Revista Cultura y Ocio

Objetividad, compromiso e intencionalidad del periodista

Publicado el 07 marzo 2012 por Fabianscabuzzo @fabianscabuzzo

(Por Javier Darío Restrepo) El memorando de A.M. Rosenthal para los periodistas del New York Times llegó a ser un mandato escrupulosamente obedecido en incontables redacciones. Leyeron entonces los del periódico neoyorquino: “el deber de todo reportero y editor es luchar para conseguir tanta objetividad como sea humanamente posible”. Y a renglón seguido les describía la objetividad como distancia, exclusión de puntos de vista personales e inclusión de todos los puntos de vista. Además, agregaba Gaye Tuchman, la objetividad es una virtud que protege al periodista “contra juicios por libelo”, porque trata por igual a todas las personas y opiniones.

Algunos le agregan otra ventaja a la objetividad: “exige solamente que los reporteros se hagan responsables de cómo informar, no de lo que están informando”. Según la respuesta común de los medios acusados y acosados por el público como sensacionalistas, ellos son objetivos porque se limitan a registrar la realidad sin comentarios ni interpretaciones; y de hecho, es una tradición vigente en una parte de la prensa en el mundo, que la tarea informativa debe limitarse a la transcripción rigurosa y exacta de los hechos y de las opiniones, tal y como se dieron en la realidad..

Objetividad, compromiso e intencionalidad del periodista

Son percepciones que a veces se contradicen y que dejan intacta la pregunta: ¿qué es la objetividad?

La objetividad

Cuando la información parte de un conocimiento exacto y cierto, de una reflexión consciente y de una rectitud intachable de intenciones “en esto consiste la imparcialidad, o la absoluta objetividad”, sentencia Luka Brajnovic.

Los códigos de ética son tan específicos como este profesor de la Universidad de Navarra. El de la ONU exige “información exacta, conforme a los hechos, comprobada en todos los hechos esenciales y sin deformación deliberada”, para hablar de objetividad. Otros ocho códigos recalcan o el deber de la absoluta objetividad (Código del periodista europeo) o el derecho del público a esa clase de información (Federación Internacional de Periodistas) o la necesidad de despojar el ánimo de prejuicios (Periodistas de Antioquia, Colombia) o el rechazo de presiones de los empleadores para que se acomode la versión de los hechos a sus intereses (Código de Chile) o el repudio de la mentira como práctica profesional ( Códigos francés e italiano) o la técnica de consultar documentos probatorios y de buscar los hechos mismos ( Código peruano) o la apelación a la conciencia socialista y a la responsabilidad ante la opinión para informar verazmente (código yugoeslavo)

Estos mandatos de los códigos no resuelven el problema. Por el contrario, siempre que se los esgrime, el periodista tiene razones para responder con la contundencia de los hechos vividos que la objetividad que reclaman los códigos no es posible.

¿Es posible la objetividad?

Los que tienen presentes sus estudios de filosofía, generalmente invocan en su favor a Heráclito y a los filósofos escépticos. El conocidísimo texto de Heráclito sobre el hombre que no puede bañarse dos veces en el mismo río, porque sus aguas en movimiento constante hacen distintos ríos cada instante, es una comparación feliz para describir la tarea del periodista. Los hechos de la historia diaria, que son la materia prima de la información periodística, son tan cambiantes como las aguas de un río. Pretender la objetividad es tanto como creer que es posible capturar y congelar el instante que huye. El mismo hecho, observado por distintos periodistas, recibe tratamientos y versiones diferentes y, además, en las sucesivas ediciones de un periódico o en las emisiones de un noticiero, tiene que ser complementado, corregido, aclarado o rectificado, hasta el punto de que el periodista llega a contemplar las suyas como verdades provisionales. Un periódico de hoy sería una fuente de argumentos para los escépticos que, en los comienzos de la reflexión filosófica, consideren que el ser humano está incapacitado para conocer la realidad de las cosas. Esa imposibilidad del conocimiento objetivo está ratificada por hechos como estos, que el periodista conoce, o porque ha sido actor en ellos, o porque ha sido su testigo.

Algunas opiniones

Objetividad, compromiso e intencionalidad del periodista
I. Connell estudia las noticias de televisión y concluye que “ayudan a reproducir ideologías reformuladas”.

Hall, Critcher, Jefferson, Clark y Roberts investigan las informaciones sobre atracos en la prensa británica y anotan: “la definición de los atracos o asaltos, tal y como la proporcionan las autoridades, como la policía, es lo que se reproduce en las noticias”.

J.I. Bonilla y María E. García en Colombia, analizan editoriales del periódico El Tiempo sobre paros y huelgas, y concluyen que el discurso del periódico no aprueba esos paros y los representa “invariablemente como problemas de orden público”.

Una investigación parecida hizo el Glasgow University Media Group sobre las noticias de televisión relacionadas con huelgas, presentadas “como problemas para el público”.

J. Downing en su estudio sobre la presencia de mujeres y grupos étnicos en las noticias, demuestran que “el dominio masculino en los medios de comunicación, reproduce el dominio masculino en la sociedad”.

