Revista Cine

Obra maestra del cine fantástico: King Kong

Publicado el 23 noviembre 2010 por 39escalones

Fue la belleza lo que mató a la bestia

Obra maestra del cine fantástico: King Kong

Pocas películas en la historia del cine son capaces de aunar fantasía, emoción, terror, aventura y carga simbólica, ideológica y ética como el clásico de 1933 codirigido por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack, King Kong, una maravilla que en su día destacó por su avanzada utilización de los efectos especiales y que, casi ochenta años más tarde de su filmación, sigue suponiendo un hito en el cine fantástico y de aventuras protagonizado por criaturas fabulosas muy pocas veces igualado (y nunca superado, no hay más que ver las versiones de John Guillermin y Dino de Laurentiis de 1976 y la de Peter Jackson de 2005), ni siquiera por productos de mayor presupuesto, repartos y equipos técnicos más reconocidos (incluido el empleo del ordenador para la creación de efectismos) o, a los ojos del espectador de hoy, más “modernos”. Al mismo tiempo actualización del mito de la Bella y la Bestia, pasada por cierto aire romántico a lo Frankenstein, y plasmación del conflicto entre desarollo y naturaleza, entre civilización y vida salvaje, entre ecosistema natural y escenario urbano, King Kong sigue siendo a día de hoy una historia vibrante, de ritmo trepidante, de imágenes inolvidables, poderosa, hechizante, irresistible, un cheque en blanco a la aventura tal como se vivía en los sueños de la niñez, y a la vez la prueba fehaciente de que la serie B, que en su día era una cuestión de presupuesto, no tiene que ver necesariamente con la inteligencia, la pericia o la capacidad técnica de quienes se dedicaban a ella, ni con la calidad final de su trabajo.

Todo el mundo conoce el argumento: un director de cine lleva a su equipo a una ignorada isla del Índico cercana a Sumatra para rodar una misteriosa película de la que no ofrece más detalles que su presunta magnificencia. Para convencer a los estudios y conseguir la financiación, se ha visto obligado a incluir en la expedición a Ann (Fay Wray, que se ganó la inmortalidad gracias a su personaje), una chica desgraciada y sola, aspirante a actriz, que ha conocido en un café de Nueva York. Arribados a la isla, llamada de La Calavera, descubren la existencia de una antigua tribu anclada en un remoto pasado prehistórico que secuestra a Ann para ofrecerla como sacrificio a una bestia a la que se refieren como Kong, y que no es otra cosa que un gigantesco gorila, una rémora de un pasado anterior a la aparición del ser humano, perteneciente a un mundo dominado por los dinosaurios que habitaron la Tierra antes de su desaparición fulgurante a causa del impacto de un meteorito. A diferencia de otros casos, Kong se siente atraído por la chica, rubia y de piel clara, nada que ver con las nativas de la isla que ha devorado hasta entonces: por ella se enfrenta hasta la muerte con otras bestias tremebundas, igualmente restos de la prehistoria, que pueblan la isla, pero, utilizándola como cebo, el equipo de la película captura a Kong con la finalidad de trasladarlo a Nueva York y hacer negocio con su presentación pública en Broadway, en lo que siempre fue desde el principio la intención del director de la película.

Espectacular, grandiosa, fascinante, imperecedera, parte de su trascendencia viene derivada de la conversión del personaje principal, el monstruoso simio del principio, en una criatura humanizada, capaz de desarrollar y demostrar sentimientos, y de la apuesta por un final triste que permita triunfar a la barbarie impuesta por lo que conocemos como civilización por encima de los instintos naturales y el amor, la piedad o la compasión. Así, esa lucha entre el hombre “civilizado” y el monstruo, entre el “progreso” y la naturaleza, invierte la carga de la prueba, y termina demostrando que el ser humano, recubierto por la piel del aprendizaje, la cultura y los impostados valores de esa necesaria convivencia que llamamos sociedad, no se ha visto abandonado ni por un segundo de sus instintos animales ligados a la crueldad y la violencia, que bajo la convivencia organizada, las convenciones y los derechos, se halla, sin necesidad de rascar mucho, un carácter puramente animal, bestial. Así, la bestia enamorada, secuestrada, encadenada, trasladada a un mundo que no es el suyo y exhibida como una atracción de circo, un ser cuyo único crimen ha sido encapricharse de una mujer hermosa, es, en una loca huida que causa no pocas muertes y destrozos, perseguida, acosada y tiroteada hasta la muerte por criaturas supuestamente superiores, civilizadas, cuya inteligencia, mediatizada por el egoísmo y la codicia, no supo ver el peligro potencial de la situación ni pudo prever un desenlace desligado de las armas y la muerte. El mono se humaniza, se comporta como un ser acosado que utiliza la violencia en defensa propia y termina exponiéndose, sacrificando su vida para evitar que hagan daño al objeto de su amor, mientras que el ser humano supuestamente inteligente, racional, moderno, desarrollado, se bestializa y no encuentra otra salida con que responder a lo que desconoce y teme que la crueldad y la violencia, inspirado por el miedo a unas fuerzas de la naturaleza que se siente incapaz de controlar.

Obra maestra del cine fantástico: King Kong

Pero, más allá de mensajes, la película contiene otros muchos atractivos apreciables. La secuencia del barco entre la niebla con el descubrimiento del perfil de la isla y las desarrolladas en el poblado y la jungla son impresionantes, tanto desde el punto de vista técnico como en lo relativo al manejo del ritmo, del suspense y de creación de interés y emoción en el público, desde la aparición de Kong y los combates con las otras bestias a las peripecias del grupo de expedicionarios en busca de la muchacha retenida, y los escenarios neoyorquinos (el teatro, las excepcionales y meticulosas maquetas de Nueva York por entre las que se mueve el monstruo, el final en el Empire State…) constituyeron en su momento, y aun hoy, hitos nunca vistos en el cine americano hasta entonces, y muy difíciles de igualar con posterioridad. A ello contribuyen los magníficos efectos especiales de Willis O’Brien, (apoyado por un joven Ray Harryhausen), decisivos para mutar al antagonista perverso en monstruito simpático. Esa es, precisamente, la mayor virtud de King Kong, el toque especial que la diferencia de la gran mayoría del cine fantástico basado en criaturas amenazantes que se ha filmado en las ocho décadas posteriores de cine: Kong tiene alma, siente, sufre, padece. En pocas palabras, Kong resulta más humano que los humanos, mientras que éstos se muestran como más animales que la criatura a la que llaman bestia. No fue la belleza la que mató a Kong: será la codicia desmedida, la loca carrera hacia una modernidad sin rumbo ni destino, la lucha cruel por un beneficio instantáneo, por la explotación brutal de la naturaleza (en esto, con las décadas, la película ha adquirido un inesperado mensaje ecologista), lo que acabará con ella; la única bestia se llama ser humano. La muerte de Kong, un antepasado del ser humano, a manos de éste mismo, no es sino un símbolo de la pérdida por parte del hombre de sus referentes, una metáfora de su autodestrucción.

Obra maestra del cine fantástico: King Kong

¿A que es majo? Una auténtica monada…



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