Ediciones Liliputienses. 87 páginas. 1ª edición
de 2103; ésta es de 2015.
Gracias a internet, conozco desde
hace años el nombre de José María
Cumbreño, el editor de Ediciones
Liliputienses; al igual que yo, es un autor que ha publicado alguno de sus
libros en la editorial Baile del Sol.
Desde hace tiempo he empezado a fijarme también en la labor que está llevando a
cabo a favor de la poesía con sus Ediciones
Liliputienses, donde principalmente publica a nuevos poetas
hispanoamericanos que, pese a haber escrito obras de calidad, difícilmente
pueden ver la luz en nuestro país, debido a la condición minoritaria de este
género, y a que la edición por la que apuesta Cumbreño es la que está fuera del
circuito de los premios subvencionados con dinero público.
Cumbreño, además de apostar por
una poesía de calidad, se muestra en las redes sociales combativo con el asunto
relativo a los premios convocados por ayuntamientos, que son acaparados por las
editoriales punteras y que de esta forma publican a sus autores gracias al
dinero público. Por este motivo me pareció que le podía gustar mi novela
satírica sobre el mundo de la poesía Los insignes. Le propuse –a través
de Fecebook- un intercambio: yo le enviaba Los
insignes y él me enviaba algún libro de poesía de su editorial para que lo
comentara en el blog. Amablemente me envió más de uno. He empezado por Nuestra
película de las vacaciones del costarricense Jeymer Gamboa (San José, Costa Rica, 1980).
El libro se divide en cinco partes.
La primera se titula La insistencia de la luz y está
formada por un único poema de once páginas. En este extenso poema quedan
contenidos casi todos los temas que se van a tocar en el libro. Jeymer Gamboa
además de poeta es periodista y realizador audiovisual, y estas dos últimas ocupaciones
(y sobre todo la segunda de ellas) tienen un peso importante en su poética. La
mirada sobre la realidad que le rodea, en muchas ocasiones, es la del fotógrafo
o la del realizador de películas. En este sentido son muy significativos los
primeros versos de este primer poema, y por tanto del libro. Dicen así:
Para sacarle ganancia a esta luz
tengo una cámara réflex
y gusto por las azoteas.
Un poco más adelante, en la
página 15, nos desvela cuál es el impulso compositivo del poema: “No hay
direcciones. Sólo salí a tomar fotos y apuntes / para un ensayo sobre las
facultades de la luz”.
Este primer y largo poema me ha
gustado mucho, gracias a él ya sabía que iba a adentrarme en una poesía que me
iba a convencer; porque Gamboa practica la poesía que a mí más me suele gustar:
la poesía narrativa, con bellos apuntes líricos y que no desprecia la reflexión
sobre lo cotidiano.
La segunda parte se titula Fotos
colgadas en un tendedero, y ya desde el título sabemos que Gamboa va a
presentarnos aquí de nuevo algunas estampas que observa en la calle, desde un
balcón.. que posiblemente le llevarán a alguna reflexión; y principalmente lo
que hace es traer ante el lector la estampa de algunos recuerdo de infancia o
juventud.
En este sentido me gustaría destacar esta composición:
ÁRBOLES
Por el parabrisas del viejo Land Rover
veo a las garzas sobrevolar el ganado.
La tarde empieza a declinar con los grillos.
El aire en la finca aún hierve
con los últimos minutos de sol.
Abro la ventanilla para apoyar mi brazo.
Mi padre me alcanza unos limones dulces.
Luego enciende el carro
y lo acelera durante un rato
hasta que nos ponemos en marcha
por el camino polvoriento, lleno de curvas,
bajo la sombra prolongada
de los árboles y la memoria.
En estas estampas del pasado se filtra la nostalgia:
PUNTO PANORÁMICO
Pienso en el pasado
como un punto panorámico
donde cada vez es más extraño
contemplar los escenarios
que recuerdo de la infancia.
Me refiero al potrero donde jugué
a las tandas de penales con mis primos,
al terreno que desmalecé con papá
para sembrar maíz o alistar almácigos,
a los rastrojos que recorrí con mis tíos
durante sus cacerías nocturnas.
