Revista Cultura y Ocio

Nueva York - Henry James

Publicado el 29 abril 2019 por Elpajaroverde
«Desconozco si se debe o no a la ternura que producen los primeros recuerdos, pero aquella zona de Nueva York les parecía a muchas personas la más agradable. Tenía una especie de definitiva calma que no poseían otras partes de la amplia y estridente ciudad, un aspecto de madurez, riqueza y honorabilidad mayor que el que se podía encontrar en las ramificaciones superiores de la gran diagonal: el aspecto que ofrecen los lugares que han tenido una historia social. Fue allí -como puede consultarse en muchas fuentes autorizadas- donde se nacía en un mundo que parecía tener un gran interés; allí donde vivía la abuela en venerable soledad dispensado una hospitalidad que despertaba tanto la imaginación como el apetito infantil; allí donde se dieron los primeros pasos en la calle siguiendo a la joven nodriza mientras se percibía el raro olor de los ciclamoros, que en aquella época formaban el principal follaje de la plaza y difundían un aroma que no disgustaba, porque no se tenía aún un espíritu crítico desarrollado. Fue allí finalmente donde en aquella primera escuela dirigida por una anciana de busto prominente -que bebía infatigablemente té en una taza azul con un plato que no iba a juego- se fue ampliando el círculo de las observaciones y sensaciones. Allí, sea como sea, fue donde mi heroína pasó muchos años de sus vida; lo que puede excusar este paréntesis topográfico».
Fue allí, en Washington Square, donde Catherine Slooper, heroína de la novela que comparte nombre con tal insigne ubicación neoyorquina, pasó muchos años de su vida. Fue allí también donde transcurrió la infancia de Henry James, su célebre autor, lo cual puede excusar el anterior paréntesis, que, más que topográfico, a mí se me antoja absoluta y sorprendentemente memorístico. Pareciera que al consumado narrador se le hubiera olvidado temporalmente su protagonista y sus circunstancias para dejarse llevar por los recuerdos cuya compuerta abriera tan querida localización, algo completamente insólito en la obra de tan reputado escritor.
Nueva York - Henry JamesNueva York, además de la mencionada, conocida y alabada novela Washington Square, reúne otras ocho narraciones ubicadas en la ciudad natal de Henry James seleccionadas y prologadas por Colm Tóibín, lo cual forma un variopinto tapiz desigual en cuanto a calidad aunque, cuando se trata de escritores de la talla del no sé muy bien si él hubiera preferido que se le mencionase como estadounidense o inglés, ninguno de sus textos tienen desperdicio. Así que bien está poder disfrutar de obras inéditas para el lector español hasta la publicación de este libro, si bien he de decir que lo del nexo de unión de la localización a veces está cogido con pinzas. Un episodio internacional, por ejemplo, que además es mi texto favorito de entre los que me dispongo hablar, arranca con la llegada de dos jóvenes ingleses a Nueva York, pero enseguida se trasladan a Rhode Island huyendo del calor estival y en la segunda parte de la narración la acción cruza el océano para trasladarse a la tierra de adopción del autor, permitiéndonos disfrutar de irónicos, exquisitos y deliciosos diálogos y de las diferencias de caracteres entre las nacionalidades de los dos países que ocuparon el corazón de Henry James. En Un caso de lo más extraordinario, nuevamente es tan solo el inicio de la historia lo que acontece en la gran urbe; a las pocas páginas la que se convertiría en la ciudad de los rascacielos es prontamente sustituida por un ambiente campestre mucho más abierto. Es sumamente revelador cómo el protagonista de este relato, que se encuentra en estado enfermizo en la habitación de un hotel al comienzo del mismo, recobra las ganas de recuperarse en cuanto se aleja de la ciudad de Nueva York.
En el prólogo precedente a estas obras Colm Tóibín llega a decir que de ellas se trasluce que Henry James sentía verdadera ira por esta ciudad. No sé si ira es el nombre que mejor comprende el sentimiento que Nueva York le inspiraba al escritor. Yo diría que se trataba más bien de una especie de añoranza del paraíso perdido; un sentirse, y cito la Eneida de Virgilio, tal y como hace el propio James en La vieja Cornelia, «rari nantes in gurgite vasto» («extraños náufragos en el inmenso mar»). En Impresiones de una prima, uno de los relatos traducidos por primera vez al español, la prima que nos deja sus impresiones escribe en su diario: «Yo creo que podría ser una buena patriota si fuera capaz de dibujar mi ciudad natal». Pues bien, creo que eso es precisamente lo que le ocurría a Henry James: que era incapaz de dibujar, entendiéndose por ello trazar un retrato en palabras, su ciudad natal; que el Nueva York que él recordaba, aquel comprendido entre 1848 y 1855 se había desdibujado, que no lo reconoció cuando en una ocasión, medio siglo después, volvió. «La ciudad de Nueva York es como una larga suma y sus calles son como columnas de números» y luego estaba «toda aquella gente que era incapaz de comprender que un hombre se sintiera vinculado a un lugar sólo por los sentimientos más honestos. [...] Había ciertos valores que no podían compararse con la simple y brutal codicia inmobiliaria». «En su opinión el brillo de algo nuevo o de cualquier sorpresa no podía igualar el consuelo que producían los objetos que ya llevaban tiempo en un mismo lugar cuando se volvía a él, herido, sangrando, ciego por la lucha por la dura vida, o por poner la experiencia en un tono un poco más dulce, por el exceso de luz». (Citas, estas tres últimas, extraídas respectivamente de Impresiones de una prima, La vieja Cornelia y El alegre rincón).
Precisamente es de El alegre rincón del que podría pensarse que expresa a la perfección el sentimiento del autor respecto a la ciudad que da nombre a este volumen de textos, «aquel rincón en el que había nacido, en el que habían vivido y muerto tantos miembros de su familia, donde había pasado las vacaciones durante su infancia y en el que habían florecido los pocos actos sociales de su poco acalorada adolescencia». En él no solo se cuenta el regreso de un hombre a Nueva York y a la que fuera su casa sino que también se le enfrenta a su otra versión, a aquel que hubiera sido si no hubiese abandonado la ciudad. «A ratos me siento», nos cuenta ese hombre, «como me ocurrió en una ocasión en la que tiré al fuego una carta importante sin haberla abierto siquiera. Luego me arrepentí y me odié a mí mismo porque nunca más pude saber cuál era el contenido de aquella carta». Sin embargo, y en mi humilde opinión, el que mejor entre estos textos explica el sentimiento de James es otro de sus inéditos, La vieja Cornelia, en el que un hombre maduro que pretende a una joven mujer comprende, al reencontrarse con una vieja conocida, que no es con aquella con la que ha de casarse. «Uno quiere a una mujer que también le conozca, que conozca a su lado». Y Henry James quería una ciudad que lo conociera, pero ni el reconocía a la que una vez fue la suya, ni esta podía ya conocer a su lado. Y como muestra de que más que ira lo que sentía era tristeza o decepción por lo irrecuperable, hará por medio de su pluma que la vieja Cornelia le diga a este hombre: «Por supuesto que son hermosos todos esos objetos... esos objetos... Pero los restos y reliquias de cada una son, al final, los de cada una».

