Revista Coaching
La economía compartida se abre paso y parece que va en serio. El llamado "consumo colaborativo" o economía persona a persona (peer to peer), es la nueva tendencia que reinventa las antiguas formas de compartir: Alquilar habitaciones, intercambiar la casa con un extraño para unas vacaciones, cuidar del perro de los vecinos o prestar dinero sin demasiados papeleos.
Colaborar, intercambiar, alquilar o prestar no son acciones innovadoras, lo nuevo es la escala del fenómeno. Al consumo tradicional le ha salido un competidor: el consumo colaborativo. Y es que gracias a las redes sociales, las nuevas tecnologías e internet, estas acciones se están convirtiendo en una tendencia que celebran los jóvenes, los ecologistas que luchan contra un crecimiento económico desmedido y las clases con menos recursos. Se comparte lo que se tiene y se ahorra, esa es la idea. En origen, una idea mezcla de recesión económica, tecnología e idealismo. En esencia, no se trata solo de incrementar tus ingresos, sino de no malgastar los recursos. Frente a la idea del consumo tradicional de ser propietario de bienes y servicios, el consumo colaborativo es un amplio y variado movimiento que defiende el acceso a esos bienes y servicios, pero sin poseerlos.
Existen tres formas de consumo colaborativo:
1.- Uso compartido de productos. Tiene como beneficio principal la reducción de la huella ecológica asociada a la fabricación.
2.- Mercados de redistribución de bienes usados como tiendas de segunda mano o mercados de trueque. Este modelo de economía compartida puede incrementar la huella ecológica por transporte y debe controlarse en los países menos desarrollados.
3.- Estilos de vida colaborativos caracterizados por personas con intereses comunes que se unen para compartir o intercambiar, como bancos del tiempo o cooperativas de consumo. Es la forma más social de entender la economía compartida, la menos ligada a motivaciones empresariales.
Pero el consumo colaborativo también es cada vez más el sueño de los que mueven el dinero e invierten en este campo. Porque la economía compartida parece haber llegado para quedarse, y ya no son acciones individuales sino empresas dedicadas a estas iniciativas las que tienen éxito, sobre todo desde que estalló la crisis financiera. Se mueve mucho dinero alrededor de estos negocios: unos 26.000 millones de dólares según The Washington Post. En Estados Unidos funcionan diversos negocios de consumo colaborativo: los que prestan dinero eliminando costes y complejidades administrativas, sobre todo porque la banca tradicional ha olvidado la verdadera esencia de su negocio; los que facilitan alojamiento barato mediante alquileres de casas o habitaciones; los que ofrecen espacios comunes de oficinas para hacer negocios, networking e incluso café gratis, reuniendo espacios y gentes; los que tratan de buscar a gente que hace el mismo desplazamiento y conectan conductores con pasajeros (en España BlablaCar); los que ofrecen una financiación comunitaria o crowdsourcing. (en España hay empresas más generales como Goteo o especializadas como Libros.com); los realizadores de tareas que contactan con empleadores; los que ofrecen menús cocinados por los vecinos; los de alquiler de ropa de segunda mano; las cooperativas de guarderías; los de enseñanza de idiomas mediante intercambio... la lista es innumerable. A medida que el consumo colaborativo crece con fuerza, los sistemas tradicionales de consumo comienzan a interpretar algunas de sus manifestaciones como "competencia desleal". Uber es uno de los servicios de Internet que permite poner en contacto a conductores particulares para viajar por las ciudades. De hecho, taxistas de toda Europa se han manifestado para protestar por estos nuevos sistemas. Sin embargo, la Comisión Europea ha rechazado la idea del Gobierno español de multar a los usuarios de coche compartido -que se ponen en contacto a través de aplicaciones como Uber- por considerar que se trata de una “medida extrema”. La propia Comisión ha reclamado al Gobierno de España que dialogue con las empresas para buscar una solución al conflicto. En BlablaCar, se produce un acuerdo entre particulares pero la plataforma no obtiene beneficio económico. En ciudades como Nueva York, ya se da el hecho de que subarrendar el apartamento es, en la mayor parte de los casos, ilegal. Convertir casas en hoteles temporales, también. Consideran competencia desleal este mercado nuevo de apartamentos baratos.
El consumo colaborativo como alternativa a un modelo económico que actualmente es insostenible obedece a una capacidad creativa de dar respuesta a las necesidades sociales, económicas y ambientales, teniendo en cuenta las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías.
