El pequeño salvaje de T. C. Boyle
Traducción de Juan Sebastián Cárdenas
ISBN: 978-84-15130-66-6
Encuad: Rústica
Formato: 13 x 20 cm
Páginas: 128
PVP: 16,95 €
El pequeño salvaje es una prodigiosa nouvelle que narra, de modo desgarrador, la historia del célebre niño salvaje de Aveyron, quien a principios del siglo XIX atemorizó y luego fascinó a toda Francia por tratarse de uno de los raros ejemplares de niño asilvestrado y criado entre bestias. A finales de septiembre de 1797, en los bosques del Languedoc francés, tres cazadores hallaron a un niño errante, completamente desnudo, hirsuto, que adoptaba los modales de un animal. Aparentaba unos ocho o nueve años. Una vez capturado, empezaría su peregrinación por la Francia recién salida de la revolución, recalando tanto en instituciones mentales como en refinados salones, donde constituiría poco menos que una atracción de feria.
Ficha del libro
El granjero tuvo el instinto de ahuyentarlo, pero se con¬tuvo. Había oído hablar de un niño salvaje, un niño del bosque, un enfant sauvage, así que se acercó a rastras para observar mejor el fenómeno que tenía ante sus ojos. Vio que, en efecto, el muchacho era muy joven, a lo sumo de ocho o nueve años de edad, y que solo usaba sus manos y sus uñas rotas para cavar en la tierra húmeda, tal como lo haría un perro. A juzgar por su aspecto, el chico parecía normal, pues usaba con soltura sus piernas y sus manos, pero se le veía en extremo demacrado y sus movimientos eran veloces y autónomos. En determinado momento, cuando el granjero había logrado acercarse a veinte metros, el niño levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Al granjero le resultó difícil apreciar el rostro del niño debido a la mara¬ña de pelo que le enmascaraba los rasgos. Por un instante nada se movió, ni el rebaño en la colina, ni las nubes en el cielo. Había algo sobrenatural en el silencio del campo, los pájaros ocultos en los setos contuvieron el aliento, la brisa se detuvo y hasta los propios insectos enmudecieron bajo tierra. Esa mirada —los ojos bien abiertos, sin parpadear ni una sola vez, negros como café recién colado, la rigidez de la boca alrededor de los caninos descoloridos— era la mirada de algo proveniente del Reino de los Espíritus, algo trastornado, extraño, aborrecible. Fue el granjero quien acabó marchándose.