Nueva York - Henry James

Henry James con su padre, Henry James. Nueva York, 1854.
Fotografía de Mathiew Brady

A pesar de todo lo que acabo de exponer, y como ya he mencionado anteriormente, la ciudad de Nueva York, más que nexo de unión entre estas obras, en algunos casos es mera excusa (si bien cualquier excusa es buena para leer a Henry James) para su reunión. Como también nos indica Colm Tóibín en su prólogo, «en primer término estaban siempre sus personajes, cuyas necesidades le parecieron siempre mucho más reales y apremiantes que el cemento y los ladrillos», y si por algo destaca el neoyorquino es por el brillante retrato psicológico que hace de los mismos. Nadie escapa a su escrutinio y tan importante es lo que dicen como lo que callan. Despliega su arte en la relación entre hombre y mujeres y sorprende lo bien que indaga y profundiza en estas últimas. Valga como muestra los siguientes esbozos que os dejo de dos de sus protagonistas femeninas: la mujer que hace recaer al enfermo de Un caso de lo más extraordinario y la ya mencionada Catherine de Washington Square.
«Al menos una cosa es cierta: es muy capaz de esperar. A los cuarenta y cinco años seguirá pareciendo joven, pero las mujeres que parecen jóvenes a los cuarenta y cinco años no son las más interesantes de todas. Es como si no hubiesen sentido nada por nadie, aunque con frecuencia suelen ser menos culpables que los hombres y las mujeres que están a su lado. Al menos ella es capaz de sentir, pero es necesario conmoverla. Su alma es como un instrumento de cien cuerdas, lo único que hace falta es una mano lo suficientemente poderosa como para tocarlo. En cuanto se conmueva estará reverberando para siempre». 
«Quienes se dejaban llevar por las primeras impresiones la describían como a una criatura imperturbable. En realidad parecía insensible porque era tímida, incómoda y dolorosamente tímida. Aquello no siempre era entendido por todos; a veces dejaba tras de sí cierta impresión de insensibilidad, cuando en realidad era la criatura más dulce del mundo».
Sus personajes son ora perspicaces, ora ejemplo de simpleza; incluso los hay que reúnen ambas cualidades, como es el caso de la narradora de Impresiones de una prima, que, a pesar de presentir que algo ocurre a su alrededor, es incapaz de dilucidar lo que se cuece ante sus propias narices pero nos deja en cambio en su ya citado diario perlas como estas:
«No hay nada tan personal como el horizonte de cada uno... el horizonte que cada cual puede ver, sea el que sea, desde su ventana. Cada uno tiene el suyo propio». 
«Un idiota puede hacer un daño tremendo sin pretenderlo demasiado. Después de todo las buenas intenciones a veces fracasan y es entonces cuando suceden los accidentes». 
«Una no puede tener los defectos propios de las virtudes que no posee». 
«Hay ciertas cosas sobre mí que no contaré jamás, y la manera más simple de no contar nunca algo es contar lo contrario. Si la gente es indiscreta, debe asumir las consecuencias». 
«-Si quisieras, podrías. Estoy segura de que podrías escribir un libro precioso.
[...]
-Para ti es fácil decirlo, porque no lees».
 
