Revista Opinión

O de OPINIÓN

Publicado el 07 enero 2014 por Maria Mikhailova @mashamikhailova

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Ni otros ni optimismo ni opulencia. Mi blog viene marcado por las cosas que me van sucediendo, por lo que pienso y siento y creo que ésta es la forma más directa de expresar mi opinión. Puedo escribir para otros medios y hablar de lo que ellos quieren que hable, pero por fin tengo a mi alcance (todos de hecho, o casi todos, lo tenemos) un medio en el que hacerme oír, en el que expresar lo que necesito decir.

El artículo que más comentarios tuvo en mi muro de facebook fue el artículo más personal y cercano que escribí acerca del aborto. Recibí innumerables críticas. Lo sabía. Sabía perfectamente a qué me estaba enfrentando, pero no podía callar. Cuando hay una verdad en nosotros, cuando nos sentimos seguros de algo, cuando parece que el mundo entero se ha vuelto loco y ha dado la espalda a una verdad, maquillándola de razonamientos fríos y sin sentido, es entonces cuando siento la necesidad de decir algo en voz alta, de hacerme oír.

No lo hago con ganas de convencer a otros. Sé que las opiniones no son fáciles de cambiar. Sé que también detrás de una opinión se esconde toda una ideología. Y aunque muchos digan que no es manipulación, lo siento, pero en cuanto nos aferramos a una ideología, sea de derechas o de izquierdas, nos llevamos todo el pack. Sé también que el hecho de que un país como España restrinja el aborto no va a hacer que éstos dejen de estar a la orden del día. Unas viajarán a países más “progresistas” para someterse a la operación, otras lo realizarán en clínicas de contrabando dentro de España. Pero no por todo esto dejo de tener mi opinión acerca del tema. No pretendo cambiar el mundo: lo que está cambiando es mi visión del mismo. La que en el fondo está cambiando soy yo.

Sé también que lo mismo que yo tengo una opinión, otros tendrán la suya. Y tienen todo el derecho de tenerla. El hecho de que mi opinión sea diferente o contraria a otros, no significa que la mía sea la mejor. Y esto, amigos y amigas, lo tengo muy claro. La opinión es la manifestación de cómo entendemos el mundo. Es nuestra visión de la realidad, un conjunto de valores y paradigmas que hemos ido forjando en nuestra mente a través del estudio, la educación, los medios de comunicación, la influencia de amigos y compañeros, incluso de los políticos.

A veces pienso que tengo suerte de no ser política ni tener que decidir por los demás. Es una responsabilidad muy muy grande. Demasiado grande, si se quiere hacer bien. La labor de un político, un político de verdad, que no busca forrarse a costa de sus votantes, sino hacer el bien, es una labor nada envidiable. Sencillamente porque nunca lo podrás hacer al gusto de todos.

Dicen los Vedas que el karma de los políticos y dirigentes en general es mucho más pesado que el de un ciudadano medio. Por un lado, se le da la posibilidad de estar en lo alto, de tomar decisiones por los demás, pero por otro, la influencia se tiene en un gran número de personas, por lo que éstos con su sufrimiento e infelicidad llenarán el depósito de karma negativo al que les dirige. Pues todo es intercambio de energía en este mundo.

Volviendo al tema de  opinión, lo normal es que ésta fluctue en una misma persona. No de forma constante, pues sería un caos y la persona en cuestión sería considerada poco seria, aunque también alguien cuya opinión es inamovible se considera rígido, frío y poco humano. Pues no hay una única opinión válida en este mundo. Y aunque la hubiera, no estaría clara para todos por igual. Porque somos diferentes, así de sencillo.

Cuando tienes una opinión, no puedes pretender agradar a todos. Confieso que antes me sentía incómoda de expresar aquello en lo que creo. Sencillamente por el respeto por los demás. Pero creo que me equivocaba: no era respeto, era miedo. Miedo a no ser aceptada, a que algunos pudieran darme la espalda por mis opiniones. Miedo a no ser comprendida, a ser considerada rara o incluso tonta. Como ya lo dije en uno de mis artículos, el miedo es la principal causa de la infelicidad. Y es a día de hoy un enemigo al que sigo enfrentándome día y noche.

Pero he decidido dejarlo aparcado a ratos. Y decir lo que de verdad quiero decir. Sé que unos me tacharán de conservadora, otros de revolucionaria. Pues ni formo parte de la Iglesia, ni acepto la tauromaquia ni el aborto (aunque entiendo que hay casos puntuales en los que éste tiene lugar de ser). No pertenezco a ningún partido ni creo en una ideología concreta. Algunos pueden decir que no tengo identidad. Pero es evidente que sí que la tengo: la mía propia.

Me he equivocado. Y mucho. He cometido errores estúpidos o también errores que podía haber evitado. Me ha costado perdonar muchas veces. Pero sobre todo perdonarme a mí misma. Mi opinión no siempre ha sido la misma. De hecho lo que soy hoy poco tiene que ver con lo que fui con mis 20 años, por ejemplo. Y es muy posible que en 10 años piense de forma diferente.

Siempre creí que no valía para emprender un negocio. Ahora pienso que tal vez ha llegado el momento. Tengo muchos puntos que mejorar: debo combatir el orgullo, el falso ego, la inseguridad, todo tipo de miedos, aceptarme como soy, aceptarme como mujer (sí, todavía ésta sigue siendo una asignatura pendiente, pues me he criado en un mundo dominado por hombres en el que tener éxito significa dejar aparcado el lado femenino). Tengo mucho trabajo que realizar aun. Debo aprender a perdonar, a olvidar el rencor, a reconciliarme con la vida y los demás. Y debo aprender a no tener miedo a decir lo que pienso, a dar en voz alta mi opinión, aunque esto suponga perder a unos seguidores, incluso que algunos amigos se alejen de mí.

Ayer sin ir más lejos, en el avión de vuelta a Rotterdam, unas chicas sentadas a mi lado me preguntaron si podía cambiar mi asiento por el de su amiga, para que estuviesen las 3 sentadas juntas. Mi primera reacción fue: claro, yo viajo sola, me da igual.  Pero al ver que la amiga estaba sentada en la ventanilla y yo había reservado con antelación un asiento de pasillo a propósito, ya que me levanto a menudo y quiero más espacio al menos a un lado de mi asiento, les tuve que decir que no, explicándoles, eso sí, mis razones. Si esto hubiera ocurrido hace unos años, probablemente les habría dicho que sí, pese a que luego me sintiera incómoda en el otro asiento. También es verdad, que a pesar de decirles que no, no dejé de preguntarme en todo el trayecto, si había obrado bien, si no debía haber cedido mi sitio para agradar a esas chicas que ni siquiera conocía.

Así ocurre con la opinión. Puedes callarte y no opinar nunca, cayéndole bien a muchos. Especialmente cuando se trata de personas que te importan: amigos, familia. O puedes decir lo que de verdad piensas y hasta crear un conflicto, pero siendo tú mismo, defendiendo tu prorpia verdad. Lo bueno, y lo más importante que saco de todo esto: si yo tengo derecho a defender mi opinión, los demás también tienen el mismo derecho, comparta sus opiniones o no. Personalmente no dejaría de lado una amistad con la que no compartiera sus ideas. Esto se llama tolerancia y ésta es sin lugar a dudas, una tarea pendiente para muchísima gente todavía, incluida yo misma.


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