Aunque ya estemos cargados de años, lo cierto es que nunca dejamos de ser niños; el espíritu infantil, la aventura de la fantasía, surge cuando menos lo esperamos, y ni siquiera nos avisa; es algo espontáneo, sencillo y natural, como son todos los niños.
Toco el tema porque generalmente el hábito de leer se adquiere desde la infancia a través de los cuentos que alimentan nuestra fantasía y que años más tarde nos invitan a seguir leyendo otras cosas, sin apartarnos nunca de aquellas felices experiencias.
A mis casi 70 años de edad, yo todavía busco cada domingo en el periódico la sección de monitos como Educando a papá, Benitín y Eneas, Lorenzo y Pepita, Henry, Ojo Rojo y otros que me recuerdan las historietas de aventuras con las que me inicié como lector: El Llanero Solitario, Roy Rogers, Red Rider, Superman, Batman, El Pájaro Loco, El Pato Donald, etcétera.
Años más tarde seguiría leyendo obras más elaboradas hasta llegar a los clásicos, pero insisto, sin perder el hilo conductor de la fantasía, del ansia de conocimiento e ilustración, que nace con la infancia.
Actualmente sigo amante del cuento como género, me encantan los cuentos, especialmente los rusos, franceses, españoles y desde luego los mexicanos.
Por estos días leo las obras completas de Guy de Maupassant, un extraordinario cuentista francés del siglo 19, si no el mejor, sí uno de los más grandes de la literatura universal. Su capacidad de penetrar en el alma de la gente y en la naturaleza de las cosas no tiene comparación. Muy recomendable.
Vamos a leer porque el saber te hace valer.
javiermedinaloera.com
Artículo publicado por la revista Doña Ofe en su edición de octubre de 2016.