Mirando las cosas desde otra óptica
"No mantengas en ti mismo sólo un punto de vista: el de lo que tú dices y nada más es lo que está bien. Pues los que creen que ellos únicamente son sensatos o que poseen una lengua o una inteligencia cual ningún otro, éstos, cuando quedan al descubierto, se muestran vacíos.
Pero nada tiene de vergonzoso que un hombre, aunque sea sabio, aprenda mucho y no se obstine en demasía. Puedes ver a lo largo del lecho de las torrenteras que, cuantos árboles ceden, conservan sus ramas, mientras que los que ofrecen resistencia son destrozados desde las raíces. De la misma manera el que tensa firmemente las escotas de una nave sin aflojar nada, después de hacerla volcar, navega el resto del tiempo con la cubierta invertida.
Así que haz ceder tu cólera y consiente en cambiar. Y si tengo algo de razón - aunque sea más joven-, afirmo que es preferible con mucho que el hombre esté por naturaleza completamente lleno de sabiduría. Pero, si no lo está -pues no suele inclinarse la balanza a este lado-, es bueno también que aprenda de los que hablan con moderación."
(Antígona, 705-725. Trad. de Assela Alamillo)
Es curioso -y luminoso- que Sófocles en su Antígona haga recaer el peso de la cordura, la moderación y el sentido común en un muchacho, el joven Hemón, hijo de Creonte. Es éste quien dirige a su padre, en pleno conflicto, estas maravillosas palabras sobre la inflexibilidad y las consecuencias que ésta trae, sobre la arrogancia de aquellos que creen estar en posesión de la verdad, sobre las estúpidas intransigencias.
Antígona, la extraordinaria obra de Sófocles, habla del choque entre individuo y sociedad, del conflicto entre los deberes y creencias particulares, y los colectivos o impuestos por el Estado. El argumento es relativamente sencillo, pero no las interrogaciones que plantea. Creonte, rey de Tebas, impone la prohibición de dar sepultura a Polinices, alzado contra el Estado y muerto en lucha fraticida. Antígona, hermana de Polinices, contraviniendo esas órdenes explícitas, arroja un puñado de tierra sobre el cadáver de su hermano, proporcionándole así un enterramiento simbólico. Antígona es inflexible respecto a su deber personal, como también lo es Creonte respecto al suyo como gobernante, por lo que el pathos y la tragedia están servidas. Ambas posturas, como moles, irreconciliables, encarnan dos caras de un mismo error de conducta, por mucho que nos sintamos muy cercanos al modo de actuar de la joven muchacha tebana, o nos admire su valentía.
Sin juicio y sin capacidad de oír, Creonte se siente doblemente ofendido en su autoridad: como padre, por una parte, y como soberano por otra. Aunque el pueblo grita y exige perdón para Antígona, Creonte le vuelve la espalda y la condena a morir. Tampoco él queda exento de la desgracia, ya que perderá a su hijo, Hemón, que pone fin a su vida tras la condena de Antígona, de la que estaba enamorado.