Estos estudios sustentan conclusiones parecidas a las de los periodistas que han llegado a la conclusión de que en la doctrina de la objetividad hay más teoría que realidad. Los fundadores del Time comprobaron que era imposible la objetividad absoluta y que sus editores deberían indicar en los asuntos controvertidos “cuál de las partes tiene mayor mérito”.

Y no estuvieron solos en esa percepción. Desde 1883, Josep Pulitzer había dicho resueltamente que el New York World se dedicaría “a la causa del pueblo en vez de la de los monarcas financieros, a desenmascarar todo fraude e hipocresía, a combatir todos los males y abusos públicos” que es la misma posición del periodista de hoy que denuncia la corrupción, que rechaza la violencia y que defiende la vigencia de los derechos humanos.

Han existido, por otra parte, prácticas periodísticas con las que se pretende mantener una objetividad imposible. Es el caso de la impersonalidad de la noticia que se impone o porque la información es el producto de una empresa, o porque está ausente un yo individual, sin expresiones – así lo ordenan los Manuales de Estilo, creencias u opiniones de una persona. Y concluye Teun A. Van Dijk “el yo puede estar presente solo como un observador imparcial, como un mediador de los hechos”. Una práctica de esta naturaleza, sugiere la pregunta: ¿para preservar la objetividad, debe desaparecer el yo del periodista?

El “yo” en periodismo

Parecen sugerirlo así las normas que prohiben los coloquialismos, el estilo del lenguaje hablado, el uso del yo y, desde luego, la opinión personal. En lugar de eso, son de rigor el lenguaje neutro, las citas de fuentes y el uso de estrategias persuasivas como la descripción de los hechos en directo, el recurso a testigos cercanos y a representantes de la autoridad, el manejo de cifras y porcentajes: edades, fechas, hora de los hechos, peso, tamaño. Son juegos de cifras que sugieren una objetividad a toda prueba. Agrega Van Dijk, la utilización “de dispositivos estratégicos que relacionan la verdad y la credibilidad”. Y enumera el uso selectivo de fuentes, modificaciones específicas en las relaciones de relevancia, perspectivas ideológicamente coherentes con la descripción de los sucesos, usos selectivos de personas e instituciones fiables, oficiales, bien conocidas y creíbles, cita de testigos oculares.

Aparentemente en la práctica periodística se han acumulado demasiados recursos para disipar en el lector la sospecha de que el yo del periodista es el que impone una versión no objetiva y para consolidar la certeza de que, al desaparecer el yo, se puede tener la seguridad de una información objetiva. Sin embargo, anota Tuchmann, “las citas son la protección del reportero contra la calumnia y el libelo, y la ilusión retórica de fidelidad encuentra aquí su correlato social en la veracidad de la representación”. En efecto, todos esos recursos al servicio de la objetividad, de hecho no crean objetividad sino una ilusión de objetividad, porque es posible aparentar impersonalidad, manejar fuentes, manipular cifras y porcentajes y convertir todas esas tácticas en simples coartadas.

Subjetividades rampantes

Esa ilusión de objetividad desaparece cuando intervienen las inevitables tomas de posición, implicadas en la decisión entre varios hechos que pueden ser convertidos en noticia: ¿cuáles se cubren y cuáles se silencian? Al optar por un determinado hecho, viene un segundo paso: las fuentes que se consultaron: ¿por qué esas y no otras? Se repite el fenómeno cuando el periodista utiliza el material proporcionado por las fuentes, porque debe seleccionar unas partes y descartar otras: ¿con qué criterio se hace la selección? Y las decisiones continúan al preferir un enfoque a otros, al titular, al subtitular, al diagramar, al ilustrar. En todas estas etapas se mantiene vivo el riesgo de que las posiciones subjetivas impidan la objetividad.

Victoria Camps formula reflexiones que seguramente han pasado ya por la cabeza de los periodistas sometidos a esa dualidad de sentirse obligados a ser o parecer objetivos y de decidir en cada uno de los pasos de la elaboración de una noticia, entre su subjetividad y el mandato de la objetividad. Dice la filósofa española: “informar no es tan distinto de opinar, o por lo menos, interpretar. Decidir cuál ha de ser el objeto de la información es dar una opinión. Decidir la forma -la extensión, la imagen- que debe tener la información, es manipular la realidad”. Porque, agrega Camps “no se informa sólo por informar. El informador elige una información y elige, a su vez, el público al que la dirige. Nadie habla en el vacío”.

El periodismo comprometido

En vez de la impasibilidad de hielo del periodismo objetivo, aparece el periodismo que se compromete, que tiene una opinión, que defiende un punto de vista. Pero, ¿hasta qué punto es esto posible sin violar la norma de la imparcialidad informativa?

La experiencia de la relación periódico-lectores demuestra:

1. Que no es creíble el periodista que hace gala de no creer en nada; en cambio, aporta razones de credibilidad el que manifiesta honestamente en qué cree.

2. Una objetividad mecánica sólo produce esa información simplista que reproduce los dos puntos de vista enfrentados, y se lava las manos diciendo que las conclusiones corren por cuenta del lector.

