El monasterio de Sta. María de Obarra (Huesca).
Obarra es una palabra en euskera y significa “entre rocas”. Y es allí, al pie de un impresionante desfiladero a orillas del río Isábena, en la Ribagorza oscense, donde se construyó hace mil años el monasterio de Santa María, de Obarra, por supuesto. Un impresionante ejemplar de románico lombardo del S. XI que es en sí mismo mucho más que un edificio. Es un calendario, un almanaque al servicio de Dios.Hacia el año 1000, nada más estrenarse el nuevo milenio, los habitantes del condado de la Ribagorzavieron confirmados sus más profundos temores apocalípticos. El hijo del temible Almanzor, Abd al-Malik ibn Abi Amir alMuzaffar, lideró un ataque devastador contra los territorios cristianos a los pies de los Pirineos. Esas tierras eran pobres y sus edificios y poblaciones escasas. Medio escondidos en los profundos valles del Isábena y Ésera, las aldeas de la Ribagorza no pudieron ofrecer ninguna resistencia a la terrible cólera de las tropas musulmanas del califato de Córdoba que saquearon, mataron y destruyeron a placer, incluida una iglesia de época visigoda a orillas del Isábena y al pie de un profundo desfiladero.
No quedo casi ni rastro de ese edificio excepto algunos sillares y piedras que no tardaron en volver a ser utilizados, pero esta vez para construir un templo completamente nuevo y a la vanguardia de la arquitectura románica del momento. El monasterio de Santa María de Obarra nació en el S. XI para dar cobijo a los peregrinos que, desde el Languedoc –en el sur de Francia- se atrevían a realizar el peligrosísimo peregrinaje a Santiago de Compostela.
El resultado fue un ejemplo clásico de románico de estilo lombardo a los pies del desfiladero, desafiando a sus vecinos musulmanes ya bastante debilitados tras la desaparición del califato cordobés en medio de cruentas guerras civiles. Y es que Santa María de Obarra, junto a su vecina Roda de Isábena, eran la puerta de la Cristiandad, la entrada a otra cultura. Lo que hoy el Estrecho de Gibraltar, porque las cercanas Graus y Barbastro ya eran del Islam. Era un territorio en el que, a diferencia de Castilla con su ancha meseta, convivían el mundo musulmán y cristiano a escasos kilómetros de distancia. Santa María de Obarra daba la bienvenida o despedía a los viajeros entre estos dos mundos que siempre han estado unidos.
Algo más que un monasterio
Pero este monasterio era algo más. En un mundo en el que las comunicaciones eran lentas, difíciles y peligrosas, era muy importante que cada comunidad fuera lo más autosuficiente posible. También a la hora de marcar su calendario. Santa María de Obarra era un calendario en sí mismo. Fue construido de manera que los monjes pudieran conocer cada año en qué semana concreta se debía celebrar la Pascua, entonces y ahora la más importante fiesta cristiana. Lo consiguieron de una manera muy especial: a través de la luz del sol y de la luna “por la ventana central del ábside en el segundo plenilunio de otoño, justo 21 semanas antes de la Pascua del año siguiente”, según explica el propio panel informativo del monasterio. Además, los monjes sabían gracias a este mecanismo cuando debían celebrar la misa, ya que “También en los meses que rodean al solsticio de verano, un primer rayo de sol ilumina el altar y el presbiterio a la hora de tercia en que se celebraba la misa monacal”.
Fotografía de http://mallata.wordpress.com/
Pero este monasterio no era solamente un almanaque. Al igual que en la gran mayoría de las obras de la Alta Edad Media, se buscó cargarlo de simbolismo más allá de cualquier consideración estética. Es por ello que “el conjunto de la iglesia se sometió a las llamadas armonías musicales, sistema proporcional arquitectónico más usado en la Alta Edad Media. Los números 3 (Trinidad) y 7 (Espíritu Santo, totalidad del tiempo, Apocalipsis.) se repiten por todo el templo: tres naves de siete tramos con una relación de anchura 2+3+2=7; tres ventanas en el ábside central y siete en los tres ábsides... Otros números simbólicos en el edificio son el 12 (la totalidad, los apóstoles o los jueces del Juicio Final) o el 5 (la Salvación) presentes ambos en las series de arquillos exteriores e interiores del ábside central." (Información del panel).Incluso el propio altar, en la pared interior del ábside, tiene una peculiaridad: uno de los cuatro arcos que lo decoran rompe la armonía estética y se subdivide en dos arcos más pequeños. Era la manera de recordar a los monjes que cada cuatro años uno es bisiesto.
Cuando se construyó el monasterio las cosas comenzaron a cambiar. A finales del S. XI los cristianos de la Ribagorza, ya unidos a sus vecinos desde 1035 en el nuevo Reino de Aragón, pasaron al contraataque y comenzaron a conquistar las tierras a sus vecinos musulmanes. La frontera se iba desplazando hacia el sur y con ella la adquisición de tierras más fértiles y ricas. Las montañas de la Ribagorza fueron perdiendo importancia y con ellas Santa María de Obarra. Con los siglos acabó siendo abandonada, pero sus muros siguen en pie, y aún hoy el sol y la luna continúan señalando los días en los que los cristianos deben festejar la pascua. Mil años después.