A los escritores no nos gusta leer críticas negativas de nuestros libros. En realidad, a nadie le gusta que lo critiquen, aunque hay quien lo disimula mejor. También es verdad que hay críticas más o menos negativas, y luego está el ensañamiento. Quien expone sus creaciones al público debe estar preparado para recibir y aceptar las críticas y para saber de cuáles se pueden extraer conclusiones provechosas. Porque, por mucho que suene a tópico, de la crítica se aprende.
Yo no creo que sólo haya que hacer caso a lo negativo, como defienden otros escritores, que, no sé si como pose o porque lo piensan realmente, aborrecen el elogio. Evidentemente, agarrarse a una opinión positiva sobre tu obra, haciendo oídos sordos a las que no gustan, no lleva a ninguna parte. Hay que saber encontrar el equilibrio, aprender a relativizar lo simplemente elogioso, igual que la simple descalificación.
Hace un tiempo me sometí a un experimento curioso. Me planté ante varios lectores de El viaje de Pau, que, sin remilgos, me dijeron todo lo que no les había gustado de la novela. Algunos fueron realmente duros, pero, aunque reconozco que algunas cosas de las que escuché me dolieron, la experiencia fue muy positiva y, lo más importante, constructiva. Después de todo, aquellos lectores expresaban su opinión libremente, que es lo que hacemos todos al acabar de leer un libro, por mucho que no se la digamos al autor a la cara.
Otra cosa, a mi parecer, fundamental, es ser consciente de que las opiniones, positivas o negativas, son sólo eso: opiniones. Cada lector tiene la suya, tan autorizada o irrelevante como la de cualquier otro. Lo que quiero decir es que cuando uno está convencido de su trabajo y, objetivamente, está bien hecho (no sería el caso de un libro repleto de errores ortográficos y de maquetación, por ejemplo), no lleva a ningún sitio obsesionarse con lo que piensen los demás sobre él. A ver, si de diez lectores ocho coinciden en que aquello no hay por dónde pillarlo, quizás lo sensato es no hacer caso a los dos que dicen que se trata de una obra maestra.
Este último no sería el caso de Carmen Grau y su última novela, Nunca dejes de bailar. Si consultáis en Amazon, comprobaréis que tiene unas críticas buenísimas, y me parece muy lógico que así sea, porque ha hecho un trabajo estupendo.
A Carmen la descubrí gracias a un enlace que me llevó a una entrada de su blog, ‘Me llamo Pendiente, Inde Pendiente’, donde reflexionaba sobre las estrategias de venta de libros y las críticas de los lectores. Me pareció un texto tan interesante e ingenioso que me llevó a leer otros, a suscribirme al blog, y a descargarme de Amazon su último libro hasta entonces, Hacia tierra austral, en el que relata su experiencia viajando en tren desde Barcelona hasta Australia, donde vive en la actualidad.
El libro me encantó, así que cuando en febrero anunció la publicación de su nueva novela no dudé en adquirirla.
Y a partir de ahora es cuando entenderéis el porqué de la disertación inicial.
Yo estaba convencido de que Nunca dejes de bailar me gustaría. Era una apuesta segura porque me gusta el estilo de su autora. Tiene eso que tanto valoro en los libros: la presencia de quien lo ha escrito, un sello propio que huye de los estereotipos. Y durante la primera mitad de la novela consiguió atraparme como lo hacen las historias inolvidables.
Nunca dejes de bailar tiene dos protagonistas: Alberto, un escritor de éxito que decide dar un giro radical a su carrera literaria, y Enya, una estudiante universitaria que sueña con ser una editora de prestigio. Ambos relatan su historia en primera persona, a modo de diario, y la autora logra eso tan difícil y que todos los escritores tememos no haber conseguido al dar por finalizada nuestra obra: credibilidad.
Son personajes complejos, que deben hacer frente a importantes dilemas y que deben aprender a superar situaciones realmente complicadas, que tendrán una influencia decisiva en su manera de afrontar el futuro.
Hay varios personajes secundarios, dos de ellos con un peso crucial en la trama: el posesivo novio norteamericano de Enya, y María, la esposa de Alberto, su apoyo constante, la “culpable” de su éxito.
Todo el relato está narrado de forma minuciosa. No es una novela ligera, ni mucho menos, sino que exige la total concentración del lector. A las pocas páginas se hace evidente el enorme trabajo que hay detrás, y ocurre que no podemos dejar de leer, pasando de Enya a Alberto y de Alberto a Enya, deseando saber cómo convergerán sus historias.
Lo descubrimos más o menos a mitad de la novela. La idea de Carmen es brillante, muy original y sorprendente. Es en ese punto cuando se produce el clímax narrativo, y a partir de entonces el relato cambia de tono.
Por encima de todo, Nunca dejes de bailar es una historia sobre el amor. El amor romántico, el enfermizo, el platónico, el fraternal y el familiar; también sobre el desamor, el dolor, el perdón…, y sobre la irreversibilidad del destino.
El trabajo de la autora es redondo. Es evidente que tenía un plan y ese plan lo lleva hasta las últimas consecuencias, sin dudar, convencida de que ésa es la novela que ella quería escribir.
La acabé hace ya algunas semanas, pero me resistía a escribir la reseña porque, pese a reconocer todas sus virtudes, a mí no acababa de convencerme la manera cómo Carmen afronta la segunda parte de la novela. Así que antes de escribir este artículo le di mi opinión a ella de forma privada.
Es complicado decirle a una escritora lo que no te ha gustado de su novela, y más de forma pública, porque, como escribía al principio, a nadie le gusta recibir críticas negativas. Si me he decidido a publicar este artículo es porque, sinceramente, creo que vale la pena leer Nunca dejes de bailar. Aunque a mí no me guste no el desenlace, sino la forma cómo está planteado (es decir, es una cuestión más de estructura que de contenido), sé que hay montones de lectores que la disfrutarán de principio a fin, porque, insisto, es un muy buen libro.
Mi opinión no es más que eso, el punto de vista subjetivo e insignificante de un lector. Lo que es absolutamente objetivo es que Carmen Grau con esta obra, que se suma a sus tres anteriores, contribuye a la dignificación de la literatura independiente. Se trata de un ejemplo perfecto de literatura de calidad, más allá de los sellos y las etiquetas. Carmen es una buena escritora, honesta, fiel a su estilo, con unos referentes claros y que, por encima de todo, respeta su trabajo y a sus lectores.
No dudéis en leerla.