Publicación original en el grupo Historia y Filosofía de la Pseudociencia.
Hace exactamente un año, el artista y director de comunicaciones del Center for Inquiry (CFI), Paul Fidalgo, nos relataba lo que definitivamente es tener un mal día. Cuando pienses que tú has tenido un día de mierda pesado, solo piensa en este hombre que pasó ocho horas prácticamente encerrado escuchando alegatos antivacunas y esperando su turno para poder hablar por tres minutos. Ocho horas de espera, insisto.
El asunto es que hace un año, en Maine, EEUU, estaba en juego la aprobación de una nueva ley que pondría punto final a las exensiones de vacunación por motivos no médicos, un despreciable hueco legal por el que los antivacunas apelaban para no proteger a sus hijos (y al resto de la población) con la vacunación necesaria. Fidalgo iría a declarar como testimonio (tanto como experto del CFI como por ser autista, y no gracias a las vacunas) a favor de la nueva ley.
Ocho horas sin comida ni agua sentados en una habitación sobrecalentada y superpoblada ya era bastante desagradable. Pero eso no fue nada comparado con la montaña rusa de ira y desesperación que sentí cuando fui testigo del desfile de locura, ignorancia, cinismo, negación y derechos burdos representados por los antivacunas que hablaban en contra del proyecto de ley.
Fidalgo describe el desfile despreciable de antivacunas:
Había padres que habían sido sacudidos por lo que creían que eran lesiones inducidas por vacunas a sus hijos. Hubo activistas que protestaron contra la gran conspiración de la industria farmacéutica. Hubo personas que se opusieron a las vacunas porque no podían pronunciar los ingredientes. (La pronunciación de las palabras polisilábicas en general parecía ser un desafío característico para la multitud antivacunas.) Hubo "naturópatas" que presentaron sus credenciales falsas como si significaran algo. Hubo fanáticos religiosos que advirtieron sobre los "fetos abortados" en las vacunas.[...]
Había docenas de padres, apestando a privilegios, desestimando la amenaza planteada por el sarampión, la tos ferina, la varicela y otras enfermedades altamente infecciosas. Afirmaron que fueron los niños vacunados quienes de hecho representaban el mayor riesgo para la salud de los inmunocomprometidos (suponiendo que pudieran pronunciar esa palabra) y, por lo tanto, deberían quedarse en casa y no ir a la escuela. Afirmaron que estaban siendo discriminados por sus creencias religiosas. Afirmaron que sus derechos parentales estaban siendo violados. Afirmaron que su libertad religiosa estaba siendo violada. Un número asombroso de ellos dijo que se verían obligados a mudarse de Maine si la ley fuera aprobada (lo cual me pareció una buena idea).
Sí, varias personas compararon las vacunas obligatorias con los experimentos médicos nazis y los brazaletes amarillos, y, no es broma, una mujer que afirmó ser periodista dijo que la eliminación de la propaganda antivacunas por parte de Amazon fue similar alKristallnacht ... que ella no pudo pronunciar.
Como no podía faltar, los antivacunas invocaron la refutada idea que las vacunas causan autismo, algo que a Fidalgo desagradó bastante, entre otras cosas:
Y hubo varias personas, incluidos legisladores reales, que afirmaron que las vacunas causan autismo. Como alguien con autismo, encontré esto particularmente irritante. Aparte del hecho de que es una mentira obvia, me molesta que la mera existencia de personas como yo sea tan horrible para estas personas que la usan para ahuyentar a otros de lo que evita que los niños mueran innecesariamente. Convierte a las personas con autismo en accesorios para el teatro político y empeora el estigma con el que ya luchamos.
Como es bien sabido, el artículo médico que conectaba el autismo con la vacunación no fue más que un "sofisticado fraude", perpetrado principalmente por el ex-gastroenterólogo Andrew Wakefield. El artículo, publicado en The Lancet en 1998, fue retirado, y hasta hoy, no existe ni un solo estudio serio que encontrara algo similar al del fraudulento Wakefield. Todo lo contrario, toda la evidencia disponible hasta ahora, nos dice que el autismo tiene causas principalmente genéticas, y que las vacunas son seguras, efectivas y necesarias. Y por si fuera poco, se sabe bien que Wakefield tenía oscuros intereses económicos para perpetrar el fraude.
Para Fidalgo, quedarse ocho horas escuchando reclamos antivacunas fue como pasar 800 años, tal como afirma. Su discurso de tres minutos, sin embargo, fue bastante claro:
Es hora de poner fin a las exenciones religiosas a las leyes de vacunación de nuestro estado. Es hora de que todos reconozcamos que las creencias privadas nunca deben usarse para poner en peligro la salud de nuestros hijos o de cualquier otra persona. Me complace responder cualquier pregunta que tengan y proporcionar al comité los recursos que he citado hoy en mi testimonio. Gracias.