto a su novia enferma de cáncer. En este cuento, como en todo el conjunto en realidad, me ha llamado la atención la capacidad de Márquez para recrear detalles (geográficos, humanos, locales...); así, escribe en la página 83: “Podía batear una bola franca a más de cien millas por hora”, y me percato del trabajo que lleva crear una labrada miniatura como es cada uno de estos cuentos, el tiempo que hay que dedicar a investigar un deporte como el béisbol para acabar escribiendo dos palabras de lo aprendido, “bola franca”.
Norteamérica profunda me ha gustado más que Llenad la Tierra, porque en este último libro se mezclaban tipos muy diferentes de relatos; y algunos demasiado surrealistas o absurdos generaban una excesiva sensación de extrañeza. Norteamérica profunda me parece un conjunto de relatos muy compacto, muy original en su planteamiento, puesto que el deseo de absorción de otra tradición queda superado por el juego irónico que se establece con el lector; y cada relato es una pieza lograda con gran capacidad para emocionar y sugerir, al estilo de los grandes cuentistas norteamericanos. Si puedo achacar algún problema a este libro es el de hacerse corto; con gusto hubiera leído unos cuantos relatos más de este nivel.