3. Esa objetividad es la que impide ir más allá de la superficie de los hechos, para acometer su interpretación y análisis.

4. Bárbara Philips, citada por Rivers y Methews, señala que el énfasis en la objetividad interfiere con el conocimiento de la audiencia.

No ha desaparecido el yo del periodista y aparece, cada vez más distante, el deber ser de la objetividad.

La intencionalidad

Objetividad, compromiso e intencionalidad del periodista
Para encontrar una salida al problema, se comienza a hablarse de la intencionalidad, que es tanto como abandonar una visión externa de la información, para adentrarse en los motivos de la información, o sea, en las intenciones.

Toda información obedece a una o varias intenciones, algunas de ellas expresas; otras, quizás el mayor número, implícitas. Sea expresa o implícita, la intención gobierna el proceso de elaboración de una información, le impone sus reglas que pueden darle forma, deformarla, recortarla, destacarla o suprimirla. De lo que se trata, por tanto, no es de volver sobre la inacabable discusión sobre la capacidad o limitación del ser humano para conocer la realidad, sino de ir más adelante. Sobre el supuesto de los límites del entendimiento, la reflexión se dirige a la voluntad del que informa para preguntarle:¿ cuáles son sus intenciones expresas y cuáles las implícitas, en el momento de informar?

La naturaleza de esas intenciones señala el grado de libertad de la información. Saber cuáles son las intenciones explícitas, traer a la conciencia las intenciones que permanecen en el subconsciente, son procesos necesarios para quien quiere informar con libertad. La información libre, sin descartar la preocupación por la información verdadera, está resultando de mayor importancia que los anteriores esfuerzos para saber si era verdadera o no. Quizás porque existe la intuición de que, al ser libre, tiene las máximas garantías para ser verdadera. Es indudable que, junto con la evolución conceptual, ha habido un cambio de prácticas.

El fundador de la revista de periodismo de la Universidad de Columbia, James Boylan, abandona el esquema maniqueo: objetividad vs subjetividad y confiesa que más allá del impersonal estilo “balanceado” de escribir noticias, hay un reclamo para que el periodismo ocupe un lugar en la sociedad, con una posición que sea a la vez imparcial y en nombre del interés general. De eso se trata. Entre los extremos -viciosos ambos- de la información distorsionada o sesgada, por los puntos de vista subjetivos o interesados, y el de la noticia aséptica, sin color, olor, ni sabor, de puro objetiva, hay un término medio, tan difícil como todas las virtudes: contar la historia e interpretarla sin tocarle un pelo a la exactitud, pero al mismo tiempo hacerle sentir al lector que uno está de su lado, que trabaja para él y con él y que sólo él importa.

Victoria Camps en su reflexión sobre el asunto, puntualiza: “lo que el buen informador debe proponerse, no es tanto ser objetivo cuanto creíble. Habida cuenta que la credibilidad supone un esfuerzo sostenido: no se consigue confianza ni el prestigio, de un día para otro”. Esa construcción de la credibilidad resulta más exigente que el viejo imperativo de la objetividad porque demanda un esfuerzo sin pausa para buscar y obtener la verdad de los hechos, al mismo tiempo que un control de las intencionalidades.

Si se piensa, además, que el periodista actúa como un guía que, a través de la información, le permite a la sociedad identificar sus propósitos, crece en importancia el deber de ofrecer una información libre. Sus noticias cumplen una función política, con todo lo que ello significa en términos de poder, de interacción de la sociedad, de orientación de su historia.

Conclusión

Hemos recorrido, unas detrás de otras, las etapas de la objetividad impuesta como norma, superada luego por la búsqueda y control de las intencionalidades, que llevan forzosamente a esa posición de equilibrio en que el periodista es a la vez imparcial y comprometido con el interés general. Aquí es donde esta reflexión finalmente encuentra una dimensión que explica por qué, durante mucho tiempo, la discusión sobre la objetividad fue un sofisma de distracción que impidió ver el papel de la información en la construcción de la democracia.

En la ciudad-estado ateniense, lo mismo que en la civitas romana, el ejercicio del poder no implicaba el nacimiento ni el fortalecimiento de la relación mando-obediencia, sino una acción en común para hacer y aplicar las leyes que todos, como coautores, apoyaban libremente. Entonces, ante la ley o la autoridad, aceptadas tras un proceso de conocimiento que el ágora aceleraba y fortalecía, se hacía democracia. La democracia se construía a partir del conocimiento y no de la adhesión. Decía el pensador checo Pavel Kohout que un ciudadano libre es un ciudadano codominante, que es lo contrario de ser dominado por una elite. O sea que el ciudadano libre es creación del poder democrático, el dominado es el resultado de una fuerza tiránica. Y en la formación de ese ciudadano libre, una información libre es tan necesaria como el agua o el aire para los seres vivos.

Opinión publicada en la Revista Chasqui en 2001. El autor dirige talleres de Ética en la “Fundación para el Nuevo Periodismo en toda América Latina”. 


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