Las quebradas desbordadas en invierno
y los caminos de tierra colorada para ir a la iglesia.
La geografía de mi infancia
ahora es puro lenguaje.
Debo elegir bien las palabras
para mantener la brisa fresca en el rostro
al deslizarme en un cartón por el altillo
donde estaba la casa vieja de madera.
La tercera parte se titula La
jugadora de Hockey y otros poemas, y en este bloque de forma sutil los
temas expuestos en los dos bloques anteriores (la contemplación de la
naturaleza o los objetos, y los recuerdos) se abren a alguno más: las
relaciones de pareja o el deseo. Si bien he leído la segunda parte (y la
primera) considerando que las escenas descritas pertenecían a la Costa Rica
natal del poeta, tras leer en internet que en la actualidad Jeymer Gamboa vive
en Buenos Aires, y leer en los poemas de esta parte palabras que me sonaban tan
porteñas como “subte” (por nuestro “metro”), he empezado a pensar que ahora
estábamos en la capital argentina. Como pieza significativa voy a reproducir
aquí el poema que da título al bloque:
LA JUGADORA DE HOCKEY
Después de entrenar con el equipo del colegio
la jugadora de hockey sube al autobús
y se sienta a mi lado.
Empuña el palo en forma de J contra el piso
y se relaja en el asiento.
La muchacha tiene rostro anguloso,
pelo rubio por la cintura y piernas largas.
Su piel brilla con la transpiración
y la luz del atardecer.
Afuera el tránsito es lento y ruidoso.
Cada parada es un apunte mental.
Por la ventanilla miro a un paseador de perros
sentado en un cantero donde crecen envoltorios.
Las cintas amarillas de precaución
rodean la zona en obras de su entusiasmo
y un cartel le ofrece acondicionador
para el deseo, emociones sin frizz.
Enfrente, un mozo entra a un edificio
con el café expreso sobre una bandeja
mientras alguien sale al balcón en la parte alta
para sacudir el trapo roñoso del pensamiento.
En ese instante la jugadora de hockey y yo sonreímos
como si compartiéramos una clandestinidad fructífera.
Es un segundo cómplice y fortuito
que me acelera el pulso.
Después el trayecto vuelve a su cauce manso,
cada uno en sus fijezas.
Entonces decido sacar un libro
para leer durante las pausas
de los semáforos y las barreras del tren,
pero no logro pasar de la primera página,
de las rodillas manchadas con el jugo del césped.
En los poemas de esta parte hay
varias muestras de uno de los recursos que usa Gamboa en estos poemas: la
metapoesía, cuando la composición del poema habla del propio proceso de
composición: “En “la calidad de la cosecha” / había escrito, pero lo taché / y
escribí el presente.” (pág. 45), o unos poemas antes:
Quiero decirle que de esa época siempre permanece
alguna sensación rara dando vueltas dentro de uno.
Pero prefiero callarme porque me parece demasiado
obvia y sentimental mi reflexión.
Comentaba antes que al leer la
palabra “subte” pensé que el escenario de los poemas era argentino. Esta idea
se confirmó cuando llegué a un poema titulado Chivilcoy, que es el
nombre de una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Al leer este poema y el
siguiente, titulado El samurái pensé que, pese a la mirada moderna de Gamboa sobre
la cotidianidad, porque es alguien que posee una gran cultura audiovisual,
también había en su mirada algo muy antiguo, muy clásico: esa contemplación de
los fenómenos de la naturaleza que se muestra en la poesía china. Unas imágenes
sobre flores o frutas muy coloridas, muy hermosas. Reproduzco uno de estos
poemas:
EL SAMURÁI
Lluvias breves despiden la primavera.
El sol aparece como un samurái
sobre la llanura del atardecer.
Subimos a la azotea a tomar una cerveza.
El viento sacude la soga del tendedero
con prensas de madera sin nada que sujetar.
Los árboles ondean su óleo verde.
Escucho el arrullo de las palomas
junto a los tanques de agua.
Cables y antenas enmarañan el cielo.
Charcos secándose en el piso ocre.
Nos quedamos callados, rogando por el alivio
de algo que no entendemos.
