Ya es una de las grandes y se deja ver con cuentagotas, para que la buena colonia no se desparrame. Cuatro días en el Festival de Otoño (en primavera) y de nuevo la conciencia de que tenemos entre nosotros, los flamencos, a una bailaora, bailarina, artista y creadora superdotada.
“Cuando las Piedras Vuelen” es la propuesta de Rocío Molina y su gente, seis grandes artistas, seis, para la primavera del Canal. Espectáculo estrenado el pasado otoño asturiano que supone un mesurado avance hacia la estética contemporánea de la inquieta bailaora malagueña.
Aún así lo que prima aquí es la vanguardia flamenca, rol que esta artista ha asumido desde que es quien es. Y no nos pongamos más pedantes ni pelotas, que no hace falta.
Cincuenta y cinco minutos donde el escenario acoge en toda su dimensión los diferentes y minúsculos soportes que dan vida a la increíble grandeza corporal de Rocío Molina. Bailaora de rotundas formas y delicada fortaleza, capaz de llenar con su tintineo el escenario más exigente.
Desde la escueta presentación con cante y baile casi desnudo (literal), el recorrido de la danza lleva diseccionadas las facetas del bailaor. Pies sobre metal, brazos sobre el aire, figura sobre taburete, flamencura por tangos, fiesta y compás por alegrías y bulerías, frivolidad cigarro en la boca… sin olvidar guiños a la escuela clásica (mucho S XVIII en algunos giros) y una constante contemporánea que se entrelaza a la perfección con sus antecesoras. Siempre con una Rocío consagrada como ave de la noche vigilante y a la vez vigilada por los avatares de una existencia que la golpea con cada cante.
Y qué mejor acompañamiento que la música de Cano. Sus últimas producciones “Flamenco Crossover” y “Son de Ayer” modelan las estampas del espectáculo, reforzando nuestra convicción, la que habíamos puesto en este guitarrista quien, junto a Paco Cruz conforma el único momento masculino del cuadro. Nunca de relleno. Rocío hasta se viste sobre las tablas.
Dirigidos en lo musical por una espectacular Rosario “La Tremendita”, las escenas merodean desde lo trascendental a lo bucólico, desde la naturaleza primitiva al más cinematográfico de los artificios, para terminar felizmente en la sorpresa de lo imprevisible. Desechar la opción del polvo eres y en polvo te convertirás (en este caso piedra) por la vía de la esperanza es siempre de agradecer. Sobre todo si no te lo esperas.
Intensidad que no decae nunca, todos con los ojos como platos, compitiendo con los búhos y lechuzas que presiden las secuencias del montaje.
Dicen que el flamenco es una creación femenina difundida por hombres. En este caso, el misterio de la danza y el cante son obra y gracia de los espíritus femeninos, que se mueven como pez en el agua en el terreno de la noche creada por el gran Carlos Marquerie.
Rocío es piedra que vuela y golpea. Como le cantaron anoche… ”Qué dulce tiranía la de la Hermosura”
Vía ‘de flamenco.con'
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