Uno de estos días le oigo a la pequeña cantar
“..noviembre siempre triste….”
¿Qué cantas cariño?- le pregunto, tratando de disimular el nudo que noto en el estómago.
-La canción- contesta sin darle mayor importancia.
Una canción que su aita ha aprendido hace poco a tocar con la guitarra y que cantan los tres. Ella, tiene una capacidad realmente asombrosa para retener las letras y melodías de muchas canciones. Puede empezar a escuchar unos acordes y asociar rápidamente a qué canción corresponde.
También para reproducir la letra con haberla escuchado a penas un par de veces.
Bueno, eso es lo que me parece al menos a mi, aunque puede que solo sea amor de madre.
El caso es que ese día yo, que no suelo prestar especial atención a las letras de las canciones, me quedé con la frase y pensé
“Sí, noviembre siempre triste”.
De hecho, no hace mucho acababa de estar con una amiga con la que hacía tiempo que no coincidía, y ambas teníamos la misma sensación sobre este mes.
¿Por qué será?
En mi caso, y en el de esta amiga también, noviembre coincide con el aniversario de varias pérdidas importantes.
Los aniversarios de pérdidas pueden tener una resonancia emocional en nosotros mucho tiempo después de haber sucedido. Saberlo, ayuda de alguna manera a mitigar el dolor que puedan causar, aunque hacer desaparecer por completo esa tristeza sea a veces imposible.
A lo largo de la vida, las personas nos enfrentamos a pérdidas de diferente tipo. Cuando hablamos de duelo, a casi todos nos viene la pérdida por el fallecimiento de alguien querido. Sin embargo, además de ésta, existen otros cambios, propios del devenir de los años, que sin embargo suponen una pérdida emocional y como tal, generan un duelo que habrá que elaborar
- Cambios de ciclos vitales
- Pérdidas de salud
- Pérdidas de estatus, económicas, laborales
- Pérdidas sociales (amistades que dejan de serlo, cambios de residencias, etc)
Cada una de estas circunstancias, da inicio a un proceso más o menos visible:
El de atravesar ese espacio que une lo que pudo haber sido y fue, o no fue, pero que en cualquier caso nunca más podrá ser.
El duelo es un camino.
De la misma manera que cuando realizamos una travesía por el monte y al cruzarnos con otras personas vemos que cada una lo hace con su equipación y su ritmo, en el recorrido que lleva a la aceptación de una pérdida, cada uno avanzamos según nuestras posibilidades y recursos utilizando para ello ritmos y tiempos diferentes.
Existen sin embargo, etapas comunes que será necesario alcanzar y superar para que el duelo se resuelva adecuadamente.
- Negación: estado de aturdimiento o shock que dificulta la comprensión de lo que está ocurriendo. Quizá un estado necesario para seguir adelante con el día a día adormeciendo el dolor de la pérdida.
- Rabia por lo que ha pasado, en un intento de comprender, de buscar responsables, culpables. Algo que puede resultar frustrante y generar culpa, sobre todo cuando esa rabia se vuelca en personas queridas que ya no están. Es una etapa de búsqueda, a veces una etapa impulsiva en la que puede venir bien el apoyo externo para evitar una toma de decisiones precipitada que pueda generar nuevas pérdidas.
- Depresión, tristeza, pérdida de ganas y de ilusión. Porque llega un momento en el que la pérdida es evidente y sus efectos se hacen notar. Entonces se siente la falta de impulso y una gran necesidad de dejarse llevar. Aparece la tristeza y también el llanto incontrolado.
- Aceptación. Poco a poco se retoma el ritmo aunque probablemente sea otro diferente al que se ha llevado hasta antes del duelo. La pérdida se ha llorado y va quedando la cicatriz. Esta cicatriz es la que a veces, en determinadas fechas, seguirá doliendo, recordándonos esa parte que antes estaba o que esperábamos tener y ya no está.
Un camino duro pero necesario, que será más fácil de recorrer si:
- Nos damos el permiso para hacerlo a nuestro ritmo
-
Mantenemos la conexión con nuestros sentimientos
-
No perdemos la capacidad para expresarlos
-
Nos cuidamos y nos rodeamos de apoyos que acepten como estamos.
Yolanda P. Luna