Un señuelo, un cebo, un pretexto. Como el accidente que sufría el medico y su caballo en el arranque de La cinta blanca (Michael Haneke, 2009), la historia que abre de The Turin Horse es un mero reclamo para conducirnos a un espacio singular gobernado por un tiempo muy concreto. Un tiempo sin Historia que solo podemos aceptar llegando a él con una historia. Un tiempo vivo pero no-vivido. Nuestro tiempo, con el que nos relacionamos como si fuéramos forenses. El vínculo, nuestro vínculo, hace mucho que fue subcontratado. Así que celebramos nuestro analfabetismo temporal calmando nuestros nervios frágiles e irritables a base de largos planos secuencia. Vencidos por la catástrofe, ante los pliegues y arrugas revelados por la epifánica fricción entre “el tiempo” de la ficción con su propio “tiempo”, ha llegado el momento de imaginar en Hiroshima.
Salve quien pueda la vida.
Me and my horses
me and my horses
trouble in two places
as the city walls
down the city rules
thought I was close
to the place where I rose
me and my first date
we give and we take
we evaluate
we negociate
we communicate
thought I was late
when I passed through the gate
this feeling I hate
no, wherever you’re meant to go
back home
like houses
like homes
like leaving
like shoes
like running
like fast
like horses
like trust
like purses
like horns
like dancing
like drowning
with a stone in your pocket
with a stone
like probably
like worry
like possibly
like maybe
like maybe
like maybe…
Ricardo Adalia Martín.
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