Frente a las protestas de los sectores más tradicionales por considerar algunas de estas prácticas fuera de la ley, responde el economista Miguel Puente, en el diario.es, “el problema real es que todo esto nace y crece mucho más rápido de lo que podamos prever, parar o legislar como a muchos les gustaría. Para cuando algo consiga estar al gusto de todos, nacerá otra plataforma capaz de saltárselo; y es que el problema de fondo es que la "inteligencia social”, que nace de la capacidad de interacción rápida y eficiente entre individuos, es más rápida que las propias instituciones”. Si este nuevo tipo de economía tendrá éxito o no depende de muchos factores. La hiperabundancia de empresas, la gran mayoría con poca o nula rentabilidad, hace pensar en una burbuja... Quizá se trata de no olvidar el espíritu que la puso en marcha: se comparte lo que se tiene y se ahorra, sin malgastar los recursos.
Pero el consumo colaborativo también es cada vez más el sueño de los que mueven el dinero e invierten en este campo. Porque la economía compartida parece haber llegado para quedarse, y ya no son acciones individuales sino empresas dedicadas a estas iniciativas las que tienen éxito, sobre todo desde que estalló la crisis financiera. Se mueve mucho dinero alrededor de estos negocios: unos 26.000 millones de dólares según The Washington Post. En Estados Unidos funcionan diversos negocios de consumo colaborativo: los que prestan dinero eliminando costes y complejidades administrativas, sobre todo porque la banca tradicional ha olvidado la verdadera esencia de su negocio; los que facilitan alojamiento barato mediante alquileres de casas o habitaciones; los que ofrecen espacios comunes de oficinas para hacer negocios, networking e incluso café gratis, reuniendo espacios y gentes; los que tratan de buscar a gente que hace el mismo desplazamiento y conectan conductores con pasajeros (en España BlablaCar); los que ofrecen una financiación comunitaria o crowdsourcing. (en España hay empresas más generales como Goteo o especializadas como Libros.com); los realizadores de tareas que contactan con empleadores; los que ofrecen menús cocinados por los vecinos; los de alquiler de ropa de segunda mano; las cooperativas de guarderías; los de enseñanza de idiomas mediante intercambio... la lista es innumerable. A medida que el consumo colaborativo crece con fuerza, los sistemas tradicionales de consumo comienzan a interpretar algunas de sus manifestaciones como "competencia desleal". Uber es uno de los servicios de Internet que permite poner en contacto a conductores particulares para viajar por las ciudades. De hecho, taxistas de toda Europa se han manifestado para protestar por estos nuevos sistemas. Sin embargo, la Comisión Europea ha rechazado la idea del Gobierno español de multar a los usuarios de coche compartido -que se ponen en contacto a través de aplicaciones como Uber- por considerar que se trata de una “medida extrema”. La propia Comisión ha reclamado al Gobierno de España que dialogue con las empresas para buscar una solución al conflicto. En BlablaCar, se produce un acuerdo entre particulares pero la plataforma no obtiene beneficio económico. En ciudades como Nueva York, ya se da el hecho de que subarrendar el apartamento es, en la mayor parte de los casos, ilegal. Convertir casas en hoteles temporales, también. Consideran competencia desleal este mercado nuevo de apartamentos baratos.
El consumo colaborativo como alternativa a un modelo económico que actualmente es insostenible obedece a una capacidad creativa de dar respuesta a las necesidades sociales, económicas y ambientales, teniendo en cuenta las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías.
Frente a las protestas de los sectores más tradicionales por considerar algunas de estas prácticas fuera de la ley, responde el economista Miguel Puente, en el diario.es, “el problema real es que todo esto nace y crece mucho más rápido de lo que podamos prever, parar o legislar como a muchos les gustaría. Para cuando algo consiga estar al gusto de todos, nacerá otra plataforma capaz de saltárselo; y es que el problema de fondo es que la "inteligencia social”, que nace de la capacidad de interacción rápida y eficiente entre individuos, es más rápida que las propias instituciones”. Si este nuevo tipo de economía tendrá éxito o no depende de muchos factores. La hiperabundancia de empresas, la gran mayoría con poca o nula rentabilidad, hace pensar en una burbuja... Quizá se trata de no olvidar el espíritu que la puso en marcha: se comparte lo que se tiene y se ahorra, sin malgastar los recursos.
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