Éste es el tercer libro de Zaffaroni, editado por las Madres de Plaza de Mayo.
La Editorial de las Madres de Plaza de Mayo sacó a la venta el nuevo libro de Eugenio Raúl Zaffaroni, El derecho latinoamericano en la fase superior del colonialismo. La noticia circuló apenas en las redes sociales la semana pasada, días después de que los medios anunciaran la designación del ex miembro de nuestra Corte Suprema de Justicia como integrante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Gran parte de nuestro periodismo independiente la ignoró olímpicamente; en cambio se hizo eco de esta revelación del sitio PlazadeMayo.com con “extractos completos (sic) y fotos del texto inhallable del ex supremo, donde justifica el golpe de Estado”.
El derecho latinoamericano en la fase superior del colonialismo es el tercer libro de Zaffaroni que publican las Madres después de Crímenes de masa y La Pachamama y el humano. Cabe suponer que la obra más reciente retoma el contenido del extenso artículo de título homónimo, que el penalista redactó a principios de este año para la revista Derecho Penal y Criminología que él mismo dirige.
Allí, Zaffaroni advierte que “es una ingenuidad política peligrosa percibir la situación actual de Latinoamérica fuera del marco del colonialismo, como si éste se hubiese agotado o extinguido”. En realidad -apunta- nos encontramos inmersos en una fase superior que es tan criminal y despiadada como sus antecesoras pero que modificó algunas prácticas: por ejemplo, dejó de ocupar policialmente los territorios, de psicotizar a las fuerzas armadas responsables de hacer ese trabajo, de acudir a las oligarquías vernáculas para someter la población a la servidumbre.
El ex magistrado explica que el colonialismo siempre es producto de un esquema hegemónico mundial, que opera tanto en el centro del poder colonizador como en la periferia colonizada. La versión originaria “reforzó en el centro la verticalidad corporativa de la sociedad ibérica hasta el punto de sacralizarla e impedirle su adaptación a la industrialización”. Las llamadas “clases peligrosas” aparecieron como consecuencia de la concentración urbana, es decir, cuando las metrópolis no pudieron incorporar toda la población al sistema productivo, o bien por insuficiencia del capital originario o bien por imposibilidad de su reinversión en el marcado interno.
En la fase superior del colonialismo, las corporaciones siguen operando desde los centros hegemónicos pero de manera distinta. De hecho, “se apoderan y controlan al poder político sin ninguna necesidad de vencer a un ejército ni pasar una línea Maginot, porque extreman la modalidad de valerse de colaboracionistas (el mariscal valetudinario es reemplazado por jóvenes brillantes) para que se encarguen de cuidar el territorio ocupado por cuenta de los ocupantes”.
En el mencionado artículo, Don Raúl también advierte sobre los políticos dóciles que “distraen a sus pueblos con la islamofobia racista, para desviar la tensión que provoca el desempleo de más de la mitad de sus jóvenes y otras consecuencias de la teocracia de mercado, entre las que se cuentan las astronómicas estafas de sus bancos, que desencadenan crisis que pagan sus contribuyentes”. En la periferia se opera de modo parecido, “tratando de imponer gobernantes sumisos a los intereses del capital financiero transnacional o procurando destituir a quienes les opongan resistencia o descalificar a los políticos que los denuncian”.
Hoy el neocolonialismo se vale de una “opinión pública convenientemente formateada por los medios masivos de comunicación monopolizados, que forman parte del mismo capital transnacionalizado, como también de políticos inescrupulosos o insensatos, de lobbystas (corruptores especializados) y de técnicos políticamente asépticos, previamente esterilizados en los cónclaves de Think Tanks centrales”.
Otra definición que Zaffaroni ofrece sobre colonialismo evoca la definición de “poder punitivo” que aparece en La cuestión criminal: se trata de un proceso que no debe ser confundido con conspiración, y que se desarrolla a lo largo de siglos. “Apenas una minoría conoce con precisión el papel que juega en este tablero de poder -escribe el ex juez supremo- y ni siquiera tiene el poder de conducirlo”.
Don Raúl insiste en la ausencia de “maquinaciones capaces de programar todo esto”. En todo caso, se van dando conductas y fenómenos que el poder hegemónico mundial considera funcionales, y entonces favorece o deja andar.
Según Zaffaroni, la tarea más importante que el Derecho latinoamericano tiene por delante es la de asumir la necesidad de reforzar su papel de instrumento de lucha contra el colonialismo, formar juristas populares en esta línea, contribuir a despertar a nuestras poblaciones de la ensoñación televisiva, erigirse en un freno al actual genocidio por goteo, asegurar los derechos elementales de los habitantes, jugarse decididamente por el modelo de sociedad inclusiva. Para todo esto, debe “otorgar prioridad doctrinaria y jurisprudencial al derecho al desarrollo humano, íntimamente conglobado con el derecho a la vida individual y colectiva de la humanidad en el planeta”.
Prosigue Zaffaroni, y dan ganas de resaltar la cita:
La desconfianza en el Derecho equivale al descreimiento en la posibilidad de una coexistencia mínimamente razonable y respetuosa de la dignidad de persona de todos los habitantes. Lo peor que puede suceder es que se profundice esta desconfianza hasta el límite en que el Derecho sea arrojado lejos, como una herramienta inútil.
En estos días es el colonialismo quien contribuye más a esta desconfianza, pues con su accionar pone de manifiesto que considera al Derecho como un simple instrumento de dominación colonial. Esto le resulta funcional también como instigación a la violencia, que es lo único que queda cuando al derecho se lo arroja lejos por inútil. Allí está la trampa: fuera del Derecho, en la violencia, el colonialismo sabe que lleva ventaja, que toda violencia le sirve de pretexto para legitimar su genocidio y matar más, que en el peor de los casos, si llegase a perder, sólo sería con costos muy dolorosos para los pueblos, difíciles de reparar, a veces imposible, y que si pierde en un lugar, en este mundo globalizado ganará en otros.
El colonialismo nunca juega a perdedor, pues en el balance mundial, con la violencia sale ganancioso. Lo que el colonialismo se esfuerza por impedir —y a lo que más teme— es al aprovechamiento de la globalización para que se entiendan mejor entre los pobres del mundo y puedan reclamar un orden mundial más justo por el camino de la coexistencia, es decir, del Derecho. Allí es donde llevaría las de perder. Ése es nuestro camino”.
Hace años los medios hegemónicos apuntan contra Zaffaroni.
El domingo pasado, Horacio Verbitsky le dedicó en Página/12 este recuadro al ataque mediático inspirado en la revelación del sitio web que dirige Gabriel Levinas. Tras transcribir otros extractos del tratado de Derecho Penal Militar que Zaffaroni redactó en 1980, el columnista (que un mes atrás también fue blanco del mismo Levinas) sostiene: “Quien no advierta en estas afirmaciones [del tratado] un cuestionamiento desde la dogmática penal a los métodos empleados en la represión durante la dictadura militar es por ignorancia de los conceptos jurídicos o por mala fe, que por supuesto no son excluyentes”.