Artículo publicado en la revista El-Horr.Gracias, JM Salas, por volver a contar conmigo.
José Ignacio Wert, ilustre pensador que dicta con la naturalidad con la que los demás orinamos, alumbró el fin de año afirmando que, "en la España del siglo XXI, sobran universitarios". Cabe deducir que al ministro de educación le preocupa que, para la España del XXII, nos falten analfabetos. Y algo así, indiscutiblemente, sería una tragedia de las mayores que un gobierno español ha conocido. Julio Camba, periodista de gran influencia en los albores del siglo XX, muy en la línea de este Gobierno que se parte el lomo por sacarnos de la crisis apartándonos de las universidades, ya escribió: "el analfabetismo, como causa de atraso, es una superstición".
Hace falta echar la vista atrás apenas cien años para restarles razones a los citados recordando cómo, en este pedazo de tierra inmovilizado por su atraso económico, por su aislamiento geográfico, su localismo, y, sobretodo, por las altas cifras, convenientemente alimentadas, de analfabetismo, se extendió, como el moho sobre el pan mojado, una red de oligarcas poseídos por la codicia a los que Joaquín Costa denominó miserables secuestradores de lo que es del pueblo. España dejó de ser de los españoles para quedar reducida a la voluntad de los menos y nunca los mejores. Pese al paso del tiempo, los males del país que hoy aquejan a los ciudadanos son muy parecidos a los de entonces, con los del hambre y el analfabetismo generalizados en avanzado estado de regreso gracias a estos nuevos "libertadores" de zapato mocasín y traje público.
El pasado lo alberga todo, incluso nuestro futuro. España lleva desde 1857 luchando contra intereses de estamentos superiores por salir de la incultura y la esclavitud de pensamiento. Y, más de ciento cincuenta inviernos después, seguimos gobernados por la misma suerte de corifeos que se prestan a dar la siguiente puntada zurciendo la brecha del tiempo con un hilo ideológico que no deja pasar los años. Es la necesidad de que el poder siga descansando en manos de unos cuantos sojuzgando al resto por incapacidad. A este gobierno de alto riesgo, de tontos útiles, de nuevos caciques le sigue interesando posicionarse a la cabeza de un país ignorante tanto como que la riqueza se desplace en vertical y hacia arriba burlando la ley de la gravedad y la de los derechos humanos. Porque un país sin estudios es un país manejable, un país sometido y un país sin armas. Porque hacernos de menos es hacerse de más. Y porque necesitan legislar con el arte del cangrejo, devolviéndonos a un pasado vil, temible y abaratado, a ése en que todo el país era campo, de manera que los ciudadanos seamos contingentes mientras ellos se transmutan en indispensables sin levantar un dedo, ni medio, ni el del medio.
A mí, todavía me gusta pensar que llegan tarde a esta nostalgia del caciquismo decimonónico. Que esta política de viñeta en blanco y negro alcanza nuestros días como el padre autoritario que lleva al hijo de la oreja al despacho del director y éste le dice que el niño está bien y que el que se lo tiene que hacer mirar es el lerdo de su padre. Que, cuando, parapetado tras un atril, el ministro de educación afirma que en España sobran universitarios, a nadie se le escapa ya que lo que sobran son políticos pagados de lo nuestro a costa de lo imprescindible. Me niego a aceptar que esta crisis, al final, no esté siendo sino un viejo rudimento para vendernos más caro el dinero que nos roban. Un hacer deshaciendo que devalúa el país a golpe de política de saldo dándole la vuelta como a un calcetín usado. Una oportuna excusa para regresar al poder impuesto por unos pocos en su propio y exclusivo beneficio. No quiero creer que, después de tantos años de lucha, nadie que merezca un poco la pena piense ya que los ciudadanos seamos dueños de nada.
O que, después de tanto hinchar el pecho de aire y orgullo por las cuotas de progreso, avance y prosperidad que hemos conquistado, al final, permitamos que nos llamen sólo a tocarles a dos manos la pandereta de toda la vida.
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