Revista Cultura y Ocio

Nuestra parte de noche, por Mariana Enriquez

Publicado el 19 abril 2020 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Nuestra parte de noche, por Mariana Enriquez

Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez

Editorial Anagrama. 667 páginas. 1ª edición de 2019.
Una de mis mejores lecturas de 2018 fue el libro de relatos Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973). Me sorprendió muy gratamente cómo usaba el género de terror para hablar de otros miedos más cotidianos (el machismo, el abandono que sufren los pobres, los desaparecidos de la dictadura militar…). Por eso, cuando a finales de 2019 leí la noticia de que el premio Herralde había recaído sobre la extensa novela Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez sentí una sincera alegría y me apeteció de forma inmediata leer ese libro. Se lo solicité a la editorial y, muy amablemente, me lo enviaron para que pudiera leerlo y reseñarlo. Me he puesto con él a principios de 2020.
La primera parte del libro ­­–titulada Las garras del dios vivo– nos llevan a la Argentina de enero 1981, cuando rige en el país la dictadura de Jorge Videla. Juan, de veintiocho años, despierta a su hijo Gaspar, de seis, para salir esa mañana de Buenos Aires en coche hacia el interior del país, hacia la selva, frontera con Paraguay. Descubriremos pronto que Rosario, la esposa de Juan y madre de Gaspar, ha muerto recientemente. Al principio me estaba acercando a la lectura de la novela en clave realista y con la información recibida suponía que Juan y Rosario pertenecían a un grupo político que actuaba en contra de la dictadura, que habían sido los militares quienes habían asesinado a Rosario y que Gaspar huía de ellos. En realidad no es así y bastante pronto el lector comprenderá que Nuestra parte de noche es una novela abiertamente fantástica. Gaspar es un poderoso médium, usado por una sociedad secreta internacional llamada «la Orden», alguien capaz de poner en contacto a sus miembros con «la Oscuridad». Gaspar no puede eludir acudir a la mansión de sus familiares políticos en la selva (los padres de Rosario) para llevar a cabo su rito anual de invocación a la Oscuridad. Juan es un hombre de dos metros y pelo rubio, descendiente de emigrantes suecos en Argentina, que pese a su imponente físico se encuentra gravemente aquejado de una enfermedad cardiaca. Contactar con la Oscuridad no hace más que debilitarle, pero la Orden no puede prescindir de su poder y ahora le reclama a su hijo Gaspar para ser usado también a favor de sus intereses. La orden está embarcada en los últimos tiempos en el proyecto de conseguir la inmortalidad gracias a la transmigración de las conciencias en «cuerpos recipientes». Cuando el médium Juan consigue invocar a la Oscuridad ésta transmite información a los escribas sobre los pasos del proceso y los ancianos más poderosos de la organización no pueden renunciar a este sueño.
En gran medida Nuestra parte de noche acaba siendo un canto de amor a la paternidad. Aunque en más de una ocasión Gaspar no va a entender los actos de su padre y llegará a temerle, la motivación principal de la vida de Juan consistirá en alejar a su hijo de sus poderosos familiares políticos. En este sentido, el tema último de la novela nos puede recordar al de La Carretera de Cormac McCarthy.
La primera parte del libro, en gran medida, es una narración de carretera, con elementos fantásticos, puesto que Juan no está aún seguro de que Gaspar haya heredado sus poderes, pero pronto podrá comprobar que sí. Gaspar puede ver en un hotel de carretera la presencia de una mujer fantasmal que se queja de haber perdido a su hijo. Juan sabe entonces que ha de enseñarle a expulsar esas presencias y que debe hacer estos encuentros menos traumáticos para Gaspar que lo que fueron en el pasado para él.
El final de la primera parte, cuando se narra la invocación de Juan de la Oscuridad es impresionante. Cuando en mi adolescencia leía novelas de terror y de ciencia-ficción muchas veces me daba cuenta de que las ideas de los escritores que leía no estaban a la altura de su pericia narrativa. Con Mariana Enriquez ocurre justo lo contrario: el adolescente que leía libros de terror y ciencia-ficción que aún habita en mí no ha parado durante esta lectura de alegrarse al poder leer escenas fantásticas tan bien construidas como las que nos encontramos en Nuestra parte de noche.
La novela se divide en seis partes, aunque realmente dos de ellas (la segunda y la quinta) son mucho más cortas que las otras cuatro y actúan como elementos de transición. En el primer caso se cede la palabra al médico que atendía a Juan en su niñez y en el segundo a una periodista que investiga casos de desaparecidos de la dictadura y cuyas pesquisas le acercan a la mansión de los Brandford (la familia de Rosario).
