Parece una imagen de postal pero Ochagavía es real. Pintoresco pueblo del Pirineo navarro por el que nos va a parecer que nos adentramos en un cuento nórdico. Ochagavía nos sorprende con esta peculiar estampa de su río Anduña separando la población. Con ese puente de piedra medieval que enlaza las dos partes de la villa. Sus casas son edificaciones de muros blancos decorados con piedra. Se miran frente a frente, muy ordenadas, pulcras y sencillamente coquetas. Rinden homenaje, sin salirse del guión, al río que las separa unos metros. A las dos orillas, Ochagavía. En el río, tres puentes que enlazan todos los rincones de este encanto pirenaico. Y como un abrazo muy grande, el valle que la cobija, denso, brillante durante el otoño, blanco y puro durante el invierno.Es ese rinconcito del Pirineo navarroque no importa que luz natural reciba porque sigue siendo muy emblemática y acogedora. Es alegre y activa cuando los rayos de sol se reflejan en el agua del río e intensifican los colores vivos de las flores de sus ventanas o de los tejados de sus casas.Resulta muy romántica cuando cae una ligera llovizna que la cubre de sensaciones que podemos sentir a flor de piel. Rítmicas gotas de lluvia que caen sobre el río o golpetean con una melodía constante sus calles y caminos. Se convierte en un lienzo muy especial cuando se ve sorprendida por los primeros copos de nieve. Callejones empredados de anchos escalones que van salvando poco a poco la pendiente. A los lados, las casas bien ordenadas, cálidas y silenciosas. Ventanas abiertas que parecen que nos guiñen a nuestro paso con esos visillos que las separa del mundo exterior y con esas flores acostumbradas a brillar aunque no haga calor.En Ochagavía no hay simbiosis con la naturaleza que la rodea. Pero tampoco hace falta porque es un pueblo típico de algún cuento que se halla escondido entre sus bosques. Si la visitamos durante el otoño la naturaleza ya se encargará de enmarcarla entre rojizos, anaranjados y ocres. Y como es un pueblo pequeño y recogido podremos pasear tranquilamente por sus calles y cruzar cuantas veces queramos sus puentes. Si nos paramos en alguno de ellos es posible que escuchemos un ruidoso río Anduña y nos impregnemos del olor a leña que flota en el ambiente si el fresco comienza a enfriarnos la piel. Muros blancos, balcones de forja, ventanas y aleros de madera, tejados muy altos con teja plana, callejones de piedra y un torreón. Muchas de sus casas tienen puertas en arco que están enmarcadas con piedra de cantería.Una torre de la iglesia que destaca sobre el resto ordenado del pueblo y se recorta entre las siluetas de los árboles. Un torreón que nos llama la atención porque tiene tejas de madera. Son pequeñas tablillas que no hemos visto hasta ahora. Antiguamente, Ochagavía era un bonito pueblo rústico por sus tejados de madera. Pero más allá de los pasos que podamos dar por sus callejones y las miradas curiosas que se nos escapen hacia sus casas existe otra Ochagavía histórica, misteriosa y alegre.Uno de los momentos claves de este pueblo ocurrió durante el año 1.248 cuando el rey Teobaldo I de Navarra donó un molino a Burgui que favoreció la actividad comercial en todo el valle. Como muchos de los pueblos del Pirineo, Ochagavía se vio envuelta en una caza de brujas protagonizada por la Santa Inquisición durante el siglo XVI. Aquí, en estos valles, fueron condenados a morir en la hoguera y en la horca más de cien vecinos de todo el valle de Salazar. Antaño, Ochagavía, era un pueblo muy medieval y rústico. En su recorrido hacia la Península los franceses saquearon e incendiaron esta villa durante la Guerra de Convención (1.794). Pero el pueblo navarro, muy trabajador, consiguió restaurar de nuevo su hogar. Ya no edificó con tejas de tablillas sino que utilizó tejas planas y construyó las casas separadas unas de otras para evitar la propagación del fuego. De esta forma sus habitantes crearon un pueblo ordenado, estructurado y muy sencillo. Seguimos andando por sus calles hasta llegar a la iglesia. Desde aquí podemos comenzar a salir del pueblo para tomar un sendero que nos lleva a otro de los lugares emblemáticos de Ochagavía, la ermita de Nuestra Señora de Muskilda. Es un camino que asciende hacia la cima sin ninguna dificultad entre un bosque muy denso. Merece la pena el esfuerzo para poder disfrutar de las inmensas vistas que vamos a disfrutar desde lo más alto. Aunque también podemos llegar desde la carretera que nos lleva a Isaba. Es posible que lo que más nos llame la atención de esta ermita románica sea su torreón con forma cónica y terminado con tablillas de madera. En este santuario se celebran todos los años el típico baile de los danzantes (7-8 de septiembre). Un culto pagano que rinde homenaje al roble. Ocho hombres van vestidos de blanco y llevan un collar de intensos colores y cascabeles en los tobillos. Danzan a la orden del ‘bobo’ que va vestido con ropajes verdes y rojos y que va entregando palos y castañuelas a cada danzante.Y antes de proponerte que nos perdamos en la Selva de Irati te recomiendo que cojamos fuerzas degustando la típica gastronomía navarra…
