Ayer, Irlanda solicitó formalmente que la UE y el FMI rescaten su economía financiera. Todo este baile de máscaras se ha venido fraguando en el más estricto de los secretos y de cara al público se ha negado la mayor hasta que el órdago ya no se podía ocultar. Las condiciones de la UE y el FMI van a ser durísimas pero no para los responsables del desastre, sino para toda la población irlandesa.
No quiero entrar en las particularidades irlandesas, que las tiene. No en vano los neocons pusieron su milagro como espejo donde mirarnos. Y no quiero entrar porque habría que hacer lo mismo con Grecia, con portugal y con España. Los famosos PIGS con los que nos bautizaron los arrogantes mercados.
En Irlanda, el gobierno ha decidido adelantar las elecciones. En Grecia un nuevo gobierno socialista se encontró con toda una política económica impuesta sin margen de maniobra. En España, hasta el más tonto de los ministros reconoce que las durísimas reformas que se han iniciado son por imposición de esos mercados. En Portugal, otro tanto de lo mismo. Y si alzamos la vista veremos reformas contra los trabajadores en prácticamente todo el mundo, pero especialmente en Europa.
Y aquí está la madre del cordero. Los mercados financieros, con la connivencia cómplice de los políticos de turno, están imponiendo una serie de reformas profundas que consolidan un sistema profundamente injusto donde la banca siempre gana. Un modelo económico y de relaciones basadas en el chantaje mafioso y la extorsión a los ciudadanos que ha sido impuesto por la fuerza y por el miedo.
¿Donde queda en este escenario la democracia?. ¿Cual es el papel de la ciudadanía para poder elegir un destino?. ¿Donde quedan las posibilidades de cambiar el mundo apostando por formas democráticas?. Pues en papel mojado. No hay forma. Está todo tan atado, que ahoga cualquier posibilidad de disidencia.
Lo que está sucediendo en esta crisis ya no es sólo un cambio profundo en el estado del bienestar y en la profundización de un sistema capitalista agónico que pone en riesgo la propia supervivencia humana en términos planetarios, sino que cambia de manera indisimulada las relaciones de poder entre los ciudadanos, volviéndonos en la tesitura de tener que volver a reivindicar la propia esencia de la democracia: un hombre un voto, pero también su propio significado, que no es otro que la capacidad de elegir su futuro.
Y no quiero ser alarmistas, pero esas conquistas humanas, la de los derechos, se hicieron a sangre y fuego. Ninguna fue pacífica. Nunca se ha regalado nada.
O “los mercados” o nosotros. Esa es la elección.
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