«No me gusta ver a gente por la que siento lástima. Cuando siento lástima por alguien es como si cayera en el más bajo de los abismos».

Nueva York - Henry James

Litografía de George Schlegel de vista aérea de Nueva York con Battery Park en primer plano y el puente de Brooklyn a la derecha. Restauración de Adam Cuerden.


Sin duda nada simple pero muy perspicaz fue Henry James, a tenor del legado literario que nos dejó. Es probable que las obras reunidas en este libro no alcancen a rozar la genialidad de otras suyas que había leído con anterioridad como  La lección del maestro y especialmente Los papeles de Aspern, en cuyas reseñas llegué a calificar al escritor de deliciosamente perverso, pero el sello (o más bien el juego) indiscutible Henry James está en todas ellas.
«Ella sabe lo que sabe, pero yo sólo sé lo que veo», escribe nuestra ya casi prima en su recurrente diario, así como también: «Es como si hubiese algo suspendido en el aire... una especie de silencio audible», haciendo en ambos casos referencia a aquello que acontece ante su presencia pero que es incapaz de asir con sus dedos. El silencio también despierta un funesto presentimiento en el protagonista de Un caso de lo más extraordinario, pero en este caso «era un silencio antinatural, desagradable al menos». Hay en todas las historias de James algo que está pero que se nos esconde, algo que se deja caer pero que no siempre nos cercioran que es como imaginamos, algo que no estamos seguros de comprender y que ni siquiera en todos los casos quisiéramos hacerlo porque, como le dice el protagonista de Una ronda de visitas a otro de los personajes, «algo ha debido sucederte para que comprendas tantas cosas».
La hermana de la partenaire de uno de los dos jóvenes ingleses que llegan a Nueva York en Un episodio internacional le advierte a esta muy claramente a modo de anécdota en un punto de la trama: «Mi historia pretende ilustrar la de otras personas». «Ya sabe cómo funciona la mente de los pintores, de todos los artistas en realidad... es como si consideraran de su propiedad todo aquello que encuentran», le aclara el pintor de Historia de una obra maestra al hombre que le encarga un retrato de su prometida de nombre Marian. Pues exactamente así es cómo funciona la mente de Henry James cuando se pone a escribir y el resultado de su obra está a la altura de la del pintor que él mismo crea. «Me parece que es un retrato demasiado duro, demasiado fuerte, demasiado cercano a la realidad. Por decirlo en pocas palabras: su retrato me asusta y creo que si fuera Marian sentiría que ha ejercido usted cierta violencia sobre mí», proclama el hombre que realiza el encargo cuando, una vez ante el retrato finalizado, es invadido por la desazón y la incertidumbre porque «el retrato de Marian, a pesar de haber sido capaz de provocar la pregunta, no era capaz de contestarla».
Me despido ya y lo hago en el mismo lugar en el que comencé: en Washington Square, pero no en el emplazamiento neoyorquino sino haciendo referencia a la novela que lleva su nombre. Suyo es el fragmento con el que finalizo. Lo elijo porque, cada vez que leo a Henry James, me siento un poco como Catherine cuando escuchaba a su padre, con la salvedad de que dudo mucho que James fuera tan despiadado como lo fue el doctor Slooper y también de que estoy segura que el escritor consideraba mucho mejor intelectualmente a sus lectores que el médico a su hija.
 «A ella le producía placer que se dirigiera a ella, pero había siempre algo que parecía enfriar aquel placer. Parecía que hubiera fragmentos que sobraran, ligeros retales y sombras de ironía con las que nunca sabía qué hacer; parecían demasiado delicadas para que ella pudiera manejarlas y sin embargo, a pesar de que Catherine no pudiera evitar lamentar entonces la limitación de su entendimiento, sentía que eran demasiado valiosos para desperdiciarlos. Tenía la convicción de que el sencillo hecho de escucharlos ya contribuía a sumar ciertos aspectos generales de la sabiduría humana».
Un placer, como siempre, que se dirija a mí a través de sus letras, señor James. Y muchas gracias por hacerme así un poco partícipe de su sabiduría humana.

Nueva York - Henry James

Washington Square en invierno. Nueva York, 1897. Pintura de Fernand Lungren.


Ficha del libro:
Título: Nueva York
Autor: Henry James
Prologuista: Colm Tóibín
Traductores: Teresa Barba y Andrés Barba
Editorial: Sexto Piso
Año de publicación: 2010
Nº de páginas: 695
ISBN: 978-84-96867-71-0
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