Revista Cultura y Ocio
Frente a la idea de que los baladistas románticos son señores antiguos y pasados de moda, Pablo Alborán ha demostrado que no es así, que las canciones sobre sentimientos de amor fou, abandonos, desesperación y corazones abiertos en canal despiertan un hondo interés en la afición. Doblete del cantante (y compositor) malagueño en Cap Roig, semanas después de llenar también dos noches el Palau Sant Jordi, y nueva rendición ante la evidencia: Alborán despunta con abrumadora autoridad en el pop comercial español y, si no se estropea, tenemos artista para rato.
En lugar de buscar la sintonía con el gran público por la vía de la vulgarización musical, él ofrece una elegancia, una clase que aflora en su tercer disco, Terral, protagonista del repertorio de anoche desde la pieza que abrió el recital, Está permitido. «Y hoy me le levantado pensando en tus abrazos / Buscando una sonrisa que me nuble los fracasos». Ritmo pop con inflexiones melodramáticas y estribillos con convulsos recovecos, más largos de lo que los cánones radiables aconsejan (como ocurre con los de Alejandro Sanz), y una vocalización con vistas al sur, tocada por sus distintivos melismas aflamencados. «Bona nit, familia, ¿cómo estáis?».
SUAVE LATINIDAD/ En la siguiente pieza, La escalera, no hubo un estribillo sino dos, que no se diga. Despliegue de recursos. Cadencia latina y una trompeta que dibujaba siluetas jazzísticas. Alborán dio «gracias de corazón» a Cap Roig, y avisó: «me voy a dejar la piel por vosotros». Su demostración fue adentrarse en la suave rumba de Pasos de cero para sentarse luego al piano en dos refinadas piezas nuevas, Ecos y Recuérdame.
Canciones que rinden culto al amor y a la sensualidad, que suelen acumular generosas citas a besos, labios, pieles y sábanas. Si su vida es como sus letras, estará exhausto. Menudo agotamiento. Emocional y del otro. A veces se pasa de sentimentalismo, pero ya se sabe, cuando uno está enamorado puede perder de vista los límites de la cursilería. En ese estado parece encontrarse siempre Alborán, y ahí debe situarse también su público. Con una actitud cínica o sarcástica no es posible acceder a su mundo, a canciones que basculan alrededor de una idea total del sentimiento afectivo, como Quimera y Un buen amor, que en Cap Roig fundió entre sinuosas cadencias latinas.
SIGNOS DE MADUREZ / La ración de material nuevo se interrumpió cuando rescató Desencuentro, del primer disco, y Quién, del segundo. La distancia entre sus canciones primerizas y las nuevas es notable y se apreció aun más en ese juguetón, inocente, Caramelo, con el que no parece que nos separen cuatro años, sino quizá veinte. Alborán solo tiene 26, pero se muestra crecido, su música ha ganado pliegues y colores, y luce más registros como intérprete y entertainer. Su banda, dirigida ahora por el argentino Adrián Gonzalo Schinoff (asociado a artistas como Rosario, Estopa o Coti) le arropó con modos sofisticados, alternando los guiños latin-jazz con un moderado sinfonismo en piezas como Miedo, que Alborán introdujo con un solo de cajón a medias con el percusionista.
Si hace dos años, en el mismo Cap Roig, Alborán sorprendió adaptando al catalán unas estrofas de Solamente tú, anoche llevó un poco más lejos la apuesta. Anunció «un regalo» y cayó Paraules d'amor, de Serrat, pieza que ambos grabaron en la Antología desordenada del cantautor de Poble Sec. «Una pieza que para mí significa muchísimo», confesó. Fue el pórtico de un tramo intimista, con fibra acústica y taburetes en escena, en el que se soltó más como intérprete, improvisando una arrebatada introducción flamenca en ese distinguido fado mediterráneo que es El beso y poniendo a prueba su aguante pulmonar en Te he echado de menos.
Intensidad y brotes de desvarío («¡sácate la camiseta!») sofocados por Alborán, que prefirió detenerse para elogiar a los lugareños. «Qué bien me lo paso en esta tierra. Aquí hay mucha magia». Y viajes a sus jóvenes clásicos en el tramo final, de Tanto a Solamente tú, mezclados con una obra fresca que insinúa que, quizá, lo mejor esté aún por llegar.
Fuente: El Periódico.