Torre Califa, Dubai. Arq: Adrian Smith.
Tras leer el artículo que escribía antes de ayer Luís Fernández-Galiano en El País, en el que dejaba constancia de la situación inmobiliaria mundial y hacía referencia a las coincidencias que esta tenía con las anteriores, me surgen diferentes reflexiones.
Como Fernández-Galiano comenta, la crisis más dura jamás sufrida por el sistema capitalista, la del 29, coincidió con una de las competiciones constructivas más románticas de la historia. A finales de la década de los 20, las torres en construcción Chysler building y 40 wall street, luchaban bajo secretismo en Manhattan por lograr la mayor altura construida del planeta, siendo al final la primera, quien lo lograse en 1930, pero en apenas menos de un año tendría que ceder su puesto de honor al Empire Satate building. Pero solo eso lograría el hoy edificio más alto de Nueva York, pues la crisis financiera brutal que sobre todo sufría la ciudad, haría que quedase vacío y la gente lo conociese como Empty building (edificio vacío).
De igual modo, las desaparecidas torres del WTC de Manhattan y la Sears tower de Chicago, compitieron por el mismo fin en la crisis del petróleo de los 70. También las Petronas de Kuala Lumpur en la crisis de los Dragones asiáticos de los 90 y hoy en medio de la llamada crisis financiera hipotecaria, extremo oriente y sus rascacielos se rinden a la torre Califa en Dubai.
Y es que resulta curioso, pues la que empieza a ser conocida como década inmobiliaria, en la que los megaproyectos y urbanizaciones han proliferado como setas en todo el mundo, han producido una burbuja y especulación que se ha llevado por delante el sistema financiero y con él muchos bancos conocidos por todos, teniendo como traca final, la inauguración del monstruo de los Emiratos. Es curioso ver que con cierta inteligencia, el Emir de Dubai viese con antelación la ruina que se le venía encima si mantenía todos sus activos en el petróleo, por lo finito de este, pero que sin embargo, no supiese direccionar sus ingentes recursos en un proyecto que diese verdadera capacidad de futuro a su emirato.
Lo que no sabemos, por lo hermética de la dictadura del emirato arábigo, es el nivel de ocupación de la torre, si esta pudo conseguir los suficientes inquilinos o terminará la sociedad que se ha encargado de ella, tener que pedir ayuda a su vecino Abu Dabi, como hiciese la empresa de las islas Palmera y Mundo. Sospecho que merece también el calificativo que un día tuvo el Empire State... Empty Califa tower.
Y muy parecida, aunque a menor escala, sería nuestra comparativa. En los 30 se inaugura la torre telefónica, primer rascacielos europeo. En los 70 la torre Picasso, hermana pequeña del WTC. Y hoy los promotores tienen que comerse con patatas alguna de las cuatro torres de la ciudad deportiva del Real Madrid, por lo difícil de su ocupación.
¿Y qué hacemos ahora?
Tenemos una ocasión de lujo para frenar el disparate en el que se había convertido España, en especial las zonas costeras y las metropolitanas como Madrid. El urbanismo de promotora se ha mostrado tan destructivo, como la especulación hipotecaria de Lehman Brothers. Así como hoy Europa pide una legislación que permita la vigilancia de los mercados en post de una seguridad económica que no nos traiga una situación igual, deberíamos aprovechar en España para hacer lo mismo con el urbanismo.
A mediados del siglo XIX, las urbes españolas sufrían de estrecheces, insalubridad y unos precios de vivienda inalcanzables para la mayoría, por eso, en el reinado de Isabel II se promulgó una ley urbanística que obligaba a todas las localidades de cierta importancia a que planificasen su futuro en orden y concierto con la mentada ley. Lo cierto es que no todas las experiencias fueron buenas, pues los terrenos que se decidían urbanizables empezaron a revalorizarse y la vivienda no logró reducir su precio, obligando a los menos pudientes económicamente hablando, a hacinarse en los atestados cascos antiguos, o mudarse a localidades cercanas que veían crecer su tamaño sin orden ni concierto. Sin embargo, si se consiguieron ciertos buenos resultados. Bilbao, San Sebastián y sobre todo, Barcelona, son ejemplos de esas planificaciones que hacen que hoy la capital catalana sea famosa en el mundo entero por su ejemplar urbanismo.
¿Entonces por qué no hacemos lo propio hoy?
La edificación de nueva vivienda está prácticamente parada, no se empiezan nuevas construcciones ni ampliaciones de los cascos urbanos... es hora de hacer una nueva ley que permita en el futuro que España pase de ser el país caricaturizado como una única losa de hormigos, a una nación ejemplar en urbanismo.
He escuchado que el parlamento aprobará una ley para hacer que los centros comerciales se edifiquen en el futuro dentro de las ciudades, cercanos a las zonas residenciales, para acomodarse a la legislación europea que así lo exige. BIEN, me parece perfecto, pero no podemos esperar una directiva continental que arregle nuestra situación. Nada tiene que ver nuestra ciudad mediterránea, densa y compacta, con las nórdicas. No es lo mismo disponer una zona verde en un país castigado por sequías, que en otro que tiene agua por castigo con miles de lagos como Finlandia. Hemos de hacernos responsables de nuestro futuro urbano y abordarlo ahora que estamos en la mejor de las ocasiones. Hay que hacer una ley que prime el buen urbanismo y terminar con los PAU de Madrid, las urbanizaciones privadas de chales y la losa de hormigón en la que convertimos las costas mediterráneas.
Parece un poco egocéntrico que en medio de la crisis, reclame atención para el arquitecto, ¿pero acaso no es necesario lo que he expuesto?.