Revista Opinión
Un grupo de muñecos de trapo busca sobrevivir en un mundo hostil dominado por máquinas que por motivos desconocidos buscan su aniquilación. Tal es el aparentemente sencillo argumento de "Número 9", la película animada -a la que ya nadie llamaría de "dibujos animados" y menos aún "cartones"- dirigida por Shane Acker y producida por Tim Burton, que recientemente abandonó la cartelera local sin mucho éxito comercial (cosa que en nuestro medio suele ser más motivo de elogio que demérito). Digo sencillo en apariencia, pues la odisea de los peleles cuya génesis nace de nuestro apocalipsis, es pródiga en simbolismos que vale la pena tomar en cuenta, así sea con una dosis añadida de especulación propia. Consideremos en primer lugar el tema del fin del mundo, pesadilla que no por recurrente abandona el imaginario colectivo, pues si bien la muerte individual representa el fin del individuo, permite no obstante la esperanza de un continuo histórico mantenido ad infinitum por los que nos heredan; el apocalipsis, sin embargo, acaba con esta continuidad, la supervivencia en los que vienen, el renacer perpetuo de cada nueva generación. Está en nuestros genes, al fin y al cabo, perdurar como especie, más allá de nuestra efímera corporeidad. Es ahí donde radica la importancia de los muñecos numerados, depositarios sin saberlo del alma de su creador (entendiendo "alma" en su concepto metafórico más amplio, y no simplemente en su limitada acepción mística): el descubrimiento de su misión, dará significado a su lucha y a su misma existencia, reducida hasta entonces a un anodino esconderse bajo las sombras. Como en la saga de "Terminator", el holocausto de la humanidad es producto de su propia inventiva ("nuestra ciega búsqueda por la tecnología" -dice la voz que inicia la película- "sólo nos llevó más rápido a nuestra destrucción"). La maquinaria bélica -hija consentida creada a imagen y semejanza del dios humano- termina devorando a su padre; recordemos que en "El planeta de los simios" es la bomba nuclear la causa de la degradación y final extinción del homo sapiens, la "bestia hombre" de la que debían alejarse los otros primates. No es gratuito tampoco el anonimato colectivo de los protagonistas. Reducida su identidad a un número -tema planteado también en la serie "El prisionero" (leitmotiv de este blog) y en la película "12 hombres con ira"- el temperamento de cada personaje logra imponerse para lograr su individualización, aunque sea de todos modos necesaria su fusión final para la reconstrucción del ser que les infundió la vida, paradoja ontológica que no logra apreciarse nítidamente, pero que de todos modos podría avizorarse como epílogo. Disculpándome por la osada sugerencia.No se trata pues solamente de una película para niños, aunque no deje de captar la atención de un público infantil cada vez más refinado en sus gustos, y que a veces pareciera superar en exigencia argumental a la mediocridad imperante en la cinematografía adulta "comercial".