Por Lucio Montlune
A pesar de que muchos pensarían que la evolución de la humanidad es una constante ineludible, y que el crecimiento de nuestro cerebro es una prueba de ello, lo cierto es que la realidad dista de estas afirmaciones, o al menos de una de ellas.
Por un lado se ha comprobado que el tamaño del cerebro no es proporcional a la inteligencia desarrollada por el animal o la persona en cuestión, pero también es cierto que la inteligencia de ciertas especies parece tener alguna relación con sus dimensione cerebrales.
Reflexiones en torno a este fenómeno se han revitalizado tras la confirmación científica de que el cerebro humano se encuentra en un franco proceso de encogimiento. El hombre de Cromagnon, que habitó hace aproximadamente 25,000 años ostentaba el mayor cerebro que haya poseído cualquier versión humana. En contraste, actualmente las personas tenemos un cerebro al menos 10% menor que el de nuestros lejanos ancestros.
Hasta ahora los investigadores no han podido determinar con precisión cuáles son las implicaciones de esta tendencia registrada a lo largo de milenios. Existen algunos que consideran que, contrariamente a lo que nuestro ego evolutivo ha supuesto a lo largo de la historia, tal vez en realidad estemos inmersos en un proceso de “estupidización”.
El científico cognitivista David Geary, afirma que la complejización de nuestra sociedad, proceso acompañado por el surgimiento de múltiples comodidades, ha provocado que los individuos requieran de menos inteligencia para sobrevivir y que a causa de esto quizá la sabia naturaleza este limitando nuestras capacidades.
En contraste a la postura de Geary, Brian Hare, antropólogo del Instituto de Ciencias cerebrales de la Universidad de Duke, cree que el encogimiento de nuestro cerebro en realidad refleja una ventaja evolutiva. “Un cerebro más pequeño es una muestra de selección contra la agresión. Otra forma de decirlo es que aumenta nuestra tolerancia” afirma Hare en entrevista con NPR.
De acuerdo con esta segunda teoría, cuando una población experimenta este proceso de selectividad evolutiva para reducir su nivel de agresión, esta navegando hacia la domesticación.
Como ejemplo Hare cita los estudios que ha realizado con chimpancés y bonobos. Los segundos tienen un cerebro más pequeño y son mucho menos agresivos. Y mientras ambos tienen la habilidad cognitiva para resolver un rompecabezas, los chimpancés no pueden lograrlo si se trata de trabajar en equipo mientras que los bonobos si acceden a la coordinación colectiva en torno a un objetivo compartido.
Pero más allá de la disyuntiva alrededor de las dimensiones cerebrales y su relación con un grado mayor o menor de inteligencia dentro de una especie, parece que esta discusión debiese ser aprovechada para detenernos un instante a reflexionar sobre la actual condición humana y en consecuencia contrastarla con momentos anteriores de nuestra historia.
Tal vez la mejor variable que podríamos utilizar como criterio para evaluar objetivamente nuestra evolución como raza humana es la calidad de vida. Y si analizamos objetivamente las circunstancias del escenario actual la comparación parece no ser tan favorable.
El lúcido teórico de los medios, Douglas Rushkoff, hace énfasis de su libro Life Inc en el hecho de que, contrariamente a lo que nos enseñan en la escuela, durante la Edad Media la población promedio, al menos en lo que se refiere al “mundo occidental” gozaba de una mayor calidad de vida que la disponible hoy en día. Y como argumentos menciona el hecho de que la gente de la Europa medieval estaba mucho mejor alimentada que la media del actual occidente.
Pero además, nuestros antepasados del medievo disfrutaban de una vida con menor estrés, mantenían una relación mucho más saludable con el entorno natural y, por si fuera poco, disponían de mucho más tiempo libre para dedicar a actividades recreativas y familiares. Todos ellos factores que podrían sugerir una calidad superior de vida que la nuestra a pesar del paraíso artificial de lujos y comodidades que nos hemos esforzado por construir en la actualidad.
Tomando en cuenta lo anterior, y sumándole distintos factores que padecemos hoy como una decadente alimentación cuya calidad es cada vez más amenazada por el desarrollo de transgénicos y la inclusión de hormonas, un desarrollo tecnológico que invariablemente privilegia los objetivos bélicos, una sobredosis de estímulos culturales que parecieran estar destinados a confundir el espíritu, y el surgimiento de nuevas y sofisticadas enfermedades relacionadas a pésimos hábitos cotidianos que hemos adoptado como parte de un estilo de vida contemporáneo, lo cierto es que bien podríamos pensar que nosotros, los humanos, hemos sido capaces de construir con nuestra existencia un espectacular monumento a la involución.
Y más allá de especulaciones, lo cierto es que ante la interrogantes “¿Somos cada vez más estúpidos?” responder es tristemente difícil.
Publicación: 05/01/11 10:45 AM
Autor: Lucio Montlune
Con información de NPR
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Fuente: PijamaSurf
Imagen: Human evolution