La tercera parte –La cosa mala de las casas solas– nos lleva a la Argentina de 1985-1986 y Juan y Gaspar se han instalado en una casa modesta de un barrio de las afueras. Como si se tratase de una novela de Stephen King (escritor del que Enriquez es seguidora manifiesta), se nos presentará ahora la pequeña pandilla de amigos preadolescentes de Gaspar, un niño que vive ajeno a su familia política y a los supuestos poderes de los que es dueño. Sin embargo, estos poderes, que el lector conoce y los protagonistas de la narración no, se harán pronto presenten. Adela es una de las amigas de Gaspar y vive sola con su madre (se insinúa que el padre es un «desaparecido» de la dictadura), además le falta un brazo. Aunque Enrique no lo cuenta, el lector presiente que esa mutilación tiene que ver con los ritos de invocación a la Oscuridad que ya conoce y que, por tanto, de algún modo u otro, Adela y su madre están conectadas con Gaspar y su padre. Una casa cerrada del barrio, y cuyas puerta y ventanas parecen dibujar una insinuante cara, pronto empezará a llamar poderosamente la atención de los cuatro amigos (Gaspar, Adela, Vicky y Pablo) y el deseo de entrar en ella y descubrir sus secretos será una tentación que no van a poder eludir. Este tema de la niña a la que le falta un brazo y la casa encantada, que acabará siendo más grande por dentro que por fuera, ya fue tratado por Enriquez en La casa de Adela, uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. De hecho, parece describir en cuento y novela a la misma niña (aunque en un caso la amputación es a la altura del hombro y en el otro del codo).
Los homenajes a algunos de los maestros del terror son más o menos explícitos en estas páginas. De los que yo conozco, diría que en las páginas de Enriquez descansan con comodidad Stephen King, H. P. Lovecraft o Arthur Machen. Si bien, Enriquez usa muchos de los recursos clásicos del terror, como son las cartas del tarot, la invocación a los demonios, las casas encantadas, etc. diría que también consigue crear una cosmogonía propia muy bien armada. A diferencia de otras obras de terror, en Nuestra parte de noche todos los elementos fantásticos encajan perfectamente y nada parece creado al azar o ad hoc para resolver una escena.
Cuando comenté los cuentos de Nuestra parte de noche destaqué el hecho de que Enriquez se servía del género para denunciar algunos temas candentes de la sociedad argentina. En Nuestra parte de noche vuelve a hacerlo. No es casualidad que la primera parte del libro se ambiente en enero de 1981 cuando aún dirigen el destino de Argentina los militares de Videla, y que la familia Brandford, una de las más poderosas de la Orden, sea una familia de ricos con buena relación con los militares. No es casualidad que los muertos debidos a la Orden se puedan camuflar y mezclar con los muertos de los militares. Tampoco lo es que Juan, el poderoso médium con problemas médicos, provenga de una familia humilde y que la familia rica de los Brandford se lo compre a sus padres para poder usarlo según sus intereses. Esto parece una clara metáfora de la lucha de clases. También aparecen en esta novela los mismos mitos paganos que en los cuentos de Enriquez, y se habla, por ejemplo, de La Santa Muerte, una figura consoladora para personas que se sientes fuera de la sociedad o la religión convencional. Además de los miedos que generan la dictadura y el poder, también nos encontramos aquí con más tipos de miedos. Así, por ejemplo, se hablará también en la novela de las muertes por SIDA de finales de los 80 y principios de los 90, contado a través de Pablo, el amigo de Gaspar, que es homosexual.
Cuando he leído alguna de las estupendas antologías de cuentos de terror de la editorial Valdemar ya he apuntado esta idea: el terror describe una realidad íntima, en muchos casos, mejor de lo que pensamos. Nos rasga el velo de lo real y nos enfrenta a nuestros miedos más irracionales, a esos que no queremos mirar pero que están en nosotros y nos constituyen como personas. La tensión narrativa de Nuestra parte de noche no ha decaído para mí durante sus 667 páginas. Es ésta una novela con unas escenas de terror sobrecogedoras y cuyas páginas consiguen crear una atmósfera enfermiza perfectamente creíble y sugestionable. En este sentido, recuerdo la impresión que me causó leer este libro una noche yo solo en casa, cómo cada ruido del edificio conseguía asustarme. Si bien, en más de una ocasión, he comentado que quiero frenar con la lectura de tantas novedades literarias y refugiarme en los valores seguros de los clásicos, también he de decir que entre las novedades literarias a las que me he acercado durante los últimos años, libros que aún no han recorrido la senda del prestigio y la consolidación, Nuestra parte de noche ha sido uno de los que más me han impresionado y que más me ha hecho disfrutar. Un libro que me ha retrotraído a la lectura desprejuiciada y feliz de los primeros grandes libros de la adolescencia. En fin, que me lo he pasado en grande leyendo Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez.                                                    

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