Se nos ha ido uno de los grandes magos de la ciencia-ficción
Hoy, hasta los marcianos deben de estar llorando. Guardemos todos un minuto de silencio porque ayer se apagó, a los 91 años, uno de los cerebros creativos del S.XX. Cualquier fan que se precie sabe que a Ray Bradbury (1920-2012) le debe muy buenos momentos. Y podrían sacarse multitud de razones a colación por si la cantidad de premios obtenidos durante toda su carrera no son un motivo suficiente para haceros abrir una de sus obras. Amante de los tebeos, los dinosaurios, la magia y la ciencia-ficción, no dejó de reivindicar sabiamente cada vez que se le entrevistaba, que cada uno debía dedicarse a aquello que más amaba hacer en el mundo.
Nuestras últimas palabras al maestro, tras el salto.
Aunque más conocido por sus méritos literarios que por sus incursiones en el séptimo arte, Bradbury también nos deja con una digna herencia cinematográfica para recordarle. A pesar de que muchos de sus relatos se han llevado al cine (El monstruo de tiempos remotos, El sonido del trueno), e incluso a la televisión (Alfred Hitchcock presenta, Dimensión Desconocida, Más allá de los límites), él, curiosamente, comenzó adaptando la novela de Herman Melville, Moby Dick, a la gran pantalla para John Huston en 1956. Dos de las obras por las que más se le conoce son Crónicas Marcianas (1950) y Farenheit 451 (1953). La primera es un conjunto de cuentos maravillosos unidos por un tema común: la colonización humana en Marte. Fue llevada al cine en formato de miniserie en 1980 por Michael Anderson (La fuga de Logan, 1976).
Mientras que en el caso de Farenheit 451, fue nada más y nada menos que François Truffaut (Jules et Jim, 1961) el que se encargó de la adaptación trece años después. Tanto en la novela como en la película, ambientadas ambas en un mundo futuro, se nos muestra una sociedad distópica controlada por un gobierno que se dedica a perseguir y encarcelar a los lectores y quemar los libros bajo el pretexto de defender el bienestar del ciudadano. Asimismo, entre 1985 y 1992, Bradbury produjo una serie para televisión, The Ray Bradbury Theater, basada en la adaptación de sus propias historias, las cuales él mismo se encargaba de supervisar en cada capítulo. Hace unos meses ya os contamos en La Palomita los detalles de una de las últimas adaptaciones de su obra al cine, From the Dust Returned.
El estilo de Bradbury, muy poético, aunque con un tono moralista en ocasiones, se caracteriza por la evocación de imágenes llenas de nostalgia y romanticismo. Los paisajes que nos obligaba a visualizar con total exactitud mediante su prosa son al mismo tiempo tan maravillosos y desoladores, que activan algo en el lector que, como una droga, le impide apartar la vista de las páginas. Pocos autores han hilado historias fantásticas y de ciencia-ficción con tanta ternura y delicadeza, mostrando consecuencias tan demoledoras como las causadas por el defecto humano. Bradbury narraba sus relatos como si fuese consciente de los grandes errores que la humanidad iba a cometer en el futuro, denotando melancolía por un pasado no tan lejano. Pues, a pesar de que abrazó el adelanto tecnológico de su época, no le agradaba la cada vez mayor cantidad de juguetes tecnológicos que nos rodean y así advertía a través de sus fábulas de los peligros de la ciencia y la tecnología en malas manos. Sin embargo, cualquiera que haya leído a este autor, en algún momento habrá sentido la ilusión casi infantil de viajar en cohete a destinos lejanos, el delirio fascinante de contemplar el cielo color fresa en Marte al atardecer o un escalofrío lento ante la posibilidad de nuevas criaturas y mundos de pesadilla aguardando en silencio.
Desde La Palomita deseamos a este artista que tanto ha aportado al cine un buen viaje espacial. Hasta la vista inmortal Ray Bradbury.