Pimientos del piquillo, bacalao ajoarriero, queso del Roncal, verduras de la huerta, los vinos de la Ribera de Navarra, su cuajada casera…Todo un mundo de sensaciones y placer gastronómico. ¡Ah! Y para realizar mejor la digestión… ¿Qué tal un chupito de Patxarán?Después de haber recorrido Ochagavía tenernos multitud de experiencias senderistas para disfrutar en la Selva de Irati. Un bosque inmenso y muy hermoso. Tanto, que es el segundo hayedo y abetal más extenso de Europa, claro, con permiso de la Selva Negra alemana. Tenemos más de 17.000 hectáreas de bosque prácticamente virgen. Todo un lujo para andar, disfrutar y fotografiar. Un gran tesoro natural y mágico entre hayas, abetos, robles, arces, helechos, líquenes, musgos…Repleto de ríos y riachuelos que van dibujando los valles y serpenteando por un paisaje muy abrupto. Bosques muy densos llenos de humedad y vegetación. Rincones legendarios donde detrás de cualquier árbol puede aparecer alguna lamia que aprovecha la niebla del bosque para pasear el espíritu de Doña Juana de Cabuit o un basajaun de larga cabellera y con más agilidad que cualquier gacela. Cuentan que si lo vemos no debemos huir. Si no le mostramos ningún miedo nos convertirá en protectores del bosque.Irati pertenece a esa naturaleza que forma parte de los recorridos especiales para el otoño en España. En sus valles y laderas vírgenes de las montañas explosionan los colores cálidos pareciendo que están ‘incendiados’. Nos resulta más interesante si echamos una mirada atrás en el tiempo. Porque aquí no dejaron huella los romanos, godos ni musulmanes. Fue a partir de la Edad Media cuando esta comarca empezó a tener un gran esplendor económico gracias a los ganaderos que supieron aprovechar los pastos para la cría de ovejas, vacas y caballos.La trashumancia fue un factor clave en la supervivencia de estos pueblos del valle de Salazar hasta que en el siglo XVII comenzaron a realizarse explotaciones madereras para abastecer a la Armada francesa. Y entonces, comenzó una gran disputa entre Francia y España por la propiedad de estos territorios.A partir de este momento adquirió una gran importancia este oficio, el almadiero.
Con los troncos que se talaban en Irati se construían las balsas que botaban río abajo para transportarlos hacia otras localidades navarras.Vamos a acercarnos a uno de los lugares más misteriosos de Irati para contemplar unas vistas increíbles de los Pirineos franceses y españoles. Un lugar que hace frontera con Francia por el mítico paso de Roncesvalles. Se trata de la Torre de Urkulu. Antes de llegar al final de la ruta podremos ver varios monumentos megalíticos. Y allí, en la cima, después de andar por una larga cuesta, nos encontramos con un torreón circular que fue obra de los romanos. Y aunque ya sabemos que las leyendas desvirtúan la realidad, en ellas se cuenta que fue construido por un gigante. Pero existen muchísimos caminos y senderos por los que perdernos durante unos días. El Paseo de los Sentidos es un sendero con bastante desnivel que nos va a enseñar las diferentes especies arbóreas que nos podemos encontrar en toda la selva. Vamos a llegar a él desde Casas de Irati. Aunque vamos a tener algo de precaución porque dentro de esta ruta senderista hay un río que debemos cruzar. Lo que significa que si estamos en época de lluvias…Para conocer la espectacular frondosidad del bosque de Irati podemos dar una vuelta por el embalse de Irabia. Desde la misma presa vamos a tomar un sendero hacia las Casas de Irati que se encuentran en la cola del pantano. Por cierto, en estos edificios vivían los guardas de estos bosques. Bordeamos el embalse. Dando este paseo vamos a sentir como si nos reconciliásemos con la naturaleza. Pero como disponemos de tiempo suficiente podemos desviarnos hacia el sendero que nos marca la Cascada del Cubo. Un camino de algo más de dos kilómetros que serpentean entre la montaña y el río donde vamos a poder contemplar varios saltos de agua y la cascada. Por cierto, aquí crecen muchos endrinos así que si te gusta elaborar licores… ¿Qué tal si cogemos unas cuantas endrinas para mezclarlas con anís y tener un delicioso Patxarán?...