El estreno de Millenium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (2009) me ofrece una inmejorable excusa para explayarme en el tema de las adaptaciones cinematográficas. Es un debate que se monta cada tanto en tertulias nocturnas, generalmente con una copa en la mano y otras más en el cuerpo, y que suele terminar en una ronda de momentos antológicos y preferencias personales por parte de cada uno de los componentes. Para acabar de redondear la cosa, justo antes de ir a ver la película, en el Club de Lectura, surgió nuevamente el problema de los criterios que deben guiar la adaptación cinematográfica de un original literario. Entremos directamente en materia:
1. No es posible que una adaptación cinematográfica alcance el nivel de detalle de una obra literaria. El lenguaje del cine está escasamente articulado y carece por completo de capacidad de abstracción, por lo que las ideas, pensamientos, opiniones y juicios se expresan mediante escenas, situaciones o diálogos que sirven de vehículo a la significación, que culmina en la mente del espectador. El documental clásico, por ejemplo, debe prescindir de la acción para exponer sus razonamientos, de manera que, mientras la voz en off explica la decadencia del imperio romano las imágenes muestran pinturas y objetos de la época, generalmente tomadas en museos. El resultadzzzzzzzzzzzz... Afortunadamente el documental más actual ha traspasado sin complejos esa frontera y mezcla realidad y ficción sin que eso implique devaluación de los contenidos, la crítica o los argumentos. En cambio, los pocos filmes de ficción que optan por expresar conceptos directamente mediante imágenes (en una arriesgada apuesta) suelen fracasar, pues resultan tan artificiales o pedantes como los documentales clásiczzzzzzzzzzzzz. La adaptación de Millenium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres es capaz de transmitir lo esencial de la trama novelesca, modificando el orden de los acontecimientos por estrictas razones de comprensión y funcionalidad. Su alto nivel es comparable a la que realizó Jean-Jacques Annaud --con guión de Andrew Birkin, Gérard Brach, Howard Franklin y Alain Godard-- en El nombre de la rosa (1986), renunciando sin complejos a verter todo elemento histórico o digresivo (nuevo clímax incluido) y potenciando la trama policíaca.
1½. El cine necesita entrar en materia rapidito: establecer los ejes temporal y espacial, presentar a los protagonistas, explicar sus objetivos y, finalmente, poner en marcha la acción. En una película esto suele ocupar apenas diez minutos, salvo que, por necesidades de la narración, alguno de estos elementos se escamotee sistemáticamente. En este sentido, Millenium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres posee un arranque ejemplar: la acumulación de informaciones previas no colapsa al espectador, sin dar la sensación de acelerar innecesariamente el ritmo ni de querer abarcarlo todo. Otro factor que ayuda es que la inmensa mayoría de los espectadores ya ha leído el libro (si hubiera pedido que levantaran la mano en la sala quienes no conocían la novela no habría contado más de cinco).
2. En la ficción literaria los personajes pueden tener la profundidad y matices que quiera su autor, en cambio, en el cine de ficción, se definen tan solo por lo que hacen, lo que dicen o cómo visten. No esperemos el mismo nivel de complejidad porque entonces el metraje se multiplica por nueve. El principal hallazgo de la novela es sin duda Lisbeth Salander, un personaje antológico que se incorpora a la galería de arquetipos de la ficción (subcategoría de hackers informáticos pendientes de socializar), por lo que no descartemos nuevos productos literarios y cinematográficos que se apunten al carro con un burdo «Guardar como...» de esta mujer. Igual que en la hexalogía de las galaxias Darth Vader eclipsó al buenín de Luke Skywalker y acabó siendo el protagonista indiscutible de la saga, la Salander arrebata el protagonismo, debido a su novedad y radicalidad, que inicialmente uno espera recaiga en el periodista Mikael Blomkvist (un personaje mucho más habitual en el género).
3. Es imposible que la historia se presente de la misma manera y con idéntico énfasis en el libro y en pantalla. Renunciemos desde ahora y para siempre a esperar que nos conmueva de la misma forma la descripción de alguno de nuestros momentos favoritos del libro, porque se produce mediante palabras. Sin embargo, dispongámonos a disfrutar con las indudables mejoras introducidas en el argumento, o con la versión en imágenes de los momentos cenitales de la novela. No nos engañemos: en la novela de Stieg Larsson se podrían eliminar sin problemas algunos pasajes, como el excurso sobre el nazismo sueco, o las cien páginas que tarda en cerrar las tramas secundarias, una vez despachado el enigma principal. La película ventila esa centena en menos de diez segundos sin que se resienta el conjunto ni echemos nada en falta. Es fácil distinguir una mala adaptación de una buena: en la primera asistimos a un eterno rosario de llegadas en coche, personajes recibiendo al protagonista en la puerta, encuentros, saludos y frases hechas... Afortunadamente, Millenium 1: Los hombres que no amaban a las mujeres (un mérito que atribuyo a Niels Arden Opley, el director) cae en el segundo grupo: los saltos entre escenas, especialmente al principio, cuando más falta hace, nos llevan directamente a lo que importa, incluso arrancan en plena conversación, sin esos diálogos previos que no aportan nada, ni siquiera verosimilitud. Echemos mano del archivo y comprobemos cuánto cine de intriga recurre a semejante tipo de narración estereotipada y caduca.
Esto me lleva directamente a la gran paradoja final: si todos hemos devorado la novela (en mi caso la primera parte, pero para la gran mayoría también la segunda y a la espera de la salida inminente de la tercera) la intriga no nos ofrece sorpresa alguna, y si ésta se modificara nos escandalizaría; de modo que lo único que nos queda es contraponer la trama novelesca con la cinematográfica. Quienes más disfrutarán de la película --y de la trilogía-- son los que no han leído el libro de Larsson ni piensan hacerlo, que encontrarán una trama original bien metida en un filme entretenido. A la inmensa mayoría restante nos proporciona material para el debate cine/literatura durante la copa de después. Hagamos la prueba cuando se estrene la segunda parte, a ver quién sale más entusiasmado: los que conocen el libro o los que no.