Las nubes con domicilio en los suburbios
se mueven apresuradas hacia la estación de trenes.
Ya he comentado más de una vez
que cuando reseño libros de poesía a veces me cuesta encontrar las influencias
a los libros leídos (en prosa lo tengo más claro, porque he leído más prosa y
conozco mejor la tradición). A veces he pensado en el poeta chileno Jorge Teillier al leer estos poemas,
pero no estoy seguro de que pueda considerarse una influencia. Gamboa cita en
su libro a Ezra Pound, T. S. Eliot y Keats. E imagino que esto puede ser una pista clara de por dónde
pueden ir las influencias del libro.
(Ya adelanto hoy que he
contactado con Jeymer Gamboa y el autor se ha prestado a que le haga una
entrevista, así que estas dudas sobre las influencias quedarán contestadas en
los próximos días porque se lo pienso preguntar, iniciando así en el blog una
nueva desviación y deriva respecto a la reseña tradicional, ¿qué no tienes algo
claro sobre el libro a comentar?, pues nada más fácil que preguntarle al autor.)
La cuarta parte es la que da
título al libro. En Nuestra película de las vacaciones se reflexiona sobre los
viajes a través de tipo de imágenes que ya sabemos que vamos a grabar. Quizás
esta parte me ha parecido menos vistosa que las anteriores. Dejo aquí uno de
sus poemas:
UN FILM SOBRE EL
INVIERNO
El primer brote
puede marcar el comienzo
de una película dedicada
a la primavera;
un pie, que intenta sumergirse
en el agua de un lago,
puede abrir un film sobre el verano,
como los primeros vientos
agitando las ramas
pueden dar la escena inicial
de la caída de las hojas;
un grupo azorado por el viento,
en torno a un gran termómetro comercial
–que aparece luego en primer plano–
puede comenzar con eficacia un film
consagrado al invierno.
El libro se cierra con un quinto
bloque titulado Otros borradores, que, como ya apunté, vuele a jugar con el
concepto metapoético de la obra en marcha. Los dos últimos poemas del libro
abren nuevos caminos, pues nos encontramos aquí con dos poemas en prosa, y uno
de ellos al menos podría pasar por un relato. Voy a mostrar aquí el poema que
abre el bloque porque me gusta y porque me parece otro significativo resumen de
las intenciones compositivas del libro:
CHAMPÁN AMARGO
Decidiste abrir una botella de champán
que te habían regalado para las fiestas de fin de año,
pero como la semana pasada la refrigeradora
se había desconectado por un corte eléctrico
la bebida ahora estaba amarga.
De todas formas, adormecidos por la luz de enero
y observando los árboles de la avenida,
tomamos varias copas en el balcón.
Después nos mostraste fotos de tus vacaciones en el sur.
“Esta semana me dan los resultados de los análisis”
dijiste repentinamente mientras sostenías la cámara digital
para que viéramos una fila de pingüinos arribando a una
playa.
Hoy Ele, buscando otra cosa, encontró en un armario
el tapón de corcho que me regalaste ese día de amuleto.
He disfrutado mucho de este
libro. Normalmente leo prosa (novelas y relatos), y cuando regreso a la poesía
a veces me siento extraño, pero al poder leer poemas como los de este libro me
voy, poco a poco, verso tras verso, sintiéndome cada vez más cómodo, reconfortado;
y he acabado el libro, como en otras ocasiones, preguntándome por qué no leo
más libros de poesía. El nombre de la editorial de José María Cumbreño –Ediciones
Liliputienses- juega de forma irónica con el volumen de las tiradas de estos
libros que están lejos de la promoción de los premios vacios y que se ocupan de
autores que al vivir fuera de nuestro país no están aquí para promocionar sus
poemas en redes sociales o recitales en bares, pero que son verdadera
literatura. He buscado información sobre este libro en internet, y la verdad es
que hay muy poca. He visto dos portadas de él, así que no le ha debido de ir
tan mal: hubo una primera edición en 2013 y otra reimpresión en 2105. ¿Cuántas
personas en España habremos leído este libro? Si usted es lector de poesía
podría anotar este título, me ha parecido un gran libro de poesía.