Con los ojos de los medios puestos en la ocupación de Wall Street, nos está pasando por alto, o no le damos la misma importancia, a un movimiento paralelo y directamente relacionado con el mundo del arte.
Occupy Museums lleva desafiando desde hace semanas a la escena cultural neoyorkina con diversas ocupaciones a recintos museísticos, entre ellos el Air and Space Museum, el MoMA (con importantes asambleas), la Frick Collection y el New Museum, en una denuncia y velada lucha contra el “elitismo cultural” que estas instituciones rigen y perpetúan.
Image via: Jerry Saltz¿Estamos ante la revolución que devuelva el control de sus carreras a los artistas?
Hay opiniones para todos los gustos. Desde la organización, naturalmente, la ocupación se enfrenta a “los mecanismos piramidales de unos templos de elitismo cultural controlado por un 1%”. Reconoce también que los artistas, ese 99% del juego, “hemos permitido que nos engañaran aceptando un sistema jerárquico basado en la falsa escasez y una propaganda que eleva absurdamente a un genio individual sobre otro ser humano, y en el fondo, para obtener una ganancia monetaria de las élites”.
Y al parecer el movimiento está calando hondo, atrayendo a artistas y figuras vinculadas al cambio como Shepard Fairey, el autor del famoso poster “Hope” de Obama, que ha creado parte de la imagen de la ocupación.
Así, a lo largo del país, e incluso en tierras vecinas (las tiendas de campaña se establecieron recientemente en el museo de arte de Vancouver), instituciones que se creían inmunes a los cambios políticos han visto amenazadas, más que sus instalaciones, su credibilidad, ya que uno de los aspectos que más se pone en tela de juicio es la capacidad de sus directores para decidir qué arte debe exponerse en sus muros.
Sin duda, estamos ante un tema espinoso, una realidad que ha permanecido inamovible durante años, con algunos picos de locura concretos (los ochenta hicieron mucho daño) pero que nadie osó discutir porque, como todo buen sueño americano (y europeo, recordemos nuestra afición por las importaciones) podía encumbrar a cualquiera a lo más alto.
Por otra parte, ¿es viable esta protesta en nuestro mercado del arte? Si tenemos en cuenta que muchos museos se han acostumbrado a vivir en el filo de la navaja, probablemente sería la excusa perfecta para fulminarlos o recortar aún más sus presupuestos. Quizá, en lugar de cargar contra el clasismo económico, en nuestro país tendríamos que ir a por la evidente politización del arte, empezando por el óleo que cuelga de una pared y terminando por los oscuros tejemanejes de la industria del cine.