El Presidente Obama es rodeado por los Castro. A su frente tenía al viejo lobo Raúl, quien ocupa el turno del tirano. A su izquierda ocupó el espacio su nieto y jefe de su escolta personal, y a la derecha del norteamericano, justo detrás de Ban Ki Moon, su hijo Alejandro que expresa su falso rostro angelical, porque es coronel de pronto ascenso a general de brigada, y quien dirige la mano negra de la Seguridad del Estado.
Raúl Castro, a primera vista, no entiende nada lo que dijo Obama; Alejandro muestra rostro de encanto, de orgasmo, de sus sueños de alcanzar el poder con la anuencia de los norteamericanos. El nieto, de manera aparatosa, cubre a su insignificante abuelo, cuando en cambio Obama aparece en solitario, y en su alarde casi lanza al piso al canciller Bruno Rodríguez.
No creo que los Castro se salgan con la suya, al menos por esta vez, si antes no se ocupan de arreglar su casa, de organizar las verdades y las mentiras, de brindar, en el orden de los derechos humanos, lo que corresponde para los tiempos actuales.
Ángel Santiesteban-Prats
10 de abril de 2015
Prisión Unidad de Guardafronteras. La Habana