
Evidentemente, cada país defiende lo que le interesa y beneficia, lo que necesita para su desarrollo, prosperidad y seguridad. El intercambio comercial es posible gracias a la política, así como unas mínimas reglas que sirven para regularlo y poder participar del comercio global. En otras épocas, esas normas las imponía por la fuerza el estado poderoso que invadía y saqueaba los recursos de los que se abastecía. Más tarde, estableció colonias que nutrían al colonizador de materias primas a cambio de cierta autonomía a los nativos para su gobierno interno. Así surgieron muchos de los sátrapas que en un principio consentimos y luego ayudamos a derribar, lo que ha generado problemas nuevos. Ya no existen colonias en el mundo, a las que la ONU reconoció el derecho a la independencia, si gobiernos democráticos así lo decidían. Tal avance ha evitado muchas guerras, pero ha engendrado multitud de conflictos regionales. La responsabilidad de las grandes potencias en el orden mundial es, sin duda, innegable, pues la mayoría de tales conflictos derivan de situaciones coloniales antiguas, pugnas raciales/religiosas o del control de las fuentes/territorios estratégicos, en su día mal resueltos. La historia de esos países explica, que no justifica, el polvorín que actualmente existe en el mundo árabe, en el cáucaso, en el sudeste asiático y en Sudamérica, sin olvidar los que afectan a Rusia con sus exsatélites, como esa guerra que libra no tan solapadamente en el este de Ucrania después de arrebatarle la península de Crimea. Todo un enjambre de relaciones complejo y enrevesado.

Obama, “paloma” norteamericana que mató a Bin Laden, acaba de encausar pacíficamente el problema del programa nuclear de Irán, alcanzando en unas negociaciones multilaterales, en Lausana (Suiza), un acuerdo provisional que, si los “halcones” de ambas partes no lo sabotean, supondrá un pacto que cierra a ese país el acceso a la bomba atómica. Sería un primer paso para que los persas se adhieran al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que era lo que la comunidad internacional deseaba. Los republicanos del Congreso norteamericano y Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, se declaran contrarios a estas negociaciones y muestran públicamente su desacuerdo al mero hecho de sentarse en la mesa con un país del que no se fían y al que acusan de tener ambiciones expansionistas y promover el terrorismo en la región. Los “halcones” americanos preferirían continuar y hasta endurecer las sanciones económicas con las que obligan a los iraníes a doblegarse a las exigencias del TNP , y los “duros” israelíes amenazan abiertamente de destruir “manu militari” cualquier instalación nuclear de la que se sospeche que sirve para construir una bomba. De hecho, el ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Yuvai Steinitz, ha afirmado que “no descartaba la opción militar para hacer frente a la amenaza iraní.” Ninguna de estas amenazas “halconeras” es baladí, pues ambas se han ejecutado en otras ocasiones.

Otro conflicto enquistado en la historia norteamericana es el de Cuba, país con el que Obama ha establecido negociaciones para la normalización de las relaciones. Un bloqueo de décadas que no ha derribado al régimen comunista ni ha empujado a la población contra su propio gobierno, a pesar de las calamidades que venía sufriendo como consecuencia del mismo. Los resultados de la nueva política de diálogo con Cuba están por ver, pero los cubanos se sienten exultantes ante las posibilidades que adivinan si se mantiene la apertura entre ambos países, al igual que los empresarios norteamericanos de disponer de un nuevo mercado en el que hacer negocios.

Con todo, Barack Obama pasará a la historia, no como el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, sino por la sensibilidad social de sus políticas y por iniciar la solución a los grandes conflictos crónicos que heredó de administraciones anteriores. No ha asentado la paz en el mundo, pero evitando que Irak disponga de armamento nuclear lo ha hecho un poco más seguro. El tiempo